Aprender a amar... ¿educación sexual?
Retomando un diálogo entre un experto en educación y una señora,(1) ésta le hizo a aquel la siguiente pregunta: –¿Cuándo debo empezar a educar a mi hijo?–. Él le preguntó por la edad del niño y la señora le informó que tenía 18 meses de vida. Entonces él le dijo: –¡Señora, ha perdido usted año y medio!–.
La sorpresiva respuesta deja a la señora muda por varios minutos. Después se escucha la voz del experto en Pedagogía que prosigue: –Pues sí señora, la tarea educativa de los padres comienza desde que el niño nace–. Ella, un poco dudosa, vuelve a preguntar: –Bueno, bueno, ya que según usted he desperdiciado ese tiempo, dígame por favor, ¿qué es lo primero que debo enseñar a mi hijo?, no me explique toda la educación en general, concrétese a decirme ¿con qué empiezo?–.
La respuesta surgió espontánea y clara: “Enséñelo a amar”.
–Pero doctor, ¿cómo le explico al recién nacido que debe amar a la gente que lo rodea?
–No le explique nada, solamente ámelo usted, y mucho–, contesta el experto.
–Pero si desde luego que ya lo amo.
–No lo dudo, pero una cosa es que usted lo ame y otra que él se sienta amado. Para el niño, sentirse amado y respetado es tan indispensable como estar bien alimentado, por eso son de vital importancia los momentos que sus padres pasan con él cargándolo y apapachándolo; en fin, sentirse amado, para el niño es una necesidad real.
–Y ¿está seguro que así aprenderá a amar?
–Claro, el aprender a amar es cosa natural, instintiva, y el niño demuestra que aprendió a amar cuando, de bebé por ejemplo, recarga su cabeza en el hombro de su mamá o de su papá y se relaja totalmente; eso no lo hace con una persona extraña…
Es necesario reconocer que existe una importante interacción entre los factores genéticos, psicológicos y sexuales en cuanto al sexo, pero la sexualidad debe ser incluida en un serio compromiso de educación que recae esencialmente en la madre y el padre, y que se llama: educación de la afectividad.
Los padres enseñarán, mediante el ejemplo, la importancia del amor en las relaciones sexuales. Saben que puede haber un matrimonio sin amor, como también amor sin matrimonio, porque en el fondo no es el amor pasajero la causa que produce un matrimonio, sino que es el acto libre de la voluntad –que se emite en el consentimiento– el que da origen al vínculo matrimonial.
Sin embargo, sólo es el amor el auténtico motivo por el que alguien contrae matrimonio. El tipo de amor conyugal se llama amor esponsal y se desarrolla a partir de la atracción física-impulso sexual, y finalmente se concreta en la responsabilidad hacia la persona del otro cónyuge.
El amor entre las personas ha de ser abarcante, es decir, ha de conjuntar un ‘todo interpersonal’ fundado en la mutua integración. Por el contrario, la concupiscencia busca la satisfacción en el cuerpo y en el sexo por medio del deleite.
La educación de los padres hacia los hijos en materia de sexualidad ha de consistir en que, previniendo equívocos y difusas concepciones reductivas, conduzca al descubrimiento o redescubrimiento de los valores de la sexualidad y de una correcta escala de valores en la vida humana.
Cualquier otra elección que excluya tales vías, o todavía peor, que implique un ulterior impulso a la promiscuidad sexual y/o al uso de drogas, es cualquier cosa menos prevención o educación, y presentarla como tal supone un trágico engaño.
Un ejemplo típico de tergiversación es el de todas las campañas que prometen la victoria sobre el SIDA, sólo con que se alcance a generalizar el uso del preservativo. Se llega así a favorecer aquella promiscuidad sexual que es la causa primera de la epidemia.
Se ha visto mucha gente distinta vulnerada por la trivialización del sexo. Generalmente las culturas han distinguido siempre entre el sexo irresponsable y el sexo protegido con el matrimonio, a favor de la familia.
