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Actitudes ante la oración

Actitudes ante la oración  

Para poder, verdaderamente crecer en la vida cristiana son necesarios tres elementos, los cuales pueden ser considerados como los pilares de la construcción: Los Sacramentos, la Oración, la Lectura y Meditación de la Palabra de Dios. Cada uno contribuye a su modo, a formar interiormente a Cristo y a permitir que éste se transparente en nuestra vida. De entre estos, uno de los más importantes es la oración (sin que esto quite nada a la importancia y fundamentalidad de los otros). Esto es porque la oración es el medio por el cual Dios nos da, por un lado, Luz para entender lo que leemos en la Escritura y abre nuestro espíritu a la voz de Dios; por otro lado es, junto con los sacramentos, el instrumento por el cual es fortalecido el "hombre interior" de manera que podamos resistir la tentación y librarnos de nuestros vicios y pecados (Cf. Mt. 26,41).

Efectivamente, sólo mediante la oración, la vida del hombre podrá resistir los embates del enemigo y realizar el cambio de vida que Jesús quiere y nos ofrece mediante la redención. Cuando el hombre no ora, es impotente para permanecer en la vida de gracia, ya que el león, es decir el pecado, los asedia implacablemente y aunque participa de los sacramentos y lee la Palabra, los resultados prácticos en su vida son casi insignificantes, ya que apenas si ha recibido la gracia mediante la unión con Jesús en los sacramentos, a la primera tentación, la pierde, quedando infructuosa en él. De aquí pues, la importancia VITAL que tiene la oración en la vida del cristiano. El hombre que no ora, JAMAS verá cambios profundos en su vida, ya que la oración es para la vida del cristiano, lo que para una reacción química es el catalizador. Si en una reacción no se pone el catalizador, aún a pesar de tener los elementos de la fórmula, no se dará la reacción, el cambio. De igual modo sucede en la vida del cristiano: Si no se tiene la oración, aún teniendo los demás elementos lo más posible es que no se dé una transformación en el hombre que logre producir en él la imagen de Jesús, el HOMBRE PERFECTO.

La oración, transforma profunda y radicalmente al hombre, pues perfecciona la unión y permanencia con Dios, al ayudar a que circule por él la vida de la gracia, la vida del Espíritu. Nos dice el padre Monleon: "la oración es una cosa seria: hagámosla seriamente. Es cosa santa: hagámosla santamente". No busquemos excusas de por que no oramos, recordemos que la oración no es cuestión de tiempo, pues esto nadie lo tiene, la oración es esencialmente cuestión de amor, pues para las cosas y las personas que amamos, siempre tendremos aunque sea un poquito de tiempo. Por lo tanto, debemos fabricar el tiempo, darnos este momento en nuestro día para tener contacto de intimidad con Dios (levantarnos mas temprano, llegar mas temprano a la casa, sacrificar un poco las diversiones, etc.) Debemos aprender a fabricar el tiempo de nuestra oración, tanto en familia como personal. El padre Monleon dice que: "una vida organizada, que vive en jerarquía de valores, no pretende arrinconar el trabajo. Sencillamente, no arrincona la oración". Por otro lado, debemos ser consientes de que la oración es un hábito que puede no ser fácil de adquirir pues orar es fácil, sin embargo, ir a la oración y permanecer en ella es lo difícil. Además este hábito es tan endeble por estar acechado por el demonio, y nuestra debilidad fragmentada por el pecado, que se pierde con facilidad si se le descuida y se le disminuye.

Recordemos, pues que la oración no es otra cosa que un DIALOGO CON DIOS. Sí un diálogo con Dios, pero un DIALOGO AMOROSO como nos lo dice santa Teresa de Jesús: "Orar, es pasar largos ratos con aquella persona que sabemos que nos ama". Por lo que no importa la posición sino la disposición, no importa tanto el que se dirá, cuanto el cuanto se amará. La oración es un diálogo, y esto para nosotros, es todo un problema, pues a pesar de estar viviendo en la era de la comunicación, el hombre no sabe dialogar. No sabe dialogar con los demás, mucho menos con él mismo y ni que decir con Dios. El hombre de hoy se encierra con facilidad en sí mismo y en sus problemas lo que dificulta el diálogo. Es por ello que muchas veces busca resolver todo desde su propio ámbito y desde su egoísmo, dándole sentido y explicación a todo cuanto va pasando en su vida. Esto, en la mayoría de las ocasiones, se traduce en relaciones superficiales carentes de compromiso y autenticidad. Decíamos que la oración es un diálogo, pero es un diálogo que acerca e identifica, y por ello debe tener dos características esenciales: Debe ser un diálogo que va creciendo en profundidad, pero también crece en el tiempo que se dedica a este diálogo.

