Santa Hildegarda de Bingen
Septiembre 17
Etimológicamente significa “guerrera vigilante”. Viene de la lengua alemana.
Todo creyente es tentado, pasa por pruebas difíciles y dolores. Es la única forma de avanzar por la senda de la santidad.
La santidad no es patrimonio de ricos o pobres. Es de todos aquellos que quieren vivir la alegría del espíritu. Si hoy la civilización tecnológica avanza, la espiritual está sufriendo un retroceso.
Hildegarda era hija de una familia noble alemana. Desde pequeña se le confió su educación integral a los monjes y monjas del monasterio.
Al terminar sus estudios y ver que su inclinación era ser monja, se le admitió en el monasterio del que llegó a ser una santa abadesa de la comunidad de Eibingen.
Era tanto el celo evangélico que ardía en sus venas que no dejaba de viajar, predicar la Palabra de Dios en las catedrales, conventos y asistía a todas las fiestas en la que hubiese una coronación real o episcopal.
Una de las cosas por las que más luchó fue por la reforma de la Iglesia.
Desde que era niña, tuvo visiones del cielo, pero por obediencia no las pudo dejar escritas.
Por ejemplo, sus narraciones apocalípticas dan del universo una sorprendente visión de modernidad en la que la ciencia actual puede reconocerse (creación continua, energía oculta en la materia, magnetismo).
¿Dónde está lo esencial de su pensamiento?
Lo fundamental se basa en la lucha entre Cristo y el príncipe de este mundo, en el corazón de un cosmos concebido como una sinfonía invisible.
De ella tomó Dante la visión de la Santísima Trinidad.
Murió en el año 1179.