Promesas incumplidas, promesas vividas
Si prometo algo malo no estoy obligado a cumplirlo. Simplemente, me equivoqué, o me dejé llevar por la pasión, o quise parecer seguro para ganarme la confianza de otros, o estaba convencido de que era bueno lo que en realidad no lo era. Por lo mismo, tengo la obligación de arrepentirme, de reconocer mi error, de cambiar de ruta, de romper con esa mala promesa.
Pero si prometo algo bueno, algo justo, algo que merece ser respetado, ¿por qué tengo que cumplir lo prometido? La respuesta puede parecer fácil: porque lo prometí, pero sobre todo porque prometí algo bueno.