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Padre Fernando Pascual L.C.

Solidarios en la misericordia

 

 

Uno de los daños más graves del pecado consiste en su fuerza aislante: nos encierra en nosotros mismos, rompe nuestra unión con la Iglesia y con los demás, nos hace más egoístas, nos aparta del amor.

Es cierto que a veces hacemos pecados “en compañía”, incluso en un ambiente de fiesta, de diversión. Pero luego, el mal cometido, el egoísmo presente en cada falta, nos hace extraños o enemigos de los de casa, incluso de quienes fueron compañeros del delito.

Sólo Cristo puede llenar de dicha el corazón del hombre

Más de dos millones de jóvenes estaban reunidos ese domingo 20 de agosto de 2000 en una explanada de Tor Vergata (Roma). El amanecer había sido agradablemente fresco. Muchos jóvenes no se lo esperaban, después de las jornadas anteriores, caracterizadas por el fuerte calor. El sol, sin embargo, salió con nuevos bríos, y pronto hizo sentir toda la fuerza que suele exhibir en el mes de agosto.

Sintonizar con Cristo

 

Hay lugares donde se percibe de un modo más intenso la presencia de Dios. Un santuario, una meta de peregrinaciones, toca los corazones de los hombres y mujeres que acuden a rezar, a contemplar, a pedir perdón o a dar gracias.

Otros perciben la cercanía de Dios en algunos fenómenos naturales, como se relata en el Antiguo Testamento: en el viento, la lluvia, el terremoto, el fuego, la fuerza de algunos animales.

Si no fuera pecado, ¿lo haría?


Si no fuera pecado, ¿lo haría?

 

Una “buena tentación” es aquella que repite una y otra vez: “si me sigues, si cedes sólo por esta vez, si dejas el rigorismo, si te permites este pecadillo, ganarás mucho y perderás muy poco”. Ganar mucho dinero con una trampilla, o lograr un rato de diversión pecaminosa después de una semana de tensiones en el trabajo o en la familia, o conseguir un buen contrato a base de calumniar a un amigo, o...

Sed de amor

 

Sed de amor

 

 

Una sed que está ahí. Presente, respetuosa, a veces con un deje de cansancio o de pena. Quisiera levantar nuestro corazón a nuevos horizontes, abrir nuestra mente a verdades profundas, desatar energías que duermen en la satisfacción de la nada.

Cada uno tenemos, muy dentro, indestructible, una sed intensa, profunda, insaciable. Sed de amor y de verdad. Sed de alegría y de entrega. Sed de justicia y de paz. Aunque también hemos acumulado mucha arena para apagar o esconder el deseo de un amor más grande.