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Amados por un Padre bueno

Amados por un Padre bueno

Dios es Dios. Porque es bueno, porque es todopoderoso, ha aceptado la aventura de que existan “otros”, que el mundo empiece a correr por los espacios, de que haya ángeles que pueden ser demonios, y hombres que puedan vivir de amor o vivir de odio.

Dios no es envidioso. No guarda para sí el tesoro de su existencia divina, de su perfección, de su amor. Dios entrega y da sin medida. Es Amor, es donación (cf. 1Jn 4, 1-8).

Para conocer a Dios, lo mejor que podemos hacer es empezar a amar. “Quien no ama, no ha conocido a Dios” (1Jn 4, 8).

“Y dijo Dios: sea la luz” (Gn 1, 3). Desde entonces, la creación es un continuo despliegue del querer misterioso de Dios.

Pero Dios no es sólo creador. Es, sobre todo, Padre. Un Padre providente, bueno, preocupado por cada una de sus creaturas. No descuida nada de lo que Él ha amado. No es un relojero que pone en marcha un prodigio de la técnica y lo deja andar solo, hasta que el mecanismo no funcione, hasta que la pila deje de dar fuego.

Dios está presente con su amor en cada cosa. Todo existe, palpita, porque Dios quiere. Sin Dios nada ni nadie podría vivir ni un cuarto de segundo.

Por eso el mundo tiene sentido, nos habla de Dios como el mejor poeta. En palabras de Juan Pablo II, “la naturaleza es un libro. El hombre debe leerlo, no embadurnarlo. En sus páginas se encuentra un mensaje que espera ser descifrado: es el mensaje del amor, con el que Dios quiere alcanzar el corazón de cada uno para abrirlo a la esperanza”.

No todos aprenden a leer a tiempo. Hay quien descubre a Dios desde niño, mientras corre tras las langostas, olfatea los jazmines o acaricia a una paloma herida. Otros lo descubren más tarde, quizá después de muchos golpes de la vida. Una enfermedad o un desengaño pueden convertirse en catecismo para muchos...

Cada vida humana es un prodigio del amor de Dios. Existo, juego y canto porque Él me quiere. Cada respiro grita al mundo entero que Dios me ama, que es hermosa esta vida destinada a la dicha eterna de los cielos.

Dios espera encontrarnos, pronto o tarde, más allá de las estrellas. Sólo pide que le amemos, y que amemos a quien vive a nuestro lado. Así de sencillo, así de fácil, así de bello. El cielo inicia en esta tierra cuando el amor sostiene nuestros pasos.