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San Lino

Lino, San

Papa y mártir del siglo I, 23 de septiembre

Después de la persecución de Nerón, durante la cual sufrieron el martirio los apóstoles Pedro y Pablo, la historia de la Iglesia romana, por más de un siglo, se nos presenta envuelta en una densa oscuridad, rota por uno que otro rayo de luz. En el último cuarto del siglo II encontramos testimonios atendibles sobre los primeros doce obispos que ocuparon sin interrupción la sede apostólica. San Ireneo, obispo de Lyon, que seguramente estuvo alguna vez en Roma, es quien nos presenta esta lista en su Adversus haereses: "Después de haber fundado y establecido la Iglesia (de Roma), los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, confiaron la administración a Lino, de quien habla San Pablo en la carta a Timoteo. Le sucedió Anacleto...".

La lista de Ireneo no es la única. Hacia el 160, Egesipo, originario de Palestina, visitó las Iglesias más importantes con el noble propósito de controlar allí la segura tradición de la predicación apostólica. Después de su visita a Roma, escribe: "Elaboré el orden de sucesión hasta Aniceto". Lino fue Papa durante doce años, aproximadamente del 64 al 76, o del 67 al 76, si se coloca al martirio de San Pedro en el 67, al final y no al principio de la persecución de Nerón. Estas cifras no tienen valor absoluto, porque en las dos listas presentadas prevalece el interés doctrinal, y sólo a comienzos del siglo III, con Julio Africano e Hipólito, se empezó a tener en cuenta la cronología.

A más del dato cronológico, tenemos de los sucesores inmediatos de los apóstoles y por tanto de San Lino, otra nota interesante, que nos presenta San Clemente en la Carta de la Iglesia romana a la Iglesia de Corinto. En ella San Clemente insiste en la unión que reina en la Iglesia romana y que contrasta tan fuertemente con el cisma que aflige a la comunidad de Corinto. Al recordar los orígenes de la jerarquía eclesiástica, subraya: "Los apóstoles probaron en el espíritu sus primicias y los instituyeron como obispos y como diáconos de los futuros creyentes. Más tarde impusieron esta regla: que después de su muerte hombres probados deberían sucederlos en el ministerio".

San Lino, originario de Tuscia, probablemente de Volterra, es, pues, "el hombre probado" que, por santidad de vida y capacidad de gobierno, fue elegido por el mismo San Pedro para que le sucediera. Por tanto, fue un directo colaborador suyo y la estimación de que gozó en la comunidad romana fue muy grande si fue nombrado para regir la suerte de la Iglesia en un momento tan difícil.