Sacerdote, 7 de noviembre
Etimológicamente significa “franco, valiente”. Viene de la lengua alemana.
Este joven de Aytona, Lérida, nació en 1811 en el seno de una familia pobre pero de unas fuertes convicciones cristianas. Una vez que hizo los estudios secundarios, sintió deseos de ser sacerdote. Se fue al seminario e hizo su profesión religiosa como carmelita.
Recibió la ordenación sacerdotal y, sin la menor dilación, se entregó al apostolado con ilusión.
Por causas políticas vivió 12 años desterrado en Francia. A su vuelta, lo enviaron a Ibiza.
En esta soledad del exilio tiene la inspiración divina de fundar dos congregaciones:” Las Hermanas Carmelitas Misioneras y Hermanas Carmelitas Misiones Teresianas”.
Tras tanto tiempo de exilio, la reina Isabel ordenó que volviera a España. El, hombre de Dios, supo aguantar todo tipo de obstáculos, como los milagros que hacía sin ser un doctor en medicina.
Sus rasgos espirituales se centran en la lucha evangélica por la paz, la verdad y la libertad, y todo ello se logra con la íntima unión con Dios y con su Iglesia.
Combina perfectamente la soledad de su oración con la acción apostólica a través de la predicación, la catequesis, los exorcismos y los libros. Su gran inclinación pastoral fueron los pobres, los enfermos, los niños, jóvenes y familias.
Ha transmitido a sus congregaciones ejemplos vivos del seguimiento de Cristo con valentía, oración, soledad y sacrificio, y un ferviente amor a la Iglesia y a Cristo.
Todo santo vive en las coordenadas de lo divino y lo trascendente. Sus hijas carmelitas, de mil y una maneras intentan imitar su vida atendiendo todo aquello que les propone la urgencia del Evangelio, cimentado en la caridad apostólica en bien de los demás.