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Oraciones a la Virgen María

Madre, Señora de la Vida

Madre, Señora de la Vida

Madre, gracias por ser Estrella, ser Luz, y Guía, en la noche del pesebre, en la noche del silencio y de la oscuridad.
Señora de la Misericordia ayúdame a peregrinar hacia la Cruz, protege mis pasos y serena mi esperanza.
Madre de los que nada tienen, cuídame en la soledad, ensancha mi pecho esquivo y ruega al Espíritu Santo me haga perseverante con su gracia.
Señora del Amor, ternura de los pobres, que minado en la soledad se fortalezca mi espíritu con el milagro de la fe.

Madre Nuestra

Madre Nuestra

 

Te damos gracias, Padre,
porque has hecho en María
grandes maravillas.
Ella es una criatura como nosotros,
pero Tú la hiciste Madre tuya,
estamos orgullosos de María,
porque forma parte de nuestro pueblo,
nosotros la llamamos bienaventurada
pues Tú te fijaste en su humildad.
por ella Jesús se hizo uno de nosotros,
para que llegáramos a ser hijos tuyos.

Madre del Redentor

Madre del Redentor

Madre del Redentor, Virgen fecunda,
puerta del cielo siempre abierta,
estrella del mar,
ven a librar al pueblo que tropieza
y quiere levantarse.

Ante la admiración de cielo y tierra,
engendraste a tu santo Creador,
y permaneces siempre virgen.

Recibe el saludo del ángel Gabriel,
y ten piedad de nosotros, pecadores.

Los Siete Dolores de María Santísima

Los Siete Dolores de María Santísima

 

1. La profecía de Simeón (Lc 2, 25-35)

Madre tierna, que con tus quince años, cuando feliz ibas a presentar a tu Niño de cuarenta días al Templo de Jerusalén, padeciste un dolor intenso al oír, de los labios del Santo Profeta Simeón, que una "espada de dolor iba a atravesar tu Corazón", haz que te ame cada día más y que cuando me toque presentarme ante el Trono divino para dar cuenta de mi vida, oiga a Jesucristo, Juez universal, decirme tiernamente: "He oído a mi Madre hablar de ti". Ave María.

Virgen Santísima del Perpetuo Socorro 2

Virgen Santísima del Perpetuo Socorro

Oh Madre del Perpetuo Socorro, concédeme la gracia de que pueda siempre invocar tu bellísimo nombre ya que él es el Socorro del que vive y Esperanza del que muere. Ah María dulcísima, María de los pequeños y olvidados, haz que tu nombre sea de hoy en adelante el aliento de mi vida. Cada vez que te llame, Madre mía, apresúrate a socorrerme, pues, en todas mi tentaciones, y en todas mis necesidades
propongo no dejar de invocarte diciendo y repitiendo: María, María,  Madre Mía.