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Y después del Tsunami

Muchos muertos se ha cobrado este desastre natural. Además, tras de sí deja una gran cosecha de llanto, desgarre y aflicción muy difícil de sanar. Y es que no es nada fácil hablar a quien sufre. Suele ser inoportuno. Guardar silencio parecería lo más apropiado. Pero es de las entrañas de este mismo silencio, de donde surge una pregunta angustiante: «¿Y dónde estaba Dios?».

Quien tiene fe dice que Dios no puede permitir el mal, si no es por un bien mayor. Si Dios es Dios, posee la imaginación y el talante necesario para transformar el mal en bien, el grito de dolor en oración, el dolor y el llanto en amor.

Sin embargo, después de los desastres del Tsunami asiático, de los continuos atentados en Israel, en Irak y de las guerras olvidadas en Sudáfrica…, seguimos callando y culpando a Dios.

Pero Dios sigue estando presente, actuando, y moviendo los corazones y las conciencias de los hombres y de las organizaciones mundiales. Parece como si el mundo se hubiera entrelazado en una telaraña de solidaridad.

Los ejemplos son numerosos: la Iglesia mexicana ha recaudado ya más de 2 millones 22 mil pesos para las víctimas del "tsunami" en Asia. Y no sólo; además, la Conferencia Episcopal Mexicana lanzará el 30 de enero otra iniciativa de recaudación en los templos católicos de las 64 diócesis de la nación. Ya la Arquidiócesis de México ha entregado un cheque por un millón de pesos a Caritas para Tailandia, Sri Lanka, India y Somalia. Recordemos que en esos países, los cristianos son minoría frente a musulmanes, budistas e hinduistas. Pero no importa, la caridad supera fronteras de razas, colores y credos.

Otros botones de muestra: la red mundial Caritas ha recaudado 2 millones de dólares. La Conferencia Episcopal Italiana ha destinado 3 millones de euros a la zona del desastre. La agencia de la comunidad católica para la ayuda y el desarrollo, Catholic Relief Services, se comprometió a entregar 25 millones de dólares. La lista sería interminable.

Estos hechos me han llevado a preguntarme: ¿Por qué el dolor a unos los purifica y eleva, y a otros los envilece y destruye? Hay personas que con las adversidades, propias y ajenas, mejoran. Otras, por el contrario, se avinagran.

Las pantallas de televisión y los periódicos nos sirven todos los días platillos de dolor. Pero me atrevo a decir que el sufrimiento y todo su séquito: enfermedad, tristeza, desastre, muerte, es algo constructivo o destructivo. Todo depende no tanto de la cantidad del dolor, sino de la calidad del alma que lo sufre y de la postura espiritual con la que el dolor se asume.

Recordemos que el Dios de los cristianos es un Dios resucitado. No un Dios sin dolor. Antes ha pasado por la cruz y por la muerte. Jesucristo resucita, pero conservando sus cinco llagas, para que nos quede bien claro que el dolor no puede ser ajeno a nuestras vidas, aunque tampoco la resurrección.