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Santo Tomás Moro

Señor, dame una buena digestión... y, naturalmente, algo que digerir

  Un imborrable recuerdo infantil, que presenciaba en algunas iglesias, eran esas imágenes o esculturas, en madera o yeso, de santos con los rostros severos, la tez pálida; algunos con caras de sufrimiento o de dolor, y casi siempre transmitiendo tristeza. Otros externaban un aire demasiado angelical, al punto que no parecían seres de carne y hueso.