Patriarca, 25 de febrero
Para nosotros que vivimos en la “civilización de las imágenes”, así llamada por la masiva presencia de los instrumentos audiovisuales, sobre todo el cine y la televisión, tal vez resulte estimulante el recuerdo de un personaje que luchó valientemente por las “imágenes”, aunque ésta no sea su gloria principal y las imágenes por las que él combatió eran macho más “sagradas” que las que nos propone ahora la sociedad de consumo.
La polémica sobre el culto de las imágenes, la llamada lucha iconoclasta, contó entre sus protagonistas a los emperadores bizantinos León III el Isáurico, Constantino V Coprónimo y León IV Khazaras por una parte, y por otra a San Juan Damasceno y a los patriarcas Germán de Constantinopla y a Tarasio. En realidad, junto a un conflicto ideal, que trataba sobre la ortodoxia, sobre la legitimidad de representar a Dios y al “mundo celeste”, prohibido por la ley judía pero no observado por los cristianos, los historiadores hacen notar que había muchas cuestiones de carácter político y hasta económico: en efecto, los defensores de las imágenes eran los monjes, los únicos verdaderos opositores del poder imperial. Pero, como decíamos, Tarasio tiene también otras glorias. Era de familia noble y había sido revestido de la dignidad de senador y jefe de la cancillería imperial.
Aunque era un simple laico, por designación del difunto patriarca Pablo, fue elegido para recibir una difícil herencia, que aceptó con la condición de que la emperatriz Irene y el senado se comprometieran a consentir la convocación de un concilio: solo así seria posible restablecer la ortodoxia y la paz eclesiástica. Esto se logró, no sin dificultad, en el concilio de Nicea del 787. Tarasio fue también un fuerte defensor de la moral cristiana y sobre todo del matrimonio, oponiéndose con energía al mismo emperador Constantino VI, que pretendía de él la sentencia de divorcio para poder contraer nuevas nupcias. Tarasio fue también un gran devoto de la Virgen María, a quien saludaba así: “Salve, oh Mediadora de todo lo que hay bajo el cielo; salve, reparadora de todo el universo; salve, oh llena de gracia, el Señor es contigo, él que existía antes que tú y nació de ti, para vivir con nosotros”. San Tarasio murió a la edad de 76 años, en el 806 y fue sepultado en el santuario “Todos los mártires” del monasterio fundado en el Bósforo.