Vida consagrada y antropología
Presentar la forma en que puede alcanzarse la identidad de la vida consagrada mediante la naturaleza humana.
A manera de introducción…
El Concilio Vaticano II ha dado a la Iglesia una bocanada de aire fresco. En su esfuerzo por comprender al mundo y por hacerse comprender por el mundo los frutos se han visto en diversos campos: la importancia de los laicos en el desarrollo de la Iglesia, la formación y desarrollo del papel que debe desempeñar el sacerdote en nuestros días, la adaptación de la liturgia a los tiempos actuales. Fundamental, aunque algo accidentado, ha sido también la renovación que la vida consagrada ha tenido en estos últimos cuarenta años.
Pier Giordano Cabra ha esclarecido el debate teológico que se ha tenido a lo largo de este tiempo, fijando de alguna manera, gracias a un análisis exhaustivo de la exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, las líneas fundamentales que confluyen en la edificación de una identidad de la vida consagrada.
Junto con el desarrollo teológico de la vida consagrada se han dado también en este tiempo grandes avances en diversas ciencias sociales y psicológicas que han permitido comprender más al hombre y a todos los hombres. Y siendo una línea fundamental de la renovación el conocer y aplicar en la medida de lo posible los logros de estas ciencias a la vida de la Iglesia, la vida religiosa se ha visto enriquecida, y a veces, por qué no decirlo, también amenazada por la contribución de estas ciencias.
En diversas ocasiones y más con un afán más de sensacionalismo que de madura reflexión, se han hecho incorporaciones de la psicología o de las ciencias sociales al mundo de la vida religiosa, sin tomar en cuenta, no digamos ya identidad de la vida consagrada, sino la naturaleza misma del hombre. Esto ha dado origen a dolorosas experiencias en donde la vida consagrada diluyéndose en interpretaciones psicologistas o sociales, ha perdido su identidad. Trágicamente este debate y puesta en marcha de nuevas experiencias ha ocasionado en no pocos casos la pérdida de innumerables vocaciones y ha dejado a muchas religiosas en un estado vegetativo, sin ilusión, sin esperanza y sin vida.
No negamos el aporte objetivo que dichas ciencias pueden dar a una mejor comprensión del hombre y del mundo, pero muchas veces se han introducido cambios basados meramente en elementos psicológicos sin haberse tenido en cuenta la naturaleza misma de la persona y la naturaleza o identidad de la vida consagrada.Nuestro objetivo en este ensayo será el presentar la forma en que puede alcanzarse la identidad de la vida consagrada mediante la naturaleza humana. Son muchos los estudios que tratan de interpretar desde el punto de vista psicológico la vida consagrada. Y a veces se nos olvida, o no tomamos en cuenta que primero debemos conocer quién y qué es esta persona, para luego analizar su comportamiento.
Entender por tanto, lo que es el hombre desde un punto de vista antropológico, no en
contraposición con la psicología, sino para fundamentar precisamente el conocimiento psicológico del hombre.
La confusión reinante es tal en lo que se refiere a la psicología , que resulta conveniente primero analizar qué es el hombre. Profundizaremos en primer lugar en la identidad de la vida consagrada. Será nuestro punto de partida. Conocer quién es la persona consagrada, hombre o mujer que recibe una especial llamada de Dios a una vida de íntima unión con Él. Comprender con profundidad cuál es el pensamiento que el Magisterio de la Iglesia tiene sobre la vida consagrada, para así tenerlo como un modelo accesible, posible y deseable de alcanzar.
En un segundo momento, analizaremos la naturaleza humana y sus relaciones con la vida consagrada. La identidad de la vida consagrada se basa en un hombre o una mujer con características específicas, con unas potencias. Conocerlas y saber en qué medida sirven para alcanzar el ideal propuesto en el concepto de la identidad de la persona consagrada, será nuestro objetivo final en este pequeño ensayo.
La identidad de la vida consagrada.
