Telémaco, Santo
Mártir, 1 de enero
Etimológicamente significa “el que combate de lejos”. Viene de la lengua griega.
Estamos ante un mártir del siglo IV. Su nombre te suena a raro y, sin embargo, este joven sigue tan actual que últimamente le han dedicado una calle en Roma.
Hizo una gran aportación a la humanidad y a la misma Iglesia. Gracias a su arrojo y valentía en decir las cosas claras a tiempo y a destiempo, consiguió algo que nadie esperaba por la dificultad que entrañaba.
Sí, a este joven le corresponde el inmenso honor de haber abolido o acabado con los cruentos y sanguinarios espectáculos que se celebraban en Roma y, no solamente de la capital, sino en todo el Imperio.
El cristianismo iba creciendo rápidamente y ya se habían acabado las estúpidas persecuciones contra los cristianos por el sólo hecho de creer en Jesús de Nazaret.
El paganismo iba cediendo terreno a la doctrina y vida de los cristianos por ser más coherentes y mucho más lanzados que los seguidores de ídolos falsos.
La gente, una gran parte de la misma, recibió de mal agrado la supresión de los espectáculos en el Anfiteatro, su único lugar de diversión.
Telémaco era un asceta oriental que vivía feliz en su soledad del desierto. Pero estaba pronto en aceptar la voluntad de Dios en aquello que hiciera falta.
Y he aquí que cuando menos se lo esperaba, sintió unos deseos internos muy profundos de irse a Roma con el fin de acabar con estos crímenes espectaculares y que todavía permitía la ley.
Un día – como los aficionados a los toros que se tiran al redondel – se lanzó al ruedo del anfiteatro para separar a quienes se debatían entre la vida y la muerte. Lo consiguió, pero la gente en masa se lanzó sobre él hasta que le dio muerte.
El emperador Honorio, a raíz de esta última víctima, envió un decreto a todo el imperio prohibiendo para siempre estos espectáculos. En nombre de esta santo se terminaron los suplicios de mal gusto.