Vivimos instalados en la vorágine de la información acelerada en casi todos los medios. Apenas nos queda tiempo para la reflexión personal y colectiva.
Los eventos cotidianos se suceden interrumpida y vertiginosamente Sin apenas darnos cuenta, nos vamos convirtiendo en seres superficiales, a quienes resbalan los hechos más crueles, impactantes y tremendos. Una tras otra, las noticias nos asaltan en cascada incontenible, sin dejar en nosotros la menor huella. Estamos ya curados de todos los espantos.
Pocas cosas -¡si hay alguna¡ -nos llegan a conmover profundamente. No son pocos los que sólo buscan en la realidad sangrante que acontece, su ración de morbo, sin pararse a reflexionar ni plantearse nunca un porqué, que es lo propio de la racionalidad.
De vez en cuando la editorial de algún diario, la intervención de un sociólogo o el comentario de un intelectual, analizan la realidad y nos sitúan en la etiología (estudio de las causas) del acontecer diario.No está mal, pero no es suficiente.
Se echa de menos, sobre todo, la reflexión de "hombres de Dios" (profetas, Santos, sacerdotes etc.) que hagan despertar del letargo a los demás, e inciten a elevar la mirada de sus congéneres, por encima de sus cabezas, hacia la trascendencia de sus actos y de sus vidas. Sin esto estamos abocados, grupal y colectivamente, a un destino nada apetecible y halagüeño.
Más reflexión y menos evasión. Por el bien de todos.