Santa Julia de la Rena
Ermita, 15 de febrero.
Significa “criatura recién nacida, pelo de leche”. Viene de la lengua latina.
La Iglesia de Roma ha recibido una llamada específica: ser para todos los cristianos la Iglesia que preside en la caridad, llena del soplo del amor del Resucitado.
Esta joven de hoy, de no guiarla el Resucitado en su vida, jamás hubiera aguantado tanto. Era el soplo de Dios la que le impulsaba desde que nació al lado de Florencia en el año 1320, hasta que murió en el 1370.
Su familia fue noble, pero, por circunstancias de la vida, vinieron a menos. Ella se puso a trabajar de empleada en una casa cercana a Florencia.
Tuvo la suerte de entrar en contacto con los Agustinos. Le gustaba su espiritualidad. Incluso sintió deseos de hacerse terciaria secular.
Dios la llamaba por el camino de la soledad.
Sin que nadie lo esperase, dejó la ciudad y se fue a una ermita con el fin de buscar la santificación personal mediante una prolongada vida de oración, una penitencia asidua y constante según manda la ascética.
Cuando volvió a la ciudad. Adquirió como pudo una pequeña habitación cerca de la iglesia de san Miguel y Santiago.
Prácticamente, en lenguaje moderno, vivía en un búnker con dos ventanas: una que daba a la iglesia – para poder participar en la misa -, y otra para recibir la comida y la limosna que la gente le diera voluntariamente.
Hasta los mismos niños le regalaban cosas a su santa. Iban sonriendo y cantando. Ella, para corresponderles, les regalaba bonitas flores.
Vivió así nada menos que 30 años.
Todo el mundo la veneraba y la tenía en alta estima. Tan es así que a penas murió, empezó la gente a darle culto.
En la iglesia le levantaron un altar, cerca del cual había vivido durante tanto tiempo.
Sus restos mortales descansan en la iglesia de san Miguel y Santiago.
Su culto lo confirmó el Papa Pío VII en el 1819.