Dominico, 6 de septiembre.
Significa “brillante”. Viene de la lengua alemana.
El creyente que no se echa en las manos de Dios, como el niño en los brazos del padre, le cuesta mucho mantenerse fiel y coherente en su fe.
Este joven francés de Nimes nació en el año 1195 y murió en el 1230.
Trabaja como sacerdote en la diócesis de Nimes haciendo su apostolado como misionero y como un valiente soldado que luchaba, no con las armas que matan, sino con su predicación directa y elegante contra la herejía de los Albigenses.
Fue santo Domingo de Guzmán quien lo libró una vez de un atentado que iban a cometer algunos miembros de esa herejía.
A partir de este instante, los dos trabajaron juntos en esta noble misión de extender el Evangelio a gente pagana.
Con el tiempo se hizo dominico. Y el propio fundador le dejó de superior mientras él se iba a Roma.
Iban en grupos a misionar. El se marchó a París para hacer la primera fundación de los Dominicos.
Más tarde, le nombraron superior de la Provenza.
Su vida y sus actos eran creíbles por el testimonio de los milagros que hacía en nombre de Dios a todo el que tuviera fe y necesitase de sus servicios religiosos.
Los hermanos lo tenían en tan alta estima y cariño que le llamaban el segundo Domingo. Y la verdad sea dicha, no hacía nada sin consultar a su fiel amigo el fundador.
Una vez le invitaron las hermanas Cistercienses de Garrigue a que predicara una misión. Fue entonces cuando cayó enfermo y murió. Hasta la Revolución francesa hubo peregrinaciones a su tumba.
¡Felicidades quien lleve este nombre!