11 de enero
Etimológicamente significa “ vitalista, lleno de vida”. Viene de la lengua latina.
No hay edad para convertirse a la vida que anuncia el Evangelio. Nunca es tarde si la dicha es buena. Y la fe, en verdad, es una de las dichas mejores que Dios da a quienes libremente la aceptan.
Vital tenía nada menos que sesenta años cuando descubrió la riqueza del Evangelio de Jesús de Nazaret.
Se dio cuenta de que Dios invita a las "mujeres de mala vida" a que entren en su reino.
El vivía tranquilo como ermitaño en su ermita de Gaza en Palestina, tan actual en nuestros días por motivos políticos y bélicos, no por cuestiones religiosas.
Dejó su vida apacible y se marchó a Alejandría, célebre por su barrio chino al lado del puerto.
Allí se construyó su ermita. Se dedicó a hacer dos cosas importantes: una, pedir limosna de puerta en puerta; otra fue la dedicación completa al mundo de la prostitución.
Estas mujeres le tomaron en seguida un gran afecto, y entablaron con él una seria amistad porque estimaban en mucho sus palabras y sus sanos juicios acerca de sus vidas.
A pesar de ser un trabajo difícil, tenía las puertas de su ermita abierta para que fueran a hablar con él cuando quisieran. Les hablaba de la felicidad que da la honestidad de costumbres.
Gracias a sus palabras y al amor sincero y puro que les tenía, además de ser su paño de lágrimas, muchas se convertían y dejaban su mala vida.
Pero como suele ocurrir, había “beatos y beatas” que veían con malos ojos que se dedicara a este trabajo. Lo denunciaron al obispo y lo encerraron.
Las chicas prostitutas pasaban cada noche frente al palacio episcopal gritando y reclamando la libertad de su amigo Vital. El obispo lo comprendió.
Pero días más tarde lo mataron los “beatos o santones cumplidores farisaicos”.
¡Felicidades a quienes lleven este nombre!
“La confidencia corrompe la amistad; el mucho contacto la consume; el respeto la conserva” (Cicerón).