Confiar en Dios es ponernos en sus manos
Confiar en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
Confiar en Dios requiere, de cada uno de nosotros, que nos pongamos en sus manos. Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.
La experiencia de buscar convertir nuestro corazón a Dios, que es a lo que nos invita constantemente la Cuaresma, nace necesariamente de la experiencia que nosotros tengamos de Dios nuestro Señor. La experiencia del retorno a Dios, la experiencia de un corazón que se vuelve otra vez a nuestro Señor nace de un corazón que experimenta auténticamente a Dios.
La generosidad es una de las virtudes fundamentales del cristiano. La generosidad es la virtud que nos caracteriza en nuestra imitación de Cristo, en nuestro camino de identificación con Él. Esto es porque la generosidad no es simplemente una virtud que nace del corazón que quiere dar a los demás, sino la auténtica generosidad nace de un corazón que quiere amar a los demás. No puede haber generosidad sin amor, como tampoco puede haber amor sin generosidad. Es imposible deslindar, es imposible separar estas dos virtudes.
Gn 17, 3-9
Jn 8, 51-59
Jr 29, 10-13
Jn 10, 31-42
Ante el testimonio que Jesucristo le ofrece, ante el testimonio por el cual Él dice de sí mismo: “Soy Hijo de Dios”, ante el testimonio que le marca como Redentor y Salvador, el cristiano debe tener fe. La fe se convierte para nosotros en una actitud de vida ante las diversas situaciones de nuestra existencia; pero sobre todo, la fe se convierte para nosotros en una luz interior que empieza a regir y a orientar todos nuestros comportamientos.
Gn 17, 3-9
Jn 8, 51-59
El tiempo cuaresmal es un camino de conversión que no es simplemente arrepentirnos de nuestros pecados o dejar de hacer obras malas. El camino de conversión no es otra cosa sino el esfuerzo constante, por parte nuestra, de volver a tener la imagen, la visión que Dios nuestro Señor tenía de nosotros desde el principio. El camino de conversión es un camino de reconstrucción de la imagen de Dios en nuestra alma.
Dn 3, 14-20.91-92.95
Jn 8, 31-42
Durante toda la Cuaresma la Iglesia nos ha ido preparando para encontrarnos con el misterio de la Pascua, que es el juicio que Dios hace del mundo, el juicio con el cual Dios señala el bien y el mal del mundo. La Pascua no es solamente el final de la pasión; la Pascua es la proclamación de Cristo como juez del universo. Un juez que, por ser juez del universo, pone a sus pies a todos: sus amigos, que pueden ser los que le han servido; y a sus enemigos, que pueden ser los que no le han servido.
Nm 21, 4-9
Jn 8, 21-30
La Cuaresma, como camino de conversión y de transformación, es al mismo tiempo, una exigencia de una firme decisión de frente a Dios nuestro Señor. La Cuaresma nos pone delante lo que nosotros tenemos o podríamos elegir: con Dios o contra Él; junto a Él o separados de Él. Esta decisión no simplemente se convierte en una elección que hacemos, sino es una decisión que tiene una serie de repercusiones en nuestra vida.
Dn 13, 41-62
Jn 8, 1-11
Jn 12, 24-26
Podremos hacer muchas cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo nuestra más importante y auténtica riqueza.