Para quien ha ingresado en la vida religiosa después del Concilio Vaticano II puede parecer superficial el siguiente análisis. Muchas cosas actualmente se dan ya por supuestas, pero pensemos que poco antes del Concilio “se establecía una distinción muy clara entre la <> y la perfección. En consecuencia los cristianos se dividían en dos categorías: los <, contentos con lo mínimo necesario, y los religiosos que aspiraban a una meta superior.” Bástenos pensar que antes del Vaticano II se hablaba siempre de estado de perfección al referirse al estado de vida religiosa o consagrada . Por ello podemos considerar como verdaderamente renovador el número 44 de la Lumen Gentium en donde se perfilan los nuevos brotes de una teología de la vida consagrada que servirán para comprender mejor su identidad: “Por los votos, o por otros sagrados vínculos análogos a ellos a su manera, se obliga el fiel cristiano a la práctica de los tres consejos evangélicos antes citados, entregándose totalmente al servicio de Dios sumamente amado, en una entrega que crea en él una especial relación con el servicio y la gloria de Dios. Ya por el bautismo había muerto el pecado y se había consagrado a Dios; ahora, para conseguir un fruto más abundante de la gracia bautismal trata de liberarse, por la profesión de los consejos evangélicos en la Iglesia, de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino, y se consagra más íntimamente al divino servicio.
Esta consagración será tanto más perfecta cuanto por vínculos más firmes y más estables se represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Esposa, la Iglesia. Y como los consejos evangélicos tienen la virtud de unir con la Iglesia y con su ministerio de una manera especial a quienes los practican, por la caridad a la que conducen, la vida espiritual de éstos es menester que se consagre al bien de toda la Iglesia. De aquí nace el deber de trabajar según las fuerzas y según la forma de la propia vocación, sea con la oración, sea con la actividad laboriosa, por implantar o robustecer en las almas el Reino de Cristo y dilatarlo por el ancho mundo. Por lo cual la Iglesia protege y favorece la índole propia de los diversos institutos religiosos.”
En el curso de la historia seguirán innumerables debates sobre la identidad de la vida consagrada hasta llegar a la exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, en donde Juan Pablo II, recogiendo la experiencia y los aportes que se han hecho a la vida consagrada en los casi 40 años de camino posconciliar, dejará establecida la identidad de la vida consagrada en la época de la renovación.
Son varios los teólogos de la vida consagrada, que haciendo un análisis de Vita Consecrata, descubren diversas líneas que definen la identidad de la vida consagrada, Citaremos, de entre muchos a Pier Giordano Cabra y Ángel Pardilla, por sus ricos y extensos análisis.
Pier Giordano Cabra señala las siguientes líneas que definen la vida consagrada :
·una nueva y especial llamada al seguimiento que comporta dejar todo, seguimiento que no se le pide a todos, sólo a algunos (VC 18ª, VC 93c)
·no surge como un desarrollo natural del bautismo, sino que requiere una nueva y especial consagración, conferida por un nuevo y especial don del Espíritu, que sigue a la respuesta de la nueva y especial llamada, arriba mencionada (VC 30).
·esta nueva forma de consagración permite reproducir en la medida de lo posible, la forma de vida de Cristo virgen, pobre y obediente (VC 30).
·si los consejos evangélicos son para todos, no son para todos aquellos consejos que se profesan en la vida consagrada (VC 30).
·la vida consagrada tiene su origen en la persona de Cristo, por el hecho que Él se ha presentado e mundo en una forma de vida muy peculiar, a la cual ha asociado también a su Madre (VC 18).
·la vida consagrada deriva del hecho que representa en forma más cercana aquél tipo de vida que después de la venida de Cristo, viene considerada como la forma divina de vivir la vida humana o la forma humana que se acerca más a la forma de vida divina (VC 32)
·la vida consagrada es una estructura de la Iglesia y no simplemente está en la Iglesia (VC 29)
·si de una parte la vida consagrada encuentra su identidad sólida en referencia al Cristo trinitario, es también importante tomar en consideración la necesidad a una fidelidad creativa al Fundador, para que sea significativa en nuestro tiempo (VC 37).Ángel Pardilla en forma más escueta, señalará las siguientes líneas que identifican a la vida consagrada:
·vida de creyente en Cristo (VC 29)
· vida cristiana peculiar y positiva (VC 31 y 32)
·vida de especial configuración con Cristo (VC 22)
·vida de especial comunión de amor con el Padre (VC 17)
·vida de especial comunión de amor con el Espíritu santo (VC 16)
·vida de especial seguimiento de Cristo, a ala manera de los Apóstoles (VC 72, 93)
·vida de especial configuración con la Virgen María (VC 28)
·vida de profesión de los consejos evangélicos (VC 1, 22, 29)
·vida de especial vocación (VC 15, 64, 100)
·vida de nueva y especial consagración (VC 30, 31, 77)
·vida de especial perfección (VC 1, 21, 104)
· vida de especial radicalismo evangélico (VC 18, 80)
·vida con una peculiar espiritualidad (VC 40, 50, 93)
·vida de una especial misión (VC 25, 72)
·vida de un apropiado programa de oración (VC 29, 38, 77)
·vida de especial testimonio profético (VC 15, 84)
·vida de especial valor carismático (VC 29)
·vida de especial fidelidad (VC 17, 36, 37, 49, 52, 70, 93, 110)
·vida abierta a los valores de las diversas culturas (VC 2, 47, 67, 79, 80)
·vida de peculiar comunión eclesial (VC 2, 7, 8, 32)
·vida de una especial y específica formación (VC 63 – 71)
Todas estas líneas ayudan a comprender con mayor exactitud la identidad de la vida consagrada. Siendo nuestro propósito el arribar no tanto a una definición de la vida consagrada, sino el plasmar una imagen de la persona consagrada con el fin de fijar los parámetros que nos permitan tener acceso a esta imagen –imagen real, no en sentido figurado-, debemos ir a lo esencial de esta identidad, descrita por la exhortación Vita Consecrata y comentada por estos autores.
