Julio 30
Etimológicamente significa “princesa de las aguas”, en lengua siria, y “espejo”, en lengua hebrea.
Si la vida de los santos se distingue por algo, es precisamente por su amor a los pobres. Jamás pasó por sus mentes que eso perder el tiempo con los desgraciados y abandonados de la sociedad opulenta.
Esta joven mejicana llamada María Navidad Venegas de la Torre, vino al mundo en el año 1868.
No hay que ver en ella cosas extraordinarias. Lo que llama la atención de esta joven es su sencillez, su apertura a todos.
Al quedar huérfana, fue su tía materna la que la cuidó. A los 19 años, sintió la llamada de Dios para la vida religiosa. Y efectivamente, este deseo se vio cumplido cuando entró en la Asociación de las Hijas de María.
Fueron los momentos ideales para seguir viviendo la humildad, acrecentando su vida interior y su amor intenso por la Eucaristía. Poco antes de entregarse definitivamente al Señor, hizo sus ejercicios espirituales en Guadalajara.
Una vez que hace su profesión religiosa, su trabajo primero fue cuidar a los enfermos en el hospital. Su trabajo de enfermera fue un servicio de alegría y de caridad para con todos los que necesitaban de sus servicios sanitarios y espirituales.
Tenía una atención especial con los obispos y sacerdotes porque veía en ellos la figura de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote.
En 1921, la nombraron superiora general. Poco tiempo después escribió las Constituciones de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, aprobadas en 1930. Al hacer su profesión perpetua se puso por nombre María de Jesús Sacramentado.
Cuando nadie lo esperaba, murió el 30 de julio de 1959.