Muchas veces, todo empieza por una broma o por curiosidad... pero es cosa seria. La superstición es una desviación del culto que debemos a Dios, la cual conduce a la idolatría y a distintas formas de adivinación y de magia.
La persona que ha sido aconsejada por adivinos pierde parte de su libertad porque se sugestiona y trata de cumplir la predicción, consciente o inconscientemente. Quien cree en el ocultismo y trata con la magia, sucumbe a sus prácticas. Inconscientemente cumple él mismo lo que quiere obligar por medio de sus manipulaciones mágicas. Se hace víctima de la autosugestión.
La astrología -y los horóscopos- paraliza la iniciativa y la facultad de discernimiento de quienes ponen su fe en ella. Embrutece e impide la reflexión. Uniforma la personalidad hacia una inercia de fondo. En la astrología hay una fuerza oculta, con todos los efectos malos que las artes ocultas llevan consigo. En el caso de que la persona se aficione a que le lean la mano (quiromancia), se observa con frecuencia que se debilitan sus defensas morales.
La educación cristiana ha rodeado a las personas de muros protectores. Incluso aquel que se haya lejos de Cristo vive en el orden de un mundo cristiano; pero si se acude a adivinos, brujas, ocultismo o a centros espiritistas, esos diques se derrumban.
El ocultismo estimula todas las pasiones y las malas inclinaciones. La persona aconsejada por el ocultismo, en muchos casos, se pone de malas, se vuelve irascible y se entrega a una vida de vicio.
Cuando una persona empieza a involucrarse con la brujería y las ciencias ocultas, cambia su personalidad. Así le sucedió a una mujer de trece años. Catalina era una muchacha abierta y alegre. Empezó a hacerse amiga de un grupo que jugaba con la ouija y echaban maldiciones a las personas que les desagradaban. Poco a poco fue dejando a sus antiguas amigas y ya no se le veía alegre ni con la mirada limpia, hasta que una maestra la orientó sobre esos juegos.
Lo oculto es mucho más fuerte de lo que imaginamos, más fuerte que todo poder que se pueda tener de modo natural. Los brujos muchas veces juegan con poderes que los sobrepasan y que no pueden manejar a su antojo.
Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud correcta consiste en poner el futuro en manos de Dios y abandonar toda curiosidad malsana. A Dios le gusta que confíen en Él. Todas las formas de adivinación han de rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios (ángeles caídos), la evocación de los muertos y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir. Pues eso encierra una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y los hombres, a la vez que un deseo de ganarse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor que le debemos a Dios.
Las prácticas de espiritismo, invocar a los espíritus de los difuntos o consultar las tablas de ouija no es bueno. Es siempre malo. Es el demonio quien hace que la tabla se mueva. No está permitido invocar a los difuntos. En el espiritismo, si hay respuesta, es siempre y sin excepción Satanás y sus ángeles caídos. Las personas que practican el espiritismo (adivinadores, brujas, etc.) están haciendo algo muy peligroso contra ellas mismas y contra quienes van a consultarlos. Están sumidas hasta el cuello en mentiras. Está estrictamente prohibido por Dios invocar a los muertos. Satanás puede imitar todo lo que viene de Dios. Él puede imitar la voz y la apariencia de los muertos; una manifestación de este tipo siempre proviene del Maligno. Satanás incluso puede sanar, pero esas curaciones nunca duran.
Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se quiere obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo –aunque sea para procurar su salud-, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables cuando llevan la intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible . El primer mandamiento prohíbe la superstición y poner la fe en otra cosa fuera del Dios verdadero y su doctrina.
No hay que olvidar que, cada hora, cada segundo de nuestra vida tiene un peso de eternidad.