San Román Adame Rosales (1859-1927), sacerdote
Nació en Teocaltiche, estado de Jalisco (México), el 27 de febrero de 1859. Hijo de Felipe Adame y Manuela Rosales. Ingresó al seminario de Guadalajara a los dieciocho años, siendo ordenado sacerdote el 30 de noviembre de 1890. Tuvo los siguientes cargos: asesor del seminario, penitenciario de la parroquia del Sagrario Metropolitano, párroco sustituto de la parroquia de La Yesca, Ayutla y San Juan Bautista del Teúl; desde el 20 de noviembre de 1914 era párroco de Nochistlán, donde tuvo dificultades para que lo aceptaran. Un día en la mañana junto a la puerta del curato apareció un burro con una bolsa de tortillas duras y un letrero que decía: Para tu camino. A pesar de los desprecios, trabajó con generosidad: organizó la catequesis, la atención de los enfermos, fundó la asociación de hijas de María y la adoración nocturna, construyó el templo de San José y algunas capillas en rancherías; sostuvo y cultivó vocaciones sacerdotales... En tiempos de la persecución religiosa fue prudente en el trato con las autoridades civiles, sin abandonar su parroquia. Al cerrarse el culto público en las iglesias ejerció el ministerio en casas particulares. A Nochistlán había llegado una tropa de trescientos federales bajo las órdenes del coronel Jesús Jaime Quiñones para someter a los cristeros que se habían levantado en la región. El día anterior a su arresto, durante la comida en el rancho de Veladores, uno del grupo comentó: Ojalá no vayan a dar con nosotros, a lo que el padre contesto: ¡Qué dicha ser mártir, dar mi sangre por la parroquia! por la tarde de ese día estuvo confesando en una casa. Terminado de rezar el rosario se retiró a descansar. Hacia la una de la mañana del 19 de abril de 1927, las tropas federales sitiaron el rancho y se llevaron al padre haciéndolo caminar con los pies descalzos hasta Yahualica. A mitad del camino, como el padre ya no podía caminar, uno de los soldados lo subió a su caballo. En Yahualica lo amarraron a una de las columnas del portal de la casa cural que el coronel había convertido en cuartel. Así lo tuvieron dos días y medio sin comer ni beber. Los católicos de Mexticacán y Yahualica convinieron con el coronel Quiñones que dejaría al padre en libertad si les pagaba una multa de seis mil pesos. Al recibir el rescate amenazó con matar a los que habían colaborado. Ya no se hizo ningún otro intento de salvar la vida del sacerdote a causa de las injusticias y atropellos del coronel y sus tropas, que sembraban el terror entre la población. El 21 sacaron al padre del cuartel, y lo llevaron al panteón entre un pelotón de soldados. Lo pusieron frente a una fosa recién abierta ante el cuadro de fusilamiento. No aceptó que le vendaran los ojos y esperó con firmeza la ejecución. A la orden de preparar armas todos obedecieron, menos un soldado. A la segunda orden siguió sin obedecer. El soldado se llamaba Antonio Carrillo Torres. Lo despojaron del uniforme militar y lo pusieron junto al padre, quien le hizo señas de que obedeciera. Después de los disparos cayó primero el párroco, padre Adame, de sesenta y siete años de edad. Enseguida también fusilaron al ex-soldado. Los dos sin ningún juicio previo. El parte oficial que rindió Quiñones al general Figueroa decía:En el trayecto de Yahualica al rancho de los Charcos, jurisdicción de Mexticacán, encontré al cabecilla Adame, con otros dos individuos y, en combate, resultaron muertos los tres.