La responsabilidad mutua de uno a otro comprende el cuidado de un “bien verdadero”, la quintaesencia del amor. Un amor que rehúse esa responsabilidad será su propia negación, será más bien egoísmo.
El matrimonio ante los hijos debe ser visto como algo precioso, algo que conduce a la unión y a la felicidad, a la realización de la persona. Los padres deben dar ejemplo a los hijos no sólo de ‘existir uno al lado del otro’, o simplemente ‘juntos’, sino de que existen recíprocamente “el uno para el otro”.
La antropóloga S. Frayser explica que el comportamiento del padre complementa al de la madre; el niño observa a su padre y puede ver qué debe hacer para ser un hombre; puede observar a su madre y ver lo que no debe hacer para ser un hombre.
La importancia que tienen los contrastes entre los papeles del sexo y la especificación de la identidad del sexo, pueden ser pistas para la importancia psicológica que tiene la diferenciación sexual en todas las sociedades.
Las niñas que cuentan con su padre y él está involucrado en su desarrollo, son más propensas a elegir para sí mismas buenos pretendientes y después esposos, porque tienen una norma apropiada por medio de la cual juzgar a los candidatos.
Es sumamente importante que los padres estén seguros de su fe en Dios y mantengan una permanente disposición abierta al diálogo sobre cualquier asunto delicado, por ejemplo, sobre sexualidad.
Cuando no ha habido un desarrollo correcto de la intimidad en familia, cuando los niños han sido dejados en guarderías y los padres no han tenido el tiempo suficiente para compartir con ellos cada logro y cada fracaso, la vida para el joven aparece entonces como un pozo en el que ha sido arrojado y del que no puede salir. Es una vida sin esperanza, llena de tedio y abocada a la náusea.
Surge entonces un deseo, por ejemplo en la adolescencia, de escapar de esa insufrible cárcel interior. La fuga o evasión más radical es el suicidio, pero hay otras muchas: el sexo, el activismo, modas novedad, cambio, distracción, diversión como fin, la droga, el alcohol.
Ciertamente, al adolescente hay que prepararlo en su preadolescencia y en su niñez. Un joven, al cual le pregunté si sus padres le habían explicado sobre la sexualidad humana, me dijo: –Si, pero lo hicieron tarde–. Esta experiencia, por desgracia, se repite con frecuencia; hay que hablar con claridad en el tiempo apropiado.
Hoy en día se ha generalizado la “educación de la sexualidad” o “educación sexual”; sin embargo, esta denominación puede inducir a algunas personas a olvidar que lo sexual está ligado a la educación de la afectividad, que es donde cobra una dimensión verdaderamente humana.
Se nos quiere ofrecer una imagen como algo puramente biológico, que se debe dejar manifestar con espontaneidad, y es cierto que la sexualidad es algo natural a la persona, como lo son otras cuestiones fisiológicas, porque la persona humana es sexuada. Pero lo que no se puede permitir es reducir el amor a sexo, a relaciones puramente genitales, manejar el cuerpo en función solamente del erotismo.
Por eso, es más adecuado hablar de información sexual y de educación de la voluntad como elementos de una adecuada maduración afectiva de la persona, que incluye la maduración de los sentimientos y el encauzamiento de las pasiones.
En definitiva, si queremos que la información sexual sea realmente educativa, informar no se puede reducir a proporcionar una explicación científica de los cambios psicofísicos que se producen en la pubertad, sino que deberemos darle a todo el proceso la dimensión espiritual y trascendente que posee.
Recordemos a los padres: la disposición al diálogo es muy importante. Pregunta: ¿Hay alguna cosa peor que encontrar un gusano en la manzana que estás comiendo? Sí, hay algo peor: encontrar dos gusanos.
De la misma manera: ¿Hay alguna cosa peor que tus hijos te pregunten detalles acerca de la sexualidad? Sí, hay algo peor… que NO TE PREGUNTEN NADA, porque entonces quedará en claro que ni su confianza te has podido ganar.
(1) Chávez, Cony. La Dignidad del Niño. México, Minos 98.