“Cuando yo la conocí tenía 16 años. Fuimos presentados en una fiesta, por uno que se decía mi amigo. Fue el flechazo a primera vista. Ella me enloquecía. Nuestro amor llegó a un punto, que ya no conseguía vivir sin ella. Pero era un amor prohibido. Mis padres no la aceptaron. Fui reprendido en la escuela y pasamos a encontrarnos a escondidas. Pero ahí no aguanté mas, quedé loco. La quería, pero no la tenía. No podía permitir que me apartaran de ella. La amaba: tuve un accidente y estrellé el coche, rompí todo dentro de la casa y casi maté a mi hermana. Estaba loco, precisaba de ella. Hoy tengo 39 años; estoy internado en un hospital, soy inútil y voy a morir abandonado por mis padres, amigos y por ella. Su nombre? Cocaína. A ella le debo mi amor, mi vida, mi destrucción y mi muerte. Freddie Mercury”. Esta carta corre por Internet y se dice que la escribió el cantante antes de morir de SIDA.
Están aparecido en la prensa preocupantes estadísticas sobre el consumo de drogas entre los jóvenes. Algunos gobiernos piensan que se soluciona el problema facilitando que quienes deseen puedan drogarse en lugares autorizados, con material “seguro”. Juan Pablo II, en cambio, dice que “la droga no se combate con la droga... drogarse nunca es la solución”. Lanzarse a la droga no suele ser una decisión razonada, sino que con frecuencia, la droga es consecuencia de un “vacío interior” que lleva a la desesperación. Hay que ir a la raíz del mal pues sólo así puede ayudarse de verdad a la gente, ayudar a cada “paciente” para ver la causa de su vacío vital, y “por esto –dice el Papa- la droga no se vence con la droga, sino que es necesario una amplia acción de prevención, que sustituya la cultura de la muerte con la cultura de la vida”. En la actualidad, existen 45 salas de inyección legal en varios países el mundo, entre ellos España, Alemania, Suiza y Holanda; pero Barragán, coordinador de un equipo que prepara un manual para tratar a quienes están en el mundo de la droga, explica que los tratamientos con droga no son una solución al problema del auténtico problema del toxicómano.
El paraíso de las drogas es efímero, es una plaga que cae sobre el joven infeliz, ya que una persona feliz no tiene necesidad de drogas. Estas son para los decepcionados de sí mismos, los que han perdido la autoestima, los incapaces de conseguir una vida mejor, y necesitan fabricarse con un sucedáneo un mundo más hermoso, pero este mundo imaginario es falso, delirante y tóxico. ¿Entonces, por qué hay quien se droga? G. Castillo, experto en educación, comenta que uno de los rasgos típicos de la adolescencia y primera juventud es la necesidad de obtener experiencias. Esta búsqueda personal de experiencia es el modo que tiene el adolescente de resolver los nuevos problemas. La droga aparece entonces como una nueva experiencia que lleva, además, una carga de misterio y aventura que sugestiona a muchos adolescentes. También es un medio para escapar de miedos y ansiedades, como un sueño en el que no se piensa en lo desagradable. En la vida del adolescente hay frustraciones frecuentes. Su idealismo choca con la dura realidad, una realidad que cuesta entender y asimilar. No es exagerado entonces afirmar que "el adolescente se caracteriza por su tendencia a la reacción angustiosa depresiva, frente a situaciones que para él resultan desconocidas", comenta López Ibor. Se pasa por un auto examen de la situación interior, y no se ven realizadas las algunas necesidades básicas de la persona, como, por ejemplo, ser independiente, tener sentimientos de propia estima, haber encontrado un significado a la vida, ser capaz de relacionarse de forma armónica con los demás. Esta sensación de fracaso suscita una imagen negativa de sí mismo que crea angustia y puede invitar a la autoafirmación a través de la droga.
La droga forma parte también de lo que podríamos llamar la "subcultura juvenil", algo específico de ciertos ambientes juveniles que quedan reflejados en las canciones de grupos como Ska-pe. Estos grupos muestran ciertas formas de identidad como el escape del agobio de la civilización tecnológica, integrada por hombres grises que se ocupan de trabajos rutinarios. Se quieren valorar elementos irracionales rechazados por la sociedad "oficial". Las drogas están de moda y constituye para esos jóvenes, explica Thibon, un 'paraíso artificial'. Y a la pregunta: “¿Por qué os drogáis”; le responden algunos: “no nos interesa nada, todo nos deja indiferentes. En mi estado normal veo las cosas tal y como son; una vez drogado, las veo como quisiera que fuesen.” Dejarse llevar por esa mentira, aunque parezca que puede solucionar un problema a corto plazo, es caer en una espiral hacia abajo. Y el problema es que allí los jóvenes no encuentran las verdaderas respuestas (que quizá no encontraron en la familia y en la escuela) a sus preguntas acerca del sentido de la vida. El silencio de los educadores, la falta de respuesta a los interrogantes que llevan en su corazón, hace que se aboquen en esos caminos, buscando saciar el alma, hambrienta de la vida del espíritu, sedienta de felicidad. Por eso, el consejo de Juan Pablo II es éste: “¡no a la droga!; confirmar con fuerza esta convicción ante las opiniones que querrían la liberación de las substancias estupefacientes o, al menos, su legalización parcial, considerando que el libre acceso a estas sustancias contribuye a limitar o a reducir los daños a las personas y a la sociedad”.