Llega el momento de la prueba, de la noche oscura. Dios podría ahorrarnos todas esas pruebas, pero son necesarias para convencernos de nuestra radical impotencia para hacer el bien por nosotros mismos. Santa Teresa de Lisieux decía que la cosa más grande que el Señor había hecho en su alma era “haberle mostrado su pequeñez y su ineptitud”. Vicente de Paúl decía: “El bien que Dios hace lo hace por él mismo, casi sin que nos demos cuenta”. Llega un momento en que somos más pasivos que activos en la vida interior.
Jacques Philippe afirma que las razones por las que perdemos la paz son siempre malas razones. Respecto a este combate, dichoso el hombre que ha llenado su aljaba (Salmo 127) con esas “flechas” que son los buenos pensamientos, con convicciones llenas de fe que nutren la inteligencia y fortalecen el corazón. Lo que el Señor nos pide es confianza en Él por encima de todo. Escuchemos el reproche que le hace a Santa Catalina de Siena:
“Por qué no confías en tu Creador? ¿Por qué te apoyas en ti? ¿No soy fiel y leal contigo? (…) El hombre todavía duda de que yo sea lo bastante poderoso como para socorrerle, lo bastante fuerte como para asistirle;… tiene miedo de no encontrar en mí el pan para alimentarse” (Diálogo cap. 14).
Muchos jóvenes dudan en entregar su vida a Dios porque no confían en que Él sea capaz de hacerles plenamente felices, y al tratar de asegurarse su felicidad, se vuelven tristes y a veces desdichados. “Dios nos da en la medida en que esperamos en Él”, escribe San Juan de la Cruz.
Si hacemos oración, Jesús nos podría decir lo que a Santa Faustina:
“Evita las preocupaciones que te afligen y los pensamientos negativos sobre lo que puede suceder más adelante. No estropees mis planes queriendo imponerme tus ideas. Déjame ser Dios y actuar como sé hacerlo. Abandónate en mi y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente Jesús confío en ti. Lo que más daño te hace es tu razonamiento, tus propias ideas y el querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices “Jesús yo confío en ti”, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos. No tengas, miedo, Yo te amo.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: Jesús, yo confío en ti. Necesito las manos libres para obrar. No me las ates con tus preocupaciones inútiles. Satanás quiere eso: agitarte, angustiarte, quitarte la paz. Confía en mí, abandónate en mí. Yo obro en proporción del abandono y la confianza que tienen en mí. Deposita en mí tus angustias, tus problemas y dificultades y duerme tranquilo. Dime siempre: Jesús confío en ti, y verás cómo se va llenando tu alma de paz, de tranquilidad, de amor y de sosiego. Te lo prometo y te lo cumplo porque te amo. Tu amigo que nunca falla. Jesús.
Siempre hay temor a sufrir. Si permite el sufrimiento, nuestra fuerza radica en creer que “Dios no permite sufrimientos inútiles”, como dice Santa Teresita del Niño Jesús.
El Cura de Ars una vez vio todos los obstáculos y lazos que había en su camino de la vida. Se asustó; comprendió que sin la ayuda de Dios era imposible triunfar. Para resistir a los incesantes asaltos del mal, nuestra oración ha de ser incesante. En ocasiones vamos a hacer la oración con cierto desánimo y, sin que pase nada particular, salimos con el corazón apaciguado. Lo mismo sucede cuando vamos a la Villa de Guadalupe o a otro santuario a ver a la Virgen María. El Espíritu Santo hace su trabajo en secreto.
Dios hace que todo coopere a mi bien, incluso el mal, el dolor y los propios pecados. Lo vemos en la vida de Santa Josefina Bakita, se la robaron, la vendieron como esclava, y gracias a eso pudo conocer años más tarde la fe y entregarse a Dios. Muchas veces lo doloroso es soportable y beneficioso. Lo que veía en contra mía se revela como hecho a mi favor. Lo que Dios hace por mí lo hace igualmente por los demás y también por el mundo entero, de un modo misterioso y oculto.
Jacques Philippe escribe “o nos abandonamos completamente o no nos abandonamos en absoluto” (La paz interior, Ed. Rialp), y explica: cualquier realidad que no abandonemos, que pretendamos organizar por nuestra cuenta sin dar “carta blanca” a Dios, continuará inquietándonos de un modo o de otro. La medida de nuestra paz interior será la de nuestro abandono en manos de Dios, la de nuestro desprendimiento.
Dios es infinitamente más capaz de hacernos felices de lo que somos nosotros, pues nos conoce y nos ama más de lo que nosotros nos conocemos y nos amamos. San Juan de la Cruz expresa esta verdad esotros términos: “Se me han dado todos los bienes desde el momento en que ya no los he buscado”. También dice que “suele ocurrir que, por donde cree perder, el alma gana y aprovecha más”.
Cuando hay tentaciones en contra de la fidelidad es que se ha puesto el corazón en los encantos de una vida mundana, y en lugar de servir, se ansía sólo triunfar; en lugar de darse, tener; en lugar de Amor, egoísmo, y en lugar de negarse a uno mismo se niega a Dios; entonces, donde había entusiasmo, aparece el aburrimiento.
El problema de fondo es que estamos demasiado apegados a nuestras opiniones sobre lo que es bueno y lo que no lo es, y no confiamos suficiente en la sabiduría de Dios. No creemos que sea capaz de usar todo para nuestro bien. Dios permite lo que nos va a permitir amarlo más, pues crecer en la vida espiritual es aprender a amar. El alma joven no busca acumular seguridades.
Lo más sano es reconocer nuestra bajeza día a día, con obras, desapareciendo, pisoteando hasta las más mínimas rebeldías del propio yo, y entonces podremos ser fieles. Nunca podremos entender del todo por qué Dios quiso salvarnos precisamente a través de la Pasión y Muerte de su Hijo, pero sí podemos entender que no fue el dolor lo que constituyó una reparación por nuestros pecados, sino la obediencia de Jesús, y la consecuencia es aceptar el sufrimiento.
Ojalá que nuestro refugio y fortaleza sea el Corazón de Jesús, mina de la misericordia divina; meternos en ese horno ardiente de caridad, y no salir de allí jamás. Ése es nuestro sitio: el Corazón de Jesús, para ser una brasa encendida, un foco de iniciativas.
No somos conscientes de la importancia que tiene ser heroicos en el momento presente, siglo XXI, año 2007. En una visita del Padre Gobbi, italiano, fundador del MSM, a la Villa de Guadalupe le dijo la Virgen en diciembre de 1994: “¿Has visto, pequeño hijo mío, con cuánto entusiasmo me aman, me rezar y glorifican todos estos hijos míos mexicanos? Por esto comenzará desde aquí mi gran victoria contra las fuerzas masónicas y satánicas, para el mayor triunfo de mi Hijo Jesús”.