Después de leer en su integridad el discurso del Papa a una parte de los obispos españoles, stantes ad limina, una conclusión obvia se desprende de las reacciones que ha producido en algunos dirigentes socialistas y en algunos medios afines.
De desmesurada, injusta e inapropiada cabe calificar tal reacción, máxime cuando el Papa se ha limitado a hablar a los líderes religiosos de una nación de mayoría católica, haciendo alusión a una situación por todos conocida ( laicismo ) y a unos dirigentes políticos que dicen buscar el bien común de la ciudadanía, la mayor parte de ellos bautizados y alguno, como el ministro Bono, alardeando de ejemplar católico.
Tiene todo el derecho del mundo S.S. a orientar a su grey católica y a una mayoría de creyentes españoles, que han apostado y apuestan, desde siempre, por los valores religiosos y trascendentes de la fe y la tradición cristianas en nuestra patria.
Por todo lo cual no cabe tachar de ingerencia papal y mucho menos “estar radicalmente en contra de las declaraciones del Papa” a quien se profesa de boca, católico practicante.
Estoy convencido que mucho mejor nos irían a todos las cosas, si se prestasen oídos a las paternales admoniciones del Papa, Juan Pablo II, quien ha demostrado, con hechos, en múltiples ocasiones, el amor a España y a todas sus gentes