En ayuda de este objetivo analizaremos la definición que da el derecho Canónico sobre la vida consagrada. Si bien pudiera parecer una aberración o una reducción el hecho de ir a buscar lo esencial en una definición canónica, pienso que muy por el contrario, nos da la seguridad de saber cuál es el pensamiento de la Iglesia sobre la vida religiosa y así fijar mejor la identidad de la vida consagrada. Debemos tener presente que el Código de Derecho Canónico, publicado por Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, recoge la experiencia de casi 20 años de camino posconciliar. Por lo tanto, el Código ha asumido los cambios propuestos por el Concilio, se ha enriquecido con las aportaciones del período vivido y ha contemplado los excesos y desviaciones. Lo cual le da una enorme capacidad de discernimiento sobre el recto modo de juzgar los esfuerzos que han tenido diversas órdenes religiosas con respecto a la renovación.
Dice el Código en el número 573:
§ 1.La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial.
§ 2.Adoptan con libertad esta forma de vida en institutos de vida consagrada canónicamente erigidos por la autoridad competente de la Iglesia aquellos fieles que, mediante votos u otros vínculos sagrados, según las leyes propias de los institutos, profesan los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y, por la caridad a la que éstos conducen, se unen de modo especial a la Iglesia y a su misterio.
Para llegar a encontrar la identidad de la vida consagrada debemos buscar lo esencial de ella. ¿Qué es lo esencial de la vida consagrada? ¿Cuál es aquel elemento que en caso de no encontrarse haría que desapareciera la vida consagrada? Por esencia entendemos: “Aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas”. O bien. “Lo más importante y característico de una cosa”.
Cabra y el Derecho canónico parece que nos darán la solución. Ambas hablan de un seguimiento, de un especial seguimiento a Cristo. Así lo consigna Vita Consecrata en el número 18: “El Hijo, camino que conduce al Padre (Cf. Jn 14, 6), llama a todos los que el Padre le ha dado (Cf. Jn 17, 9) a un seguimiento que orienta su existencia. Pero a algunos —precisamente las personas consagradas— pide un compromiso total, que comporta el abandono de todas las cosas (Cf. Mt 19, 27) para vivir en intimidad con Él (30) y seguirlo adonde vaya (Cf. Ap 14, 4).” Sin esta llamada de Cristo a seguirlo más de cerca, parecería que no existiera la vida consagrada. Sin esta llamada, no tendría caso recibir una nueva consagración como un nuevo y especial don del Espíritu santo. Esta nueva consagración se da con el fin de que la mujer consagrada reciba las gracias necesarias para responder a la llamada. Esta llamada es una invitación a vivir una vida de especial consagración en pobreza castidad y obediencia. Sin la llamada no tendría caso que la mujer consagrada eligiera vivir de acuerdo a los votos antes mencionados. Las restantes líneas que definen la vida consagrada vienen a coadyuvar para que la llamada de Cristo pueda ser respondida con mayor viveza. Muchas de estas líneas responden perfectamente al aggiornamento pedido por el Concilio.
La esencia por tanto de la vida consagrada es la llamada de Cristo y la respuesta que el hombre o la mujer deben dar a esta llamada. Una llamada que implica tres elementos: el abandono de todas las cosas, el vivir en intimidad con Él y el seguirlo a dónde Él vaya. Y una respuesta que se identifica con la imitación de Cristo en la vida que Él escogió para sí mismo en pobreza, virginidad y obediencia .