Estas dos características harán que la relación vaya perdiendo la superficialidad y vaya integrando a las personas, en este caso a Dios y al orante, para que de ahí nazca y se alimente el amor. Es en este proceso de alargamiento y profundización, como el hombre es capaz de comunicar, primero sus ideas, luego sus sentimientos y finalmente todo su ser. Si nos fijamos con atención en el evangelio, vemos que Jesús no nos habló mucho sobre la oración, Jesús oró mucho. Los apóstoles lo vieron constantemente en oración, y vieron cómo su vida a cada momento se transformaba, cómo en cada ocasión, al volver de la oración, Jesús venía fortalecido, animado, iluminado, lúcido, etc., y por eso le pidieron con insistencia que les enseñara a orar (cf. Lc 11,1-4). De manera que los apóstoles, poco a poco fueron aprendiendo de Jesús que basta abrir el corazón y ponerse frente a Dios tal como se es y pasar junto a él largos ratos; largos y amorosos ratos en compañía del amado Padre.

Algunas ideas equivocadas sobre la oración pueden desanimar a quienes inician esta camino de diálogo y encuentro con Dios. Una de las más extendidas es el pensar que orar es SENTIR ALGO. Ciertamente la comunión con Dios puede ser de alguna manera sensible, y no es extraño que dentro de ella el hombre pueda experimentar algunas sensaciones e incluso sentimientos, pero no es la regla común ó exclusiva, por lo que no podemos decir que el día en que no se tiene ningún sentimiento o ninguna sensación significa que no se ha orado. Un ejemplo que ilustra mucho nuestra relación con Dios dentro de la oración y que ha sido usado por los grandes místicos para hacernos conocer la esencia de lo que ellos han vivido en su trato con Dios es, el matrimonio. Si parangonamos lo que venimos diciendo con el matrimonio nos daremos cuenta que en una relación matrimonial, sobre todo después de algunos años de casados, hay veces en que no sentimos lo que sentíamos en el noviazgo, el cual en general está lleno de sensibilidad (factor importante para el enamoramiento) y no por eso ya no amamos a la persona. Más bien, nos damos cuenta que el amor ha madurado. Pues bien, esto mismo pasa en la oración; es normal que al iniciar una vida de oración se dé más la sensibilidad, y que al ir madurando, de ordinario, ésta se vaya transformando de una sensación a una convicción.

Otra de las ideas que no son precisamente exactas sobre la oración es el pensar que orar significa hablar. El hablar es ciertamente la forma más común en que el "hombre" se comunica, pero, ¿es realmente la más efectiva y la única que utiliza? No forzosamente. Nosotros como humanos tenemos formas no verbales de comunicación que, en muchos casos, son mucho mejores que las verbales y que nos hacen capaces de comunicar lo incomunicable (como el amor, por los abrazos, caricias y besos). En una relación de amistad, ordinariamente con el paso del tiempo la comunicación se va haciendo más perfecta (o se ha de hacer), pues es necesario comunicar no sólo ideas, sino sentimientos, sentimientos muy profundos. Los besos, las caricias, las miradas y gestos, en infinidad de ocasiones, nos dirán muchísimo más que mil palabras. Por lo tanto, si no tengo algo que decir verbalmente, no implica que no tenga algo que "comunicarle" a Dios en la oración. Recordemos lo que ya decía San Juan de la Cruz: "Orar es estar en atención amorosa con Dios".

