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Mateo Correa Magallanes Sacerdote

Mateo Correa Magallanes (1866-1927), sacerdote

Nació en Tepechitlán, Zac. (México), el 22 de julio de 1866. Sus padres fueron Rafael Correa y Concepción Magallanes. Realizó los estudios primarios, ayudado por el padre Eufemio Estey, en Jerez y Guadalajara. De regreso a Zacatecas, en 1881 ingresó al seminario donde fue admitido de caridad y debió ayudar en la portería del mismo. A los cuatro años, por buena conducta, recibió beca como alumno interno. Fue ordenado sacerdote el 20 de agosto de 1893 y cantó su primera misa en Fresnillo el 1 de septiembre. Después de estar como capellán en algunos poblados, de 1898 a 1905 fue párroco de Concepción del Oro, donde conoció y tuvo amistad con la familia Pro Juárez. Dio la primera comunión a Miguel Agustín Pro Juárez quien, siendo sacerdote jesuita, murió durante la persecución religiosa y fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 25 de septiembre de 1988. Fue párroco de Colotlán, Noria de los Ángeles, Huejúcar, Guadalupe, Tlaltenango y Colotlán por segunda vez; tomó posesión de la parroquia de Valparaíso el 1 de marzo de 1926. La llegada del señor cura coincidió con las actividades de la acción católica que recogían firmas en el pueblo para pedir al congreso la derogación de las leyes persecutorias. Al día siguiente el general Eulogio Ortiz inculpó a los padres Correa y Arroyo de las actividades de la acción católica. Arrestó a tres jóvenes y mandó llamar a los sacerdotes con intención de mandarlos presos a Zacatecas. Por miedo al pueblo, el general Ortiz y sus soldados abandonaron Valparaíso. Pero el burlado general les mandó, desde Valparaíso, un citatorio para que se presentaran en Zacatecas, donde estuvieron encarcelados del 10 al 16 de marzo. Fueron puestos en libertad. El general juró vengarse del padre Correa. El 17 de marzo los antes inculpados regresaron a Valparaíso donde fueron recibidos con grandes muestras de alegría. El padre Correa se entregó de nuevo a su ministerio. La acción católica seguía promoviendo las actividades de la liga nacional en defensa de la libertad religiosa y las autoridades lo hacían responsable de todo. Se encontraba descansando en la Hacienda del señor José María Miranda cuando el domingo 30 de enero de 1927 le llamaron para que atendiera a una señora gravemente enferma. En el camino se encontró con la tropa del mayor José Contreras que días antes habían sido derrotada por los cristeros de Huejuquilla. Ya había pasado parte de la tropa cuando reconocieron al padre y el mayor mandó detenerlo. El señor Miranda que lo acompañaba dijo que era su sirviente. Pero el oficial sacó de la bolsa del padre el manual de párrocos, los santos óleos, una patena y un mantel. ¿Adónde iba a decir misa, padrecito?, le dijo y los obligaron a seguirlos. De regreso a la hacienda el padre pudo depositar en el sagrario las hostias consagradas que llevaba. De la hacienda los llevaron a la cárcel de Fresnillo. Luego los trasladaron en ferrocarril a Durango a donde llegaron el 3 de febrero a las 9.30 de la noche. Al día siguiente los llevaron a la jefatura militar que estaba en el edificio del seminario diocesano. Allí los encarcelaron; el padre Correa se supo ganar la amistad y confianza de los detenidos, con quienes compartía su escasa comida y rezaba el rosario. El día 5, como a las nueve de la mañana le mandó hablar el general Ortiz. Se despidió de sus compañeros y bendijo al señor Miranda. El general le ordenó que confesara a unos cristeros: Va usted a confesar a esos bandidos rebeldes que ve ahí, y que van a ser fusilados enseguida; después ya veremos que hacemos con usted. El señor cura los confesó y consoló. Al terminar, el general Ortiz ordenó al padre que le revelara las confesiones de los cristeros. Jamás lo haré, dijo resueltamente el padre. Voy a mandar que lo fusilen, gritó el irritado general. Puede hacerlo, dijo, pero no ignora usted que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. Estoy dispuesto a morir. El 6 de febrero, muy de madrugada, los soldados sacaron al padre de la jefatura militar y lo llevaron rumbo al panteón oriente, hasta un lugar solitario, lleno de hierba silvestre, lejos de la ciudad y le quitaron la vida con una pistola calibre cuarenta y cinco. El cadáver quedó insepulto durante tres días.