Ahora que hemos fijado la identidad de la vida consagrada, conviene que nos preguntemos quién es el hombre al que dirige Cristo esta llamada y cómo puede este hombre, desde lo que es, -en su antropología- responder a esta llamada, es decir, los recursos antropológicos con los que cuenta para seguir la llamada de Cristo.
El hombre llamado…
La llamada de Cristo a seguirlo más de cerca en un modo de vida peculiar, a la manera de los apóstoles, no hace diferente a este hombre del resto de los mortales. La especial consagración que recibe pro la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia, tampoco añade o quita nada a la constitución específica de este hombre. Deberemos plantearnos por tanto la cuestión de conocer quién es este hombre. Con Martin Heidegger podríamos decir. “Ninguna época ha tenido como la actual nociones tan numerosas y variadas del hombre. Ninguna época ha logrado como la nuestra presentar su saber en torno al hombre en modo eficaz y fascinante, al mismo tiempo que en una forma veloz y de fácil acceso. También es cierto sin embargo, que ninguna otra época ha sabido menos que la nuestra qué cosa es el hombre. Jamás el hombre ha asumido un aspecto tan problemático como en nuestros días.” Y no podemos también de embelesarnos al leer el salmo 8: “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos juntos, y aún las bestias del campo, y las aves del cielo y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas. ¡Oh Yahveh, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra!” (Ps. 8, 5 – 10).
Este hombre, misterio cerrado es un ser complejo, formado no sólo de elementos diversos, sino muchas veces contrapuestos entre ellos mismos. Carne y espíritu, materia y alma que la hacen un verdadero enigma. Corremos el peligro al tratar de definir al hombre, de caer en un reduccionismo, dejando fuera elementos constitutivos esenciales. Sin embargos debemos aventurarnos a dar los elementos constitutivos más importantes, aquellos que constituyen la esencia del hombre.
La filosofía ha siempre visto como característica esencial del hombre su interioridad, que es la capacidad de recogerse en sí mismo, de ensimismarse , ha diferencia de los animales que viven fuera de ellos mismos, pues no tienen un lugar interno en dónde refugiarse, en donde puedan vivir. Esta característica de la interioridad permite al hombre conocerse a sí mismo y conocer todas las cosas que están fuera de él mismo. Conoce porque tiene la capacidad de interiorizarse. Por tanto, una primera potencia del hombre, que nos servirá en nuestro estudio, es la capacidad de conocer: puede conocerse a sí mismo y puede conocer todas las cosas en su esencia espiritual.
Pero no todo en el hombre es espiritual, no todo en el hombre es conocimiento. El hombre es también un ser material, un cuerpo con el que se relaciona consigo mismo, con sus semejantes y con el ambiente. Y aquí se dan unas de las manifestaciones más importantes y características del hombre: puede sentir. Calor, frío. Amor y odio. Amistad y venganza. De un extremo a otro, de las pasiones a los sentimientos, el hombre es un ser que siente. Por ello encontramos en el hombre una cualidad que es la afectividad y cuyo fruto principal son los sentimientos y las emociones. “Son los sentimientos y las emociones, que acompañan los actos del conocimiento y las tendencias, que hacen vibrar todo nuestro ser.”
Sin embargo, para complicar más a este hombre, de por si ya complicado, observamos que no está a la merced de sus sentimientos y de sus pasiones. Tiene la capacidad de estar por encima de ellas. Puede pasarse la vida amando, sublimando los sentimientos y las emociones de odio y venganza. O puede vivir siempre odiando, reprimiendo sus sentimientos de donación hacia los demás. ¿Qué capacidad le permite dirigir sus sentimientos, estar más allá del nivel de los instintos? Es la potencia volitiva, la potencia de la voluntad, el querer humano. El hombre conoce las cosas, las siente, pero las puede querer o rechazar por esta capacidad volitiva.
Recordemos que la potencia del conocimiento y la potencia volitiva pertenecen al mundo espiritual del hombre, mientras que la afectividad se da en su aspecto material.
Con estas tres cualidades, el conocimiento, la voluntad y la afectividad, el hombre se constituye a sí mismo como un ser único, diferente de todos los otros seres de la creación. Es precisamente este ser el que queremos analizar. Es este ser y no otro, el que recibe el llamado de Cristo a seguirlo en una vida de intimidad con Él y lo invita a dejar todo para vivir, a la manera de los apóstoles, una vida de pobreza, castidad y virginidad. ¿Cuál será el servicio que le prestarán dichas potencias al hombre en la respuesta que debe dar a la llamada de Cristo?El conocimiento y la vida consagrada
Comencemos por la potencia del intelecto. Convendrá saber cómo puede ayudar la capacidad intelectiva a alcanzar la identidad de la vida consagrada, que según, hemos dicho en los capítulos precedentes, no es otra cosa que seguir la llamada de Cristo y configurarse con Él en una vida de pobreza, castidad y obediencia.
