Bartolomé Fernandes
Arzobispo de Braga, 16 de julio.
Significa “hijo del que detiene las aguas”. Viene de la lengua hebrea.
Quienes no están habituados a orar, aunque sean creyentes, suelen decir que es un “rollo”, que siempre es lo mismo, que Dios ya sabe lo que necesito y, por tanto, no hace falta estar siempre pidiendo...
Es una síntesis de lo que comúnmente hablan algunos jóvenes. Sin embargo, es todo lo contrario. Lo podemos ver en la biografía del joven portugués.
Nació en Lisboa en 1514. Pronto se inclinó por la vida en comunidad con los padres dominicos. A los 14 años le imponen el hábito en el noviciado.
Estudió la carrera eclesiástica con gran aprovechamiento. Y más o menos, apenas lo ordenaron de sacerdote le encomendaron el convento de Lisboa.
La reina de Portugal, Catalina, lo presentó como arzobispo de Braga. El Papa confirmó su nombramiento con una Bula en 1559.
Aceptó ser arzobispo porque era una persona obediente a todo el mundo, sobre todo a su superior Fray Luis de Granada.
Sus grandes ilusiones se enmarcan en su vida apostólica, visitas pastorales, compromiso por la evangelización. Escribió para la cultura religiosa del pueblo un Catecismo cuya última edición, la 15a, se llevó a cabo en el año 1962.
Se preocupó por la cultura y la reforma del clero fundando Escuelas de Teología Moral en su diócesis.
Dedicaba mucho tiempo al estudio. Fruto de este trabajo son las 32 obras literarias que ha dejado para la posteridad.
Su papel en el Concilio de Trento fue aplaudido por los Padres conciliares por sus ideas claras y sus 268 peticiones que, en el fondo, son la síntesis de cómo debe ser la Iglesia.
En 1582 renunció al arzobispado y se fue al convento dominico de Viana do Castelo. En él murió en 1590.