Las concepciones inadecuadas sobre la oración son: pensar que Dios siempre realizará las cosas que le pedimos en el momento y de la manera que se las solicitamos. Es cierto que Dios siempre nos escucha, sin embargo es necesario tener en consideración dos cosas: La primera es que Dios es "papá" y por ello sabe lo que nos conviene, de manera, que a veces si pedimos lo que no nos conviene, no nos lo dará, pues Dios nunca nos dará algo que nos aleje de El, de los hermanos y/o del Reino. Por otro lado debemos reconocer que Dios para hacer todo, tiene un proceso, desde la creación, hasta los más mínimos detalles. El sabe cómo y cuándo. Si se tiene en cuenta estas dos consideraciones, la oración se hace siempre con gran confianza pues sabemos que somos escuchados, pero que Dios nos dará lo que es mejor para nosotros y en el momento preciso.

El elemento que influye poderosamente en el desarrollo de nuestra vida diaria, es la actitud con la que hacemos las cosas, tanto así, que una actitud correcta generalmente cambia el sentido y el fruto de lo que realizamos. Lo mismo sucede en la oración. A continuación, te propongo algunas de las actitudes que definitivamente te ayudarán a mejorar tu trato con Dios y a crecer en él, y que muchas veces pueden ser el factor decisivo para encontrar gusto en la actividad más importante de nuestra vida que es la oración. Quizás una de las actitudes más importantes en el hombre que desea llegar a tener una relación profunda con Dios, es el tomarse tiempo para estar con él. Vivimos en un mundo muy rápido lleno de actividad y en donde todo reclama nuestra atención inmediata. Esto hace que se hagan muchas cosas con gran SUPERFICIALIDAD. Esto afecta de manera particular a nuestra oración ya que muchas veces llegamos a la oración con mucha prisa, pues ya tenemos otros compromisos, lo que hace que, por un lado no disfrutemos de la compañía de Dios, por otro lado predispone nuestra mente para que ésta esté ocupada en mil cosas y sea difícil centrar nuestra atención en Dios, y finalmente que no esté nuestro corazón abierto para escucharle, pues nuestro trato con él se convierte solo en un rápido y árido monólogo. Para la mayoría de las cosas que hacemos en el día, programamos un espacio, pues las consideramos importantes, ¿por qué para la oración no?

Una de las actitudes que deben de cimentar nuestra oración es la de creer que al orar verdaderamente me encuentro con Dios. Se trata no únicamente de creer en Dios, sino ir más allá; CREERLE A DIOS. Es fundamental entonces el acercarnos a la oración con la firme convicción de que en ella se va a tener un encuentro con una Persona, que está más presente que nosotros mismos, aunque no la podamos ver, y en muchas ocasiones (la mayoría), ni siquiera sentir. La fe nos asegura que Dios está no solo con nosotros, sino en nosotros, y que aunque no nos demos cuenta, su amor nos envuelve y penetra al mismo tiempo. Por ello debemos desterrar toda idea de que vamos a hablar con alguien que está tan lejos que no lo puedo alcanzar, y ni que esperanzas que me escuche. Santa Isabel de la Trinidad decía: "No tengo que morirme para ir al cielo, pues Dios es el cielo y Dios está en mi corazón". La fe será también quien nos asegure que Dios nos ama, como nadie es capaz de amarnos... pues es "papá". Jesús para referirse a Dios lo hacía con la palabra "Abba", que en hebreo significa: papá, papacito, papito. Por ello, cuando oro me siento tranquilo y seguro en su presencia... nada me turba, nada me espanta, estoy en la presencia del Amor.

