Osana, Santa
Religiosa, 18 de junio
Etimológicamente significa “bendita”. Viene del griego y hebreo. También aparece escrita Hosana.
La santidad, piensan algunos, es cosa muy difícil. El secreto lo conocen sólo los santos y las santas. Y no es verdad. Todo su secreto reside en amar mucho.
Esta joven testimonió que su santidad fue posible en la vida de palacio. Todo el mundo creía que estaba de maravilla. Y sin embargo, sufría como nadie podía imaginarse.
Después de morir, su confesor habló de ella con elocuencia y lleno de admiración. Contaba que se pasaba hasta siete horas haciendo oración, tenía una heridas interiores que renovaban en ella las de la Pasión.
Desde que era pequeña sentía una gran admiración por la teología. Pensaba que era el mejor estudio para entender a Dios.
Se dedicó a comprar libros sobre esta materia en lugar de juguetes.
A los siete cayó enferma. Una vez que se recuperó, los padres le permitieron que entrara en la tercera orden dominica.
Aprovechó su estancia entre las hermanas de tal forma que en 1501 hizo su profesión religiosa, tras unos años de experiencias y de pruebas que demostrarían más tarde el grado de santidad que había adquirido.
Pero no se quedó en el monasterio. Volvió al palacio de Mantua. Los soberanos de aquellos años la nombraron superintendente del palacio.
Eran conscientes de que bajo el mismo techo vivía con ellos un ángel.
Cuando le llegó el momento de su muerte, los soberanos se arrodillaron ante su cuerpo para pedirle la bendición.
Ella les dijo que eso le correspondía al sacerdote. Este le cogió la mano para ayudarle a que los bendijera.
En señal de gratitud, el soberano le concedió a los miembros de su familia la exención de impuestos durante veinte años. La duquesa le levantó un digno mausoleo en la catedral de Mantua. Murió en el año 1505.