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San Pelayo

El mártir de la castidad, 26 de junio.

Etimológicamente significa “marino”. Viene de la lengua griega.

La compasión toca lo profundo del ser y, en el corazón de su corazón, reaviva la inocencia y permite ver al otro tal y como es.

Pelayo. Hoy celebra la Iglesia la fiesta de un chaval de 14 años. Lo trajeron a Córdoba a raíz de la batalla de Valdejunquera del año 920.

Permaneció como rehén con el fin de facilitar la liberación de su ilustre tío, el obispo d Tuy, Hermogio, que, a su vez, a su retorno a Zamora y Galicia, debía seguir conseguir la fuerte suma de dinero convenida.

Entre tanto, el pequeño Pelayo tenía que combatir por su pureza frente al mismo Abderramán III.

“Cristiano soy, era su respuesta, Señor, líbrame, dice a menudo en su oración>”, mientras desgarra el vestido con que lo habían presentado.

El Califa se vio contrariado. Quería abusar de su inocencia.

No tenía entrañas sino solamente malas intenciones. El domingo 26 de junio del 925 mandó que le dieran torturas al chico.

Nunca había visto a una criatura tan valiente en defender su inocencia bautismal, la pureza de su corazón por amor al Crucificado.

Le dieron muchos tormentos. Uno de ellos fue arrojarlo lo más lejos posible con una máquina de guerra.

Y se decían: Allá donde caiga, allí mismo se le cortará la cabeza.

Pelayo tenía ante sí la fortaleza de otros mártires de Córdoba y de otros lugares.

De esta forma aguantó las malas ideas del Califa.

Sus restos descansan hoy en la catedral de Oviedo. Todo un ejemplo ante la facilidad con que hoy se juega con la pureza en nuestros ambientes y, es el colmo, se la ve como algo anticuado.