Pero al mismo tiempo que sé, por la fe, que Dios, ante y con quien estoy, es Padre, es también mi Señor, mi Salvador; por medio de quien se me perdonaron todos mis pecados y se me dio la gracia de ser hijo de Dios, que se encarnó y padeció por mí. Por lo tanto, sé que estoy ante un Dios que entiende mis debilidades y mis padecimientos, mis afanes y mis alegrías. Es un Dios que ha llorado como yo, que ha sufrido y reído como yo, es el Emmanuel, el Dios cercano, el "Dios-Con-Nosotros", que me ama y comprende. Finalmente, cuando voy a orar, la fe me asegura que estoy con y en el Amor Consustancial del Padre y del Hijo, que me ha sido dado y por medio del cual puedo llamar a Dios Padre y sentirme plenamente salvado, y que será en definitiva quien me dé acceso a la comunicación con Dios, pues es el mismo Espíritu quien ora en mí, pues yo soy incapaz de hacerlo y de llamar a Dios "Papá". Es la fe la que hace posible la certeza de estar no sólo con Dios, sino EN DIOS. Es por todo esto que cuando nos disponemos a orar es conveniente prepararnos haciendo en nosotros presencia Trinitaria y vernos y SABERNOS envueltos y penetrados por el amor de Dios... por Dios mismo. Nada mejor para ello que la invocación al Espíritu Santo de manera insistente, para que vitalice todo lo anteriormente dicho.

Una de las actitudes que no deben faltar en un orante es la de confianza y abandono. Si por la fe sabemos que estamos ante Dios, que es Padre y que nos ama, debemos acercarnos a la oración con una confianza infinita y ponernos totalmente en sus manos y que le abramos totalmente nuestro corazón. Es como cuando vamos al médico con el cual, si queremos encontrar una cura definitiva para nuestra enfermedad debemos ser totalmente honestos y estar dispuestos a hacer lo que él nos diga (aunque muchas veces sea doloroso e incluso costoso). En nuestra oración no debemos ser como aquellos que van a ver al médico con la idea de escuchar de éste solo lo que ellos desean y sin estar dispuestos a seguir sus instrucciones. Cuando nos acercamos a la oración debemos estar atentos a la voz de Dios, que en su palabra de una manera que solo él conoce nos instruye y va moldeando nuestra vida, hasta que lleguemos a la perfección, la cual no es posible sin el esfuerzo y la cruz. En nuestra oración no debemos pues ir a buscarnos a nosotros mismos, sino a Dios; no nuestra voluntad sino la de Aquel que nos ama. Tengamos siempre presente, que Dios no nos pedirá nada para lo cual no nos haya dado previamente la gracia y la fuerza para realizar. Dios espera una cooperación de nuestra parte en todas sus acciones... Dios es gratitud, y el hombre esfuerzo.

Ya decíamos que al disponernos a orar debemos hacernos conscientes de que estamos delante de Dios el cual es, mi Padre, mi Salvador, y mi Consolador, por lo que debe de nacer en mí, una confianza infinita que me lleve a entregarme en sus brazos. Por ello en mi oración me abandono en Dios, sabiendo que como un papá amoroso ya me escuchó, por lo que no tengo que repetirles muchas veces las cosas, pensando que no me ha escuchado, o que a fuerza de repetirle las cosas lo voy a "convencer" de que me las dé. De manera que cuando repito en la oración mi súplica, no lo hago porque piense que no me ha escuchado, sino como lo hace un niño que le hace patente si necesita a su padre, esperando que lo atienda. No por desconfianza sino por amor. Es tal nuestra fe y nuestra confianza en la oración que sabemos no sólo que Dios nos ha escuchado, sino que, como Padre amoroso nos dará todo aquello que contribuya a nuestra salvación, la de los que nos rodean y la instauración del Reino, pero por otro lado, a pesar de nuestras insistencias no recibiremos aquello que él bien sabe que sería perjudicial, ya sea para nosotros o para los demás (cf. Mt 7,9-11). A este respecto debemos saber, que hay cosas que sí nos va a dar, pero que no es el momento oportuno para recibirlas. Hay que aguardar el tiempo conveniente, pero con la misma confianza que se las pedimos, y como si ya las hubiéramos recibido, ya que ésta es la condición para recibirlas (cf. Mc 11.24). El cristiano cuando ora está siempre seguro de que Dios "jamás" le negará nada que necesite o sea bueno para él, para su salvación y la del mundo. Por ello se dirige al padre con infinita confianza: "Padre, yo no sé nada... Tú lo sabes todo. Dame lo que me conviene a mí y a todo tu pueblo, pongo en tus manos mis deseos, que antes de que yo te los esté diciendo, Tú ya los sabes... Y hágase, no conforme te pido, sino como Tú quieras, pues tu voluntad es amor, no puede ser de otra manera. Amén".