Un
día llegó al Collado del Acebal un grupo de escaladores procedentes de
alguna ciudad de la República. Ciertamente fue un evento de lo más
insólito. No estuvieron allí más de tres horas, pero me tocó ser
testigo de un acontecimiento muy singular que no podré olvidar
fácilmente. ¡Ah!, se me olvidaba decirles que en el Collado del Acebal
nunca vi espejos.
Mientras los montañeros reposaban un poco, una de las muchachas
sacó de la mochila un espejito de mano. En unos instantes se vio
rodeada de un ejército de niñas pequeñas que la miraban en silencio
abriendo y cerrando los ojos con la solemnidad que da el asombro. Nunca
habían visto un espejo.
- ¿Qué es eso que tienes en la mano? - le preguntó la más pequeña señalando el espejo con su dedo regordete.
- ¿Esto?... ¡Un espejo! - dijo la muchacha - ¿Nunca habías visto uno?
El grupo de niñas negó al unísono moviendo la cabeza y sin separar
la vista de aquel objeto maravilloso. Verlas era un espectáculo
encantador e incluso la escaladora, acostumbrada a grupos de
admiradores, quedó prendida de su sencillez.
- ¡Qué cosas! - dijo - Tú nunca has visto uno y yo no podría vivir sin él... toma, te lo regalo.
Y entregó el espejito a la más pequeña. La niña clavó los ojos en
su mano, asombrada, después sonrió y mirando intensamente a la chica le
dio un sonoro beso en la mejilla.
Pero después de unos momentos la niña volvió y entregó el espejo.
- ¿Qué pasó? - dijo la escaladora - ¿No lo quieres?
- No, es que... ¡en éste sólo aparece mi cara! - respondió la niña - Verse a sí misma todo el tiempo es muy aburrido... ¿no tienes otro donde aparezcan mi papá, mi mamá y mis amigos?
Y a ti, ¿qué tipo de espejo te haría feliz?
Quizá valga la pena entregar el espejo que tienes...