Los que defienden el aborto repiten aquí y allá los argumentos de siempre, con una originalidad bastante escasa. Si los usan tanto, será porque son buenos... De verdad, ¿son tan buenos como parecen?
Imaginemos, como en una fábula, que se aplicasen algunos de esos argumentos al tema de los impuestos, la evasión fiscal y los fraudes...
En un país lejano se reunieron en congreso grupos de feministas y de masculinistas para defender el derecho a la evasión fiscal y al fraude. Crearon varias Organizaciones no gubernativas (ONGs), una llamadas “Católicas evasoras por el derecho a decidir”. Otra llamada “Trabajadores y empresarios defensores de la libertad fiscal”. Otra “Orgullo fraude”.
Discutieron diversos argumentos a favor de su causa. Hubo uno muy aplaudido por todos los grupos: en el mundo se cometen millones de fraudes y evasiones fiscales de todo tipo, lo cual crea escrúpulos, miedo, angustia, terror. Miles de personas mueren cada año en las cárceles mientras esperan ser juzgadas por no pagar impuestos o por fraude. Otros miles se suicidan cuando se dan cuenta de que van a ser descubiertas, o cuando son denunciadas por una prensa que practica métodos propios de la más criminal de las inquisiciones... No faltaron algunos congresistas que pidieron elevar esas cifras: cuando más alto sea el número de víctimas de los impuestos, más impacto se creará en la opinión pública. Hubo aplauso general.
El segundo argumento resultó un ataque directo a la Iglesia católica. Las “Católicas evasoras por el derecho a decidir” recordaron que la ética es un asunto privado, y que cada uno hace con su dinero lo que quiere. Una repitió: “si el cuerpo es mío y hago con él lo que quiero, necesito dinero, y ni el Estado ni la Iglesia me pueden quitar ese dinero para disponer libremente de mi cuerpo y llevarlo donde quiera, vestirlo como quiera y alimentarlo según me parezca. Para todo ello hace falta ese dinero que nos quitan en los impuestos”. Otra recordó: “si pedimos la despenalización de la evasión fiscal no hacemos daño a nadie. El que quiera pagar impuestos, que los pague. No queremos imponer a nadie que sea evasor. Simplemente queremos respeto para todos los evasores y las evasoras”.
En la misma línea, algún estudioso hizo reflexiones más profundas. La Iglesia, dijo el experto, al defender el fundamento social de los impuestos y la honradez en los negocios, crea complejos en quienes desean retener el dinero que han ganado con su trabajo. Por lo mismo, hemos de eliminar este tipo de actitudes de intolerancia. Habría que predicar una moral más comprensiva. Miles de católicos que van a comulgar todos los domingos son evasores fiscales o cometen fraude. La Iglesia no debería cerrar los ojos a esta realidad: tiene que acomodarse a los tiempos, si no quiere quedarse sola al defender ideas superadas...
Otro participante se declaró católico. Dijo que había sido catequista durante años y que hacía todo lo posible por no pagar impuestos. Incluso confesó, esta vez sin miedo, que conoce a cientos de personas que hacen lo mismo que él, pero no se atreven a decirlo por la enorme presión que otros católicos conservadores hacen al defender que existen deberes para con el estado y con la sociedad que justifican el pago de impuestos. Lo cual sería una mentira, según nuestro catequista, pues el pagar impuestos no tiene ningún fundamento bíblico...
Otro argumento que tuvo mucho éxito es el de la defensa de la libertad individual. Los estados han creado, durante siglos, sistemas de coacción y de represión para que los evasores fiscales sean castigados. En el fondo, se impide a los ciudadanos el hacer con su dinero lo que quieran, lo cual va contra el derecho a la libertad. Si despenalizamos o legalizamos la evasión fiscal, el mundo recobrará la libertad. Incluso el resultado final sería beneficioso para el mismo estado: millones de ciudadanos, que antes pagaban impuestos movidos por el miedo o el escrúpulo, empezarán a dar con libertad, alegremente, su dinero a grupos de beneficencia o a personas más necesitadas. Algunos de esos grupos de beneficencia mostrarán ser más eficaces que los complejos sistemas de la burocracia que nunca han sabido usar bien el dinero que debería servir para el bien común. Y, desde luego, disminuirá de modo radical el número de fraudes, pues la gente tendrá los bolsillos más llenos de dinero.
Algunos delegados, sin embargo, declararon la irrealidad de un proyecto anti-impuesto tan radical. Por lo mismo, propusieron la estrategia de los “pequeños pasos”. Habría que deslegitimar a los gobiernos y a los parlamentos con el método de desenmascarar a todos los gobernantes corruptos. Este método crearía un enorme impacto en la opinión pública y haría más fácil la supresión de los impuestos. Recordaron, además, que en muchos países ya eran legales algunos casos que permitían pagar menos impuestos. Habría que crear oficinas y grupos filantrópicos que difundiesen estas opciones y las hiciesen asequibles al mayor número de personas. Poco a poco el dinero que antes llegaba a un estado anónimo y opresivo pasaría a estos grupos. Luego habría que trabajar para conquistar nuevas metas, hasta lograr que el pago de impuestos fuese totalmente libre en todas las sociedades.
Se trata, como dijimos, de una fábula. Por desgracia, en el tema del aborto la fábula se ha hecho realidad en muchos países, y en otros está todavía en los inicios. Además, los gobiernos lucharán hasta la muerte para que los impuestos sean pagados siempre con mayor puntualidad y para perseguir a los que buscan eludir un deber tan “sagrado”, mientras que el tema del aborto... Para algunos políticos, es penoso reconocerlo, importa más la limpieza en las finanzas que el derecho a la vida de los no nacidos.