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Adoración eucarística por las vocaciones

Adoración eucarística por las vocaciones

 Tú ya sabías que los obreros escasearían y por ello nos pediste que rogáramos al Padre para que enviara obreros, que nos diera vocaciones sacerdotales para la Iglesia. ¡Qué gran misterio, misterio insondable el de una vocación sacerdotal! Un joven o una joven, un adolescente o un hombre maduro que siente irrumpir en su vida la presencia trascendente de Dios que se fija en él y que lo llama. Porque Tú llamas, Señor, no dejas de llamar. El problema es nuestro, puesto que no siempre estamos dispuestos a oír tu voz. Por eso, me atrevo a pedirte ahora que muevas a la generosidad el corazón de aquellos a quienes Tú has elegido para la vocación sacerdotal o a la vida consagrada. Tú les pides una renuncia total: deben dejar afectos humanos, familia, amigos, a veces patria, planes personales... y les pides que te sigan a Ti. Tú te presentas en sus vidas sin previo aviso, llamando, como Señor que eres: «Sígueme». Y quieres que en ese mismo instante dejen sobre la playa de sus vidas todos los proyectos e ilusiones en que hasta ahora venían soñando. ¡Qué difícil debe ser para ellos dejarlo todo!, pero al mismo tiempo qué alegría sentir en el alma tu mirada de amor y de predilección ¡Qué orgullo sentirse tus predilectos y amigos íntimos! ¡Y en el mismo momento que los escoges, ya tienes destinada para ellos la gran aventura de predicar tu Evangelio!

Dales generosidad, Señor. Que no bajen su mirada ante la tuya y cobardemente se apeguen a sus propias riquezas como el caso del joven de que nos hablan los Evangelios y que no tuvo el coraje de dejar sus numerosos bienes materiales. Que a los que llamas, Señor, sepan ir detrás de Ti con alegría, sin que nada los detenga en tu seguimiento.

Que sean valientes, que no se queden enredados en la seducción de los placeres fáciles del mundo, que te sigan con decisión a Ti que eres la Verdad y la Vida.

Te pido, Señor, por todos los jóvenes del mundo que en este momento necesitan en sus vidas el empujón de la generosidad para decirte «sí» como te dijo María cuando le propusiste, por medio del ángel, ser tu Madre aquí en la tierra. Que se den cuenta por la fe de que, más allá de lo que dejan, está el inmenso bien que harán en tantos miles y miles de hombres a quienes conducirán a su eterna salvación gracias a ese «sí» humilde, pero de una trascendencia infinita.

Te pido especialmente por los jóvenes que conozco y que están planteándose seriamente la vocación sacerdotal. Dales tu luz para conocer tu voluntad y sobre todo dales mucho amor. Enséñales a no buscar evidencias ni signos humanos para comprobar científica, racionalmente que Tú los llamas pues la vocación no es cuestión de evidencia, sino de amor. Y, si algún día tu voz también resonase en mi conciencia, llamándome a seguirte, te pido desde ahora que me des el coraje para dejarlo todo sin mirar nunca hacia atrás, caminando con inmensa alegría en pos de Ti.

Recuerdo ahora a todos aquellos a quienes Tú concedes el don especial de oír tu llamado desde la niñez. Tú los amas con predilección pues ya desde entonces los apartas para Ti y tu Reino. Son los adolescentes que estudian en los seminarios menores con la ilusión de llegar un día a recibir el gran don del sacerdocio. Ellos viven su vocación en la pureza, con gran alegría, con esa transparencia cristalina que tienen los corazones limpios y están decididos a proteger y defender a cualquier precio el don maravilloso de que se sienten poseedores como escogidos tuyos. Te pido por ellos, Señor. Manténlos firmes en su decisión y ayúdalos a vivir con ilusión sus propósitos de frente a los obstáculos que puedan encontrar en su camino.

También te pido por los hombres y mujeres maduros que perciban la llamada a la vida sacerdotal o a la vida consagrada para que permanezcan fieles a su propósito y se identifiquen plenamente con el plan que Tú has querido para sus vidas.

Te pido también por todos aquellos que ya han decidido responder a tu llamado con generosidad y que se preparan en los seminarios o en los diversos centros de formación a la vida sacerdotal o de consagración. A nosotros desde fuera, nos parece que ellos viven como en el cielo, pero tendrán también ellos sus pruebas, sus tentaciones, sus dudas, sus vacilaciones, sus debilidades como hombres que son. Ayúdalos a perseverar en ese camino que han emprendido, que no duden en entregarse totalmente a ser santos, a ser hombres llenos de celo por la difusión del Evangelio. El mundo los necesita así. Nosotros los necesitamos así para que enciendan nuestros corazones en tu amor y nos conduzcan a Ti con absoluta nitidez.

