Pasar al contenido principal

Ante la injusticia


Ante la injusticia

 

 

Quienes trabajan con niños lo saben: perdonan todo, menos una injusticia.

También a los mayores nos cuesta mucho perdonar una injusticia. Quizá incluso nos cuesta más cuando la vemos en otros que cuando nos toca ser nosotros mismos víctimas.

Por eso la injusticia puede dejar heridas profundas. Un esposo que calumnia a su esposa para quitarle todo el dinero a través del divorcio. Un hermano que hace mil trampas para desposeer a sus otros hermanos de lo que les corresponde de la herencia. Un trabajador que consigue que acusen de robo a un compañero inocente de la fábrica. Un empresario que se arruina porque el “socio” se escapó con todo el dinero...

Heridas profundas, difíciles de curar. Heridas que pueden llevar a la desesperación, o al deseo de venganza, o a un odio profundo que es difícilmente superable.

Algunos, entonces, buscan mil maneras de reparar el daño causado, de “borrar” la mentira o la duda que manchó la fama de un amigo, de devolver el dinero estafado, de hacer que el trabajador expulsado sea readmitido en su empresa.

Otras veces, por el bien de la paz, parece que lo mejor es el silencio: esperar a que pase la tormenta; aceptar el golpe como parte de un designio de Dios que ahora nos parece incomprensible; buscar maneras para responder al mal con el perdón, con el cariño, con caminos para aliviar a tantas víctimas inocentes y a corazones obstinados en seguir el camino del mal.

El cristiano sabe que toda la injusticia humana, todo el mal de nuestro mundo, ya ha sido vencido. En la Cruz de Cristo, en el momento del máximo pecado, de la traición y cobardía de los hombres, las palabras del perdón llegan lejos, llegan dentro, llegan fuerte: “Padre, ¡perdónales!”.

Con la mirada en el Crucificado será posible, poco a poco, sanar la herida. Con el perdón, que es bálsamo que penetra hasta lo más dentro de uno mismo y de quien es perdonado. Con la paciencia, pues “la caridad es paciente” (1Co 13,4). Con la prudencia, pues a veces el hombre injusto es más víctima que verdugo, es esclavo de condicionamientos psicológicos o espirituales que sólo Dios conoce plenamente. Con la esperanza, porque al final Dios dirá la última palabra de la historia, levantará al pobre de su miseria y le dará un lugar entre los justos, mientras que el malvado sufrirá por su misma injusticia... “Lo que teme el malo, eso le sucede, lo que el justo desea, se le da. Cuando pasa la tormenta, ya no existe el malo, mas el justo es construcción eterna” (Pr 10,24-25).

Ante la injusticia, la grande y la pequeña (esa que se nos clava cada día y que tal vez nos carcome internamente), la Cruz nos invita al camino de la paciencia y, sobre todo, del perdón. También es misericordia sobrellevar los defectos de quienes viven a nuestro lado. Como también, no lo olvidemos, tantos sufren por culpas nuestras: no siempre somos víctimas, pues muchas veces asumimos el papel de aprendices de verdugos. En ocasiones, en nombre de la justicia, para reparar daños que consideramos “imperdonables”, hacemos tanto daño...

Dios nos pide que dejemos las rencillas, que amemos. Es la mejor manera de vencer las injusticias, aunque nos cueste, aunque nos hiera, aunque recibamos críticas y sonrisas maliciosas.

“Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿se atreve a llevar la causa ante los injustos, y no ante los santos? ¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si vosotros vais a juzgar al mundo, ¿no sois acaso dignos de juzgar esas naderías? ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? Y ¡cómo no las cosas de esta vida! Y cuando tenéis pleitos de este género ¡tomáis como jueces a los que la Iglesia tiene en nada! Para vuestra vergüenza lo digo. ¿No hay entre vosotros algún sabio que pueda juzgar entre los hermanos? Sino que vais a pleitear hermano contra hermano, ¡y eso, ante infieles! De todos modos, ya es un fallo en vosotros que haya pleitos entre vosotros. ¿Por qué no preferís soportar la injusticia? ¿Por qué no dejaros más bien despojar? ¡Al contrario! ¡Sois vosotros los que obráis la injusticia y despojáis a los demás! ¡Y esto, a hermanos!” (1Co 6,1-8).

Sufrir con paciencia, soportar la injusticia, callar, perdonar, amar. Con la ayuda de Dios será posible. Porque entonces, será el mismo Cristo el que perdone y ame, triunfe y reine en nuestros corazones. Y también en los corazones de tantos hermanos que sufren, por ser culpables o por ser víctimas, y que necesitan una mano amiga que les ayude a mirar al cielo para encontrar misericordia y para abrir senderos de esperanza y de perdón.