David Roldán Lara, (1907-1926), laico
Nació el 2 de marzo de 1907 en Chalchihuites, Zac., (México), siendo hijo de Pedro Roldán Reveles y Reinalda Lara. Tenía un año cuando murió su padre. Doña Reinalda lo educó en un gran amor a Dios y a la iglesia. Después de estudiar en un colegio particular, a los dieciocho años de edad, ingresó en el seminario de Durango, donde conoció a Manuel Morales. También él dejó el seminario para ayudar a su familia. Trabajaba en la mina El Conjuro donde, por su preparación y responsabilidad, se ganó el aprecio de su patrón Gustavo Windel, quien lo nombró secretario y le encargó la contabilidad. Sus compañeros y amigos lo apreciaban mucho, asegurando que era la alegría de la familia. Conoció a la hija del señor Windel de quien se hizo novio y pidió en matrimonio. Fue presidente de la acción católica y vicepresidente de la liga nacional. El 29 de julio de 1926 la Liga Nacional organizó una junta en la plaza de toros de Chalchihuites a la que concurrieron aproximadamente unas seiscientas personas. Manuel Morales, presidente de la Liga, tomó la palabra bajo el lema Dios y mi derecho y expuso que el objetivo de la Liga no era político, sino suplicar al gobierno se digne ordenar la derogación de los artículos constitucionales que oprimen la libertad religiosa. En esa reunión participaron el padre Batis, Manuel Morales, Salvador Lara y David Roldán. Inmediatamente después de la junta, el telegrafista, apoyado por el presidente municipal y el secretario del ayuntamiento, acusaron al padre Batis y a los tres jóvenes católicos de conspirar contra el gobierno. Anteriormente el padre Luis había manifestado su deseo de martirio: Quiero morir por Cristo, dijo, ¿quién de ustedes quiere acompañarme? Yo, respondió Manuel. No, tú tienes hijos. Yo, señor cura, dijo Salvador. ¿Y tu novia? Lo interrogó el sacerdote. Yo también lo acompaño, señor cura, dijo David. El 30 de julio, antes de cerrarse la iglesia al culto público, el padre dijo a los católicos que autor de ello no era el gobierno, ni el presidente, sino los pecados de todos y que, por lo mismo, no debían los católicos levantarse en armas ya que no era conducta cristiana. El padre Luis dejó la casa parroquial y se fue a vivir a una casa particular, sin esconderse. Celebraba la misa y los sacramentos en las casas y por la noche reunía los grupos católicos para animarlos en su fe. Un pelotón de soldados, acompañado del telegrafista, y el presidente municipal, buscaron al padre en la casa de la familia Mercado, donde iba a celebrar la misa. De ahí pasaron a la casa de los obreros y entraron hasta el cuarto donde el padre ya estaba acostado y leyendo. Después de golpearlo lo sacaron por una calle solitaria y lo encerraron en la oficina de recaudación. Enterado el pueblo, se reunieron los encargados de las asociaciones parroquiales con el objeto de liberarlo. En la misma reunión los soldados arrestaron a Manuel Morales y a Salvador Lara. A David lo encontraron en su casa. Los tres jóvenes católicos fueron encerrados con el padre. Una comisión de vecinos hizo las gestiones necesarias para alcanzar su libertad... La angustiada esposa de Manuel suplicó al teniente la libertad de su esposo. Despídase de él, si quiere, fue la respuesta. En medio de gran dolor los esposos se despidieron aunque ella abrigaba alguna esperanza de que nada le sucediera. Por Salvador intercedió su madre a quien el teniente dijo que sólo iba a llevarlos a declarar a Zacatecas. Confiada doña Soledad, bendijo a Salvador y le recordó cuán santa y noble era la causa que defendía. El señor Gustavo Windel, también intercedió por los prisioneros ofreciendo dinero para salvar la vida del señor cura y los jóvenes. También él recibió como respuesta: No hay necesidad de dinero, sólo van a Zacatecas con el fin de que den unas declaraciones, pero nada les pasará. Cerca del medio día del 15 de agosto fueron sacados el párroco y los tres jóvenes. David y Salvador salieron muy serenos y subieron al automóvil que se les indicó. Ya en otro vehículo habían subido al padre y a Manuel. La gente del pueblo estaba inquieta y algunos querían ir contra los soldados. Las mujeres lloraban. El padre tuvo que calmarlos. Bajó del coche y con mucha serenidad dijo: Por favor no me sigan; no pasará nada, y los bendijo. Los soldados estaban nerviosos por las posibles reacciones de los vecinos que seguían protestando, pero no podían hacer nada bajo la amenaza de las armas. El automóvil del padre Batis llegó sin novedad al lugar llamado Puerto de Santa Teresa. El coche que conducía a Salvador y a David se atascó en un arroyo. En ese lugar, que después se denominó Lugar Santo, hicieron caminar al padre y a Manuel unos quinientos metros. Luego los intimaron a reconocer y a aceptar las leyes persecutorias del presidente Calles, a lo que ellos se negaron prefiriendo la muerte. El padre salió en defensa de los jóvenes: Teniente, yo muero con gusto; sé que muero por ser sacerdote; yo doy mi sangre por Cristo y la doy gustoso. Pero por favor, no maten a estos muchachos: Manuel tiene esposa y es padre de tres niños. David y Salvador son el único sostén de sus familias, que van a quedar desamparadas. Ellos no han hecho ningún mal a nadie. Lleno de fe y de valor, Manuel respondió: Deje que me fusilen, señor cura. Yo muero pero Dios no muere, Él velará por mi esposa y por mis hijos. El padre recibió tremendos golpes que lo tiraron al suelo y el teniente, lleno de ira, le disparó en la cabeza. Allí mismo un soldado disparó a Manuel. David y Salvador contemplaron la muerte de su párroco y su amigo Manuel después de recibir la absolución. A ellos también los hicieron caminar como unos sesenta pasos, iban rezando. Se colocaron al frente del pelotón y gritaron ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe! La descarga de los fusiles acabó con sus vidas. Los habitantes de Chalchihuites recogieron los cadáveres que fueron enterrados a temprana hora del día siguiente.