Por la facultad intelectiva el hombre percibe y conoce las cosas, todas las cosas. Este conocimiento puede ser intelectual o sensitivo. Las fases del conocimiento intelectual son tres, la conceptualización, el juicio y el razonamiento. Mediante estas tres fases el hombre puede analizar, sintetizar y relacionar los conceptos para formarse un juicio. La forma en que se realiza este conocimiento y las diversas operaciones a él ligadas pueden estudiarse en los manuales de Filosofía. Lo que debe quedarnos claro es que el hombre, con su capacidad de conocer, tiene la posibilidad de alcanzar el objeto que quiere conocer mediante su intelecto y no sólo mediante una experiencia sensitiva, vaga o etérea, en donde sólo la subjetividad de la persona puede actuar como norma última. “Finalmente, la naturaleza intelectual de la persona humana se perfecciona y debe perfeccionarse por medio de la sabiduría, la cual atrae con suavidad la mente del hombre a la búsqueda y al amor de la verdad y del bien. Imbuido por ella, el hombre se alza por medio de lo visible hacia lo invisible.”
Con estas definiciones podemos decir claramente que la facultad intelectiva permite conocer en su esencia los diversos objetos que se le presentan al hombre. Uno de estos objetos es la llamada que Jesucristo hace a hombres y mujeres para seguirlo más de cerca. Esta llamada puede ser percibida de diversas formas y puede ser conocida por el hombre. Las características de esta llamada y sus implicaciones son también materia del conocimiento, de forma que no se deja a la interpretación subjetiva de la persona. La llamada comporta un estilo de vida muy preciso, requiere de un comportamiento específico y de unas disposiciones muy especiales. El seguimiento de Cristo puede y debe ser reconocido por el intelecto y la persona consagrada puede informarse sobre el contenido de esa llamada.
Toso lo anterior nos permite establecer el servicio que presta la facultad intelectiva a la vida consagrada. La posibilidad de que el hombre y la mujer consagrad puedan conocer la llamada en forma inequívoca y sustancial, es decir, en su esencia, no deja campo para las interpretaciones o la subjetividades personales. La vida consagrada, de acuerdo al deseo de Cristo, su fundador, queda establecida en una forma muy bien definida. Garante de esta definición es el Magisterio de la Iglesia. La persona consagrada con su mente debe esforzarse por entender el significado de la llamada en su vida y las implicaciones en su actuar personal. Si utilizásemos una imagen del evangelio, podríamos decir que la facultad intelectiva permite conocer la perla de gran valor, el tesoro escondido en el campo. Se percibe la llamada, pero el intelecto sabe razonar, juzgar y comparar esta llamada para valorarla. (Mt. 13, 44 – 46)
La facultad intelectiva le permite conocer y ser consciente de sus actos. Sabe juzgar con claridad mediana sus actos en el pasado y prever los del futuro. La conciencia , juicio práctico de la razón, le ayudará a discernir lo bueno de lo malo, tomar decisiones que lo lleven hacia el fin que se ha propuesto y le premiará o le castigará sobre los actos realizados. Él es dueño de sus actos y no queda limitado por un pasado histórico.
Como colofón de esta potencia, podemos decir que el intelecto permite al hombre conocer quién es el que llama y a qué llama. Las formadoras de la vida religiosa deberán tener siempre en cuenta en su labor formativa el saber presentar adecuadamente la llamada, de forma que la mujer consagrada pueda identificar lo que significa para su vida quién es el que le hace el llamado y a qué la está llamando. Ayudará a la religiosa a conceptualizar, juzgar y hacer un razonamiento claro sobre esta llamada, núcleo y esencia de la identidad de la vida consagrada. Hay que añadir que un adecuado uso de la facultad intelectiva permite alcanzar la madurez en la persona, “la cual se comprueba, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres”. Sin esta facultad del entendimiento, cualquier hombre es como una hoja en tiempos de vendaval, dejada a la merced de las circunstancias, las pasiones, los sentimientos.Pero no basta la sola razón.,
"melior est amor Dei quam cognitio": el amor de Dios vale más que conocer a Dios.
