Cornelio y Cipriano, Santos
Mártires, 16 de septiembre, Siglo I
Víctimas ilustres de la persecución de Valeriano, respectivamente en junio del 253 y el 14 de septiembre del 258, son el Papa Cornelio y Cipriano el obispo de Cartago, cuyas memorias aparecen unidas en los antiguos libros litúrgicos de Roma desde mediados del siglo IV. Su historia, en efecto, se entrelaza, aunque sobresale más la imagen del gran obispo africano.
Cipriano nació en Cartago hacia el 210 y, siendo todavía pagano, fue profesor y abogado de importancia. Se convirtió en el 246 y tres años después fue elegido obispo. Tan pronto tomó posesión de la cátedra de Cartago, estalló la persecución de Decio. Los cristianos tenían que presentarse al magistrado y pedir el “libellus”, es decir, un certificado que los declaraba buenos y honestos ciudadanos, previa obviamente la simple formalidad de echar algún grano de incienso en el brasero de algún ídolo.
Muchos escaparon con la astucia corrompiendo a los funcionarios, que daban certificados a “mercado negro”. Estos cristianos fueron definidos “libeláticos”. Hubo también los que renegaron de la fe y fueron marcados con el nombre de “lapsos”, es decir, caídos. El obispo Cipriano escogió el camino de la clandestinidad, huyendo al campo. Pasada la tempestad, Cipriano concedió el perdón a los libeláticos, y no les cerró el camino a los caídos, que podían ser absueltos en punto de muerte. Su línea moderada fue aprobada por el Papa, Cornelio, con quien Cipriano se había anteriormente alineado contra el antipapa Novaciano, escribiendo en esa ocasión su tratado más importante, el “De Ecclesiae unitate”.
Cornelio habia sido elegido Papa en el 251, después de un largo periodo de sede vacante, a causa de la terrible persecución de Decio. Su elección no fue aceptada por Novaciano, que acusaba al Papa de ser un libelático. Cipriano, y con él los obispos africanos, se puso de parte de Cornelio.
El emperador Galo confinó al Papa en Civitavecchia, en donde murió. Fue enterrado en las catacumbas de Calixto. Cipriano, a su vez, fue relegado en Capo Bon, pero cuando supo que habia sido condenado a la pena capital, regresó a Cartago, porque quería dar su testimonio de amor a Cristo frente a toda su grey. Fue decapitado el 14 de septiembre del 258. Los cristianos de Cartago pusieron pañuelos blancos sobre su cabeza para conservarlos, así manchados de sangre, como reliquias preciosas. El emperador Valeriano, al hacer decapitar al obispo Cipriano y al Papa Esteban, inconscientemente puso fin a una disputa entre los dos sobre la validez del bautismo administrado por herejes, no aceptada por Cipriano y afirmada por el pontífice.