Obispo, 3 de julio de 407.
Etimológicamente significa “don del sol”. Viene de la lengua griega.
El Evangelio viene a transformar nuestra vida y nuestro corazón.
Cuando nos asalta la melancolía, el aburrimiento, el desencanto, hay que tomar una decisión: disponernos a realizar un cambio interior que nos abra a una alegría del Evangelio.
Heliodoro fue un buen discípulo de san Jerónimo. Tenía también – como su maestro – una inteligencia preclara tanto para las ciencias como para las letras.
Había nacido en Dalmacia y, desde niño vio que Dios lo llamaba para grandes cosas en el futuro.
De vez en cuando se retiraba a hacer oración durante muchas horas.
Abandonó su país para irse a Roma. Aquí se encontró con san Jerónimo. Desde el mismo encuentro se convirtió en su maestro preferido.
Le encantaba viajar. Por eso fue con su mujer a Tracia, Bitinia, Ponto, Francia y Siria.
Estuvieron algún tiempo en Alejandría con su amigo Apolinar.
Heliodoro volvió a Roma. Y en contacto con buenos sacerdotes, decidió ser uno de ellos.
Al poco tiempo le nombraron obispo. Su gran misión fue hacer frente al hereje Arrio.
Por cuestiones doctrinales y pastorales participó en el concilio de Aquilea.
A su vuelta, se entregó completamente a hacer el bien a los sacerdotes y a los fieles.
Repetía a menudo:"¿Qué tienes que no hayas recibido?". Heliodoro murió el año 390.