Decíamos que la mujer consagrada que recibe la llamada se asemeja a la parábola del evangelio de la perla preciosa o el tesoro en el campo. El hombre aprecia dicho tesoro o dicha perla, lo valora, es decir, lo conoce. Pero enseguida el evangelio apunta que tal hombre, “va, vende todo lo que tiene y compra el campo” o “va, vende todo lo que tiene y la compra”. (Mt. 13, 44 y 46). El conocer la perla o el tesoro no significa hacer nada para adquirirlo. Es necesario apetecer dicho tesoro o dicha perla. Surge entonces la segunda facultad del hombre: la facultad volitiva, la facultad de apetecer, la facultad de querer algo.
Los filósofos distinguen diversos tipos de apetito y volición. Bástenos en este pequeño estudio señalar las consecuencias de esta capacidad de apetecer, de atraer las cosas hacia sí, como lo define Mondin . Al querer las cosas el hombre se pone en la capacidad de decidir. Por lo limitado que es, no puede desear todo al mismo tiempo ni mucho menos puede hacer todo al mismo tiempo. Sin embargo, por la ley natural siente una gran atracción hacia el bien y una repulsa al mal. No son cuestiones culturales, son cuestiones que se llevan en el alma, por el hecho de participar de la naturaleza humana.
Esta capacidad de querer, lo pone de frente a una no menos gran capacidad, que es la de elegir. Se le presentan diversas opciones, diversos objetos por los que debe elegir. Y se elige en base a la ley natural: hacer el bien y evitar el mal. Esta capacidad de elección no es otra cosa que la libertad. De manera que la libertad no es una facultad, sino un accidente de la facultad volitiva, que se explica del siguiente modo: la voluntad es una de las facultades del hombre. Los actos que provienen de esa voluntad, son los actos volitivos y algunos casos, estos actos volitivos son libres.
Para que un acto volitivo sea libre, es necesario que la persona conozca aquello que quiere hacer (los medios para llevarlo a cabo, sus implicaciones, sus consecuencias) y que la persona sea dueña de hacerlo o de no hacerlo. Se establecen de esta manera las condiciones del acto libre. Y es justo en este momento donde también nace el amor. El amor y la libertad están asociadas intrínsecamente, pues “ahí donde comienza la libertad nace el amor y donde nace el amor comienza la libertad” . No podemos hablar entonces de determinismos psicológicos, cuando por determinismos psicológicos entendemos que la voluntad queda reducida o aniquilada por el pasado psicológico, el inconsciente o traumas de la vida pasada. Si bien es cierto que algunos de estos factores pueden condicionar y disminuir la libertad con la que la persona puede actuar, jamás podrán aniquilar del todo la libertad de la persona.
Por la libertad, esto es, la capacidad de elegir y de amar que tiene el hombre en los actos volitivos libres, puede elegir una opción fundamental para su vida, que es el sentido global y totalizante que el hombre da a su vida. Es un hábito de la libertad de forma que todos sus actos pueden quedar orientados hacia esta opción fundamental, pero siempre queda en el hombre, por su facultad volitiva, la capacidad de actuar en determinados actos en contra de la misma opción fundamental que él libremente ha elegido.
Estas disquisiciones sobre la voluntad nos llevan a conclusiones sobre la persona consagrada. Por la capacidad volitiva, siguiendo la parábola de la perla y del tesoro en el campo, la persona consagrada conoce el llamado, pero es su voluntad la que lo hará “vender todo cuanto tiene” para comprar el campo o adquirir la perla d e inmenso valor. Es la voluntad la que mueve la persona a tomar decisiones que puedan hacer que responda al llamado de Dios. La voluntad, como facultad humana puede acrecentarse o disminuirse, dependiendo de la forma en que se ejercite. Con frecuencia las formadoras, superioras y animadoras vocacionales se preguntan el porqué de la falta de vocaciones y su bajo índice de perseverancia en la vida religiosa. Sin llegar a reducir todo a un factor, bien podemos apuntar que la débil fuerza de voluntad en los jóvenes está en el origen de estas dolencias en la vida consagrada. Las formadoras, superioras y animadoras vocacionales, harán bien en integrar en sus programas de formación, de comunidad o de animación vocacional el cultivo de la voluntad, para desarrollar esta facultad en aquellas religiosas que adolecen de una débil fuerza de voluntad.
Por otra parte siendo la libertad un valor propagado a los cuatro vientos en nuestra época