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Allí está Dios

 

Hablar de Dios no es fácil. Algunos han usado el nombre de Dios para matar, para perseguir, para condenar a seres humanos, hermanos nuestros. Otros no comprenden cómo Dios pueda ser Dios cuando muere un niño en los brazos de su madre, cuando unos pocos explotan a los pobres, cuando hay quien construye cámaras de muerte o campos de exterminio...

No falta la voz de algún filósofo que ha decretado, como si de él dependiese, la muerte de Dios, o la imposibilidad de su regreso: se ha ido y nos ha dejado aquí, solos y abandonados, sin amor y sin esperanza.

Dios, sin embargo, nos sorprende a todos. No ha pasado de moda, ni se ha olvidado de los hombres. No ha cerrado los cielos para dejarnos tristes en un mundo sin consuelo. No ha ignorado las lágrimas de las viudas ni el hambre de los niños ni la muerte de millones de africanos por culpa del SIDA o la malaria.

Detrás de cada lágrima y de cada sonrisa, allí está Dios. Se esconde en una madre que acaricia al niño enfermo, en un padre que espera al hijo fugitivo, en un sacerdote que celebra una misa y en un obispo que cuida de su pueblo.

Dios no está lejos, no puede estarlo. Cada flor silvestre, cada ardilla enamorada, cada acrobacia de una golondrina, son posibles porque Dios lo quiere. Nosotros, los humanos, nacemos porque nos quiere, porque somos importantes a sus ojos. Vivimos de su amor y de su vida, de su esperanza y de sus sueños. Además, nuestro viaje no termina con la muerte: más allá de la frontera inicia la aventura de un mundo eterno, donde reinan solamente el amor y la armonía.

Ir a la casa del Padre, volver al hogar, descubrir que el bien escribe la última página de la historia: ¿no es eso lo que más queremos?

Allí está Dios, con su amor y su respeto. O, mejor, allí estaremos en Dios sin los miedos y fracasos que hoy no nos dejan ver su corazón de Padre bueno.

El horizonte se tiñe de violeta, mientras la luna pasea por los cielos. El grillo inicia su canto viejo y los murciélagos pintan lazos en el aire. Una niña se asoma por la puerta de su casa mientras su abuelo reza, con los ojos llenos de esperanza, al Dios que es el amigo más sincero.