No olvido en mi oración a todos aquellos que han recibido el sublime don del sacerdocio y están hasta en los con fines de la tierra predicando tu palabra y llevando el pan de la Eucaristía y tu reconciliación a los hombres. Ellos son por antonomasia los obreros de tu viña, tus amigos y predilectos.

Te pido por los sacerdotes jóvenes para que usen todas sus energías para predicar tu Evangelio.

Por los sacerdotes cansados de serlo o los que están atravesando un período de crisis personal para que Tú les infundas entusiasmo por su ministerio y les ayudes a ver la grandeza de su misión sacerdotal.

Por los sacerdotes atribulados por penas internas para que les des el bálsamo de tu consuelo. Por los sacerdotes que han perdido su fervor inicial para que infundas en sus corazones una nueva efusión de caridad.

Por los sacerdotes que se dedican a la predicación y a la enseñanza para que los ilumines y los guíes con el don del Espíritu Santo. A los sacerdotes perseguidos, dales fortaleza y paz en sus tribulaciones.

A los sacerdotes enfermos y a los ancianos ayúdales a unirse en su dolor a Ti, ofreciéndolo por el bien del Cuerpo Místico.

A los sacerdotes que dedican su vida a los Jóvenes, ayúdales a infundir entusiasmo por lograr la santidad y ardor apostólico en los corazones de aquellos con quienes trabajan. A los sacerdotes que se dedican a la oración en los conventos y monasterios de vida contemplativa, concédeles el don de la perfecta unión contigo y la perseverancia en sus oraciones y sacrificios por la Iglesia universal.

A los sacerdotes a quienes ha sorprendido el pecado grave, llena su corazón de compunción y confianza para que no duden un instante en acercarse a Ti que eres la fuente del perdón y de la reconciliación.

A todos los sacerdotes de tu Iglesia confórtalos, Señor. Sosténlos en su vocación y en su misión. Hazlos dignos de su ministerio. Danos sacerdotes santos pues necesitamos esa santidad en nuestras vidas.

Te pido de una manera especial por todos aquellos que dedican sus vidas a la promoción de las vocaciones. Ilumínalos para que sepan llamar en tu nombre a los jóvenes de hoy con la misma fuerza con que Tú lo hiciste durante tu vida pública. Otórgales el don de discernimiento de las vocaciones y la valentía necesaria para presentar sin miedo tu llamada, conscientes de que proponer a los jóvenes la llamada de Cristo a sus vidas es el mayor bien que se les puede ofrecer (cf. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes, Jueves Santo de 1985).

De manera especial, te pido también para que las familias sepan acoger y valorar en su grandeza el don de la vocación sacerdotal o de la vida consagrada. Para algunos padres es un verdadero drama el hecho de que un hijo suyo quiera ser sacerdote o consagrarse a Ti. Antes preferirían que se cayeran en los vicios más infames. En cambio, otros que valoran en su justo peso la grandeza de la vocación, te piden insistentemente el don de un hijo sacerdote o una hija consagrada. Te pido, Señor, que aumente cada vez más este tipo de familia que aprecia la vocación como un don para todos los miembros del hogar.

Concede, Señor, a tu Iglesia familias que vivan de tal manera el Evangelio que las vocaciones se desprendan de ellas como el fruto maduro de la intensa vida cristiana que en ellas reina. Protege nuestras familias. Hazlas lugares donde impera tu amor y tu paz. Oasis de fe y de esperanza, en los que todos sus miembros, unidos en la oración y en torno a María, acogen con amor el misterio de la vida. Estas familias serán el lugar más adecuado para vivir y transmitir la fe y forjar las almas de los futuros apóstoles de tu Reino.

Te pido para que en la sociedad se valore cada día más el don de las vocaciones, pues cada una de ellas es un don para la humanidad y para la sociedad en la que vive y actúa, pues le comunica a los hombres que la integran tu mensaje y tu gracia que salvan.

Te ofrezco también mis pequeños sufrimientos, dolores, malestares, sacrificios, fracasos, por las vocaciones. Me empeñaré personalmente en promoverlas y ayudarlas en todo aquello que me sea posible, material y espiritualmente. Por último, te ofrezco también mi propia vida para que Tú la hagas un instrumento por medio del cual puedas seguir hablando a los hombres.

"Cuando pienso en el mundo que se apaga y muere por falta de Cristo.

Cuando pienso en el caos profundo en que se desbarranca la inquieta y ciega humanidad por falta de Cristo.

Cuando veo a toda esa mole obrera afiliarse a las sectas comunistas por falta de Cristo.

Cuando me encuentro con la fuerza de la juventud, marchita y destrozada, por falta de Cristo...

No puedo ahogar las quejas de mi corazón. Quisiera multiplicarme, dividirme, para escribir, predicar, enseñar a Cristo.

Y de las entrañas más profundas de mi ser, del espíritu mismo de mi espíritu, brota contundente este grito único: ¡MI VIDA POR CRISTO!

Recristianizar a la humanidad.

He ahí nuestra misión.

He ahí nuestro fin".