El próximo 14 de febrero de 2005, la sección de mujeres del Opus Dei cumple 75 años de existencia. A continuación se presenta el relato de una señora que desea compartir la historia de su vocación.
LA ESPAMPITA: La primera vez que tuve contacto directo con el Opus Dei, fue cuando una amiga me pidió que la acompañara a la Universidad Panamericana. Ella iba a confesarse y de pasadita me metí también yo al confesionario, pues noté que me hacía falta. Ya de salida me regalaron una estampita de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
La mirada del sacerdote de la estampita me pareció muy dulce, y pronto empecé a rezarla. En poco tiempo le tomé devoción. Lo adopté como mi “abogado” favorito para solicitar favores del Cielo. Tengo en cuenta que el único que hace milagros es Dios, y los santos sólo interceden por nosotros. La verdad, de todo lo que pedí se me concedieron muy pocas cosas, pero el 98% de mis peticiones –ahora me doy cuenta— eran estupideces, porque, como dice el dicho popular, Dios hace “oídos de chicharronero a chillidos de marrano” (con perdón de ustedes). Pero como Él es la Justicia Suprema, no iba a tirar mis rezos a la basura, y mejor los aplicó a algo que me convenía más, aunque yo no lo supiera: Me dio la vocación de Supenumeraria del Opus Dei. Quiero aclarar que la vocación de hijos de Dios no es la misma para todos, sino que se amolda a cada uno. Puede ser que a algunos les dé vocación de monjes, sacerdotes o misioneros; y a otros, de laicos fieles a Dios en medio del mundo. Todas las vocaciones son buenas pues tienen el mismo fin: Dios.
ADRIANA, ENCIENDE EL CERILLO QUE PRENDE LA LLAMA: Por una de esas “jugadas maestras” que a veces tiene la divina providencia, nos cambiamos a una privada de diez casas en Tlalpan. Los vecinos me parecieron encantadores, pero quien más me llamó la atención fue la vecina de la casa 2, Adriana. Era la única de mi edad, con condiciones similares a las mías: hijos chiquitos, marido más o menos en el mismo rollo, etc. Luego luego nos hicimos amiguísimas. Ella me contó que era Supernumeraria, y yo nada más porque el Espíritu Santo me cerró la boca, porque por poco le pregunto si eso era bueno o malo. Con toda la paciencia del mundo y con sentido del humor me aclaró las dudas que tenía y me invitó a conocerlo más de cerca, y lo que vi ¡me encantó! Nada de mocherías, nada de fanatismos, nada de sandeces pseudoreligiosas.
Quizás lo que más me gustó de la Obra (“Opus” es Obra en latín, Opus Dei quiere decir Obra de Dios), fue el amor a la libertad, y sobre todo el buen humor y la alegría de sus miembros. No concibo que las personas que se dicen muy piadosas y muy cercanas a Dios anden por la vida con el gesto agrio y actitudes lánguidas. A mí me parece que a Dios le gusta más la alegría y las risas, que las “jetas” y las jaculatorias recitadas entre quejidos y susurros lastimeros. Los santos tristes son tristes santos. Si lo malo lo podemos remediar, lo remediamos, y si no, pues rezamos y santa paz.
... Y exactamente eso es el Opus Dei: vivir en medio del mundo, tal cual es, sin fingir que estamos en un mundo feliz, porque ése está en el más allá. Lo de acá lo tomamos como viene, y todo nuestro empeño lo ponemos en ser buenos hijos de Dios, con todo lo que ello implica, tropezando algunas veces, pero levantándonos rapidito y sin hacer dramas para seguir: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
LA MORDIDA DEL COCODRILO. Ya que tuve una perfecta idea de lo que era la Obra, quise ser cooperadora. Los cooperadores del Opus Dei son personas que ayudan a las tareas apostólicas con su trabajo, sus oraciones o con su aportación económica. La Obra a cambio les proporciona, aparte de un profundo agradecimiento, medios de formación espiritual –como retiros, charlas y clases doctrinales-, y sobre todo, las oraciones diarias de sus miembros.
