Mártires de Compiege, Santas
Biografía, 15 de julio
La oración de estas chicas carmelitas fue el arma que les ayudó a superar los tormentos y la muerte que les infligieron los locos de la Revolución francesa.
De sus ratos de oración sacaban fuerzas para mantenerse cada día en la onda de lo divino y de lo auténticamente humano.
Compiège es un célebre convento de Carmelitas de Oise. En el día amargamente recordado del 17 de julio de 1794, las cogieron y se las llevaron a París.
La capital francesa viví envuelta en un verdadero caos. Era la época del Terror. La ley, recién salida de las hordas revolucionarias, le prohibía llevar el hábito. Estas 16, al mando de la superiora Madre Teresa de san Agustín, decidieron que lo llevarían hasta la misma guillotina.
Ellas, como víctimas que van al matadero, ofrecieron sus vidas a Dios "para aplacar su cólera y para que la paz divina, traída al mundo por Cristo, se devolviese a Francia y al Estado".
Parece mentira que el gozo les llenará por dentro y por fuera. Tenían un valor increíble, efecto de estar en contacto con Dios y ponerse cada día en sus manos para hacer su santa voluntad.
Cuando el Comité revolucionario las descubrió a todas, las encarceló en el monasterio de la Visitación, convertido ahora en prisión.
Ya en París, las metieron en la Conciergerie, llena – por supuesto- de curas y monjas. Ellas, sin miedo, cantaban, animaban a los curas y demás monjas, rezaban y ayudaban a todo el mundo.
Les hicieron un paripé de juicio. Las condenaron el 17 de julio a morir en la guillotina.
Al mismo pie del instrumento de la muerte, renovaron una tras otra, su oración al Espíritu Santo, la Salve, el Tedeum (himno de Acción de gracias).
Bernanos ha dejado plasmado en su libro “Diálogos de Carmelitas” este acontecimiento singular de la fe que no teme a nadie porque Dios es más fuerte que nadie.