A mí eso de ser cooperadora me pareció bien. Y pasaron algunas semanas. Para eso de las fantasías yo me pinto sola. Siempre pensé que cuando Dios llamaba a alguien para una misión divina, Él te lo hacía saber mandándote a sus ángeles tocando las trompetas, en el momento en que estabas elevadísima espiritualmente...
A mí la llamada me llegó de una manera poco espiritual. Estaba de vacaciones con toda mi familia, abuelita incluida –lo que no me daba chance de estar lo suficientemente concentrada en lo espiritual-, y con un oído reventado. Y en lugar de entrar en éxtasis, sentía como un cocodrilo que me daba mordidas en el alma. Por más que me quise hacer la mensa –cosa que no me cuesta mucho trabajo-, supe que el cocodrilo me estaba dando la mordida; descubrí que esa inquietud me “remordía” mi interior. Era la llamada; vi que tenía que ser Supernumeraria a como diera lugar.
NO TOQUE LA PUERTA, LA ABRI A EMPUJONES: El Fundador del Opus Dei decía que para salir de la Obra, las puertas estaban abiertas de par en par, pero que para entrar había que tocar varias veces. Yo, llegando del viajecito, me fui corriendo a tocar la puerta, y como no fuera a ser que no me oyeran, sí que la toqué bien fuerte. Me abrieron las puertas de esta familia. Pedí la admisión y estoy totalmente convencida de que es una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida.
TE MIRAN COMO SI ESTUVIERAS LOCA: Cuando los míos se enteraron de que yo era del Opus Dei, me miraron con recelo. Mi esposo, que es bastante ecuánime, ha de haber pensado que me iba a vestir de hábito. Preguntó que para qué quería ser de la Obra, y le contesté: “Porque quiero ser santa”. No me bajó de insensata, después de echarme un sermonazo acerca de las idioteces que se me ocurrían de cuando encuando.
No le expliqué que el espíritu de la Obra es la santificación del trabajo cotidiano, solamente le solté que quería ser santa, por eso puso el grito en el cielo. ¡Pobre hombre! La verdad es que el que va que vuela para santo es él, nada más por tener que oír todas las barbaridades que le digo. Ya debe tener ganado un cacho de Cielo.
Algunos católicos todavía no nos podemos acostumbrar a pensar que, si queremos llegar al Cielo, tenemos que luchar por ser santos. El Concilio Vaticano II trató mucho este tema, pero todavía tenemos la idea de que, para ser santos de altar, debemos ser religiosos, es decir, separarnos del mundo, o de plano morir como mártires. Y la realidad llana es que todos estamos llamados a la santidad.
APÓSTOLES: Sé que mucha gente tiene la idea de que en la Obra “jalamos”. Nada más lejos de la realidad. Hacemos apostolado, sí, pero todo bautizado está llamado a ser apóstol. Nuestro apostolado nop consiste en “traer” gente a la Obra, más bien estriba en “llevar” almas a Dios. Que algunas de esas personas encuentran su vocación en el Opus Dei, y libremente piden su admisión, es una cosa; pero que nosotros los presionamos, les hagamos manita de puerco o coco-wash, es tan falso como un billete de tres pesos.
Mi mejor amiga, me oyó con la mejor voluntad contarle del Opus Dei. Ella me dijo que le parecía bien que existiera algo así, pero que ella más bien tenía vocación de “beata independiente”. Yo admiré su honradez y quedamos tan amigas como siempre.
UNA FAMILIA A TODO DAR: El parentesco que tenemos los miembros de la Obra es tan fuerte como el de la sangre. Todos somos hermanos, y nos queremos y nos respetamos como tales. Formamos una familia muy singular: somos de muchos países, hablamos diferentes idiomas. Hay solteros y sacados; altos y chaparros; feos y bonitos; gordos y flacos. Unos más listos y otros no tanto; hay jóvenes y viejitos, gritones y callados. Y entre toda esa multitud, somos uno solo cuando rezamos y cuando nos unimos en la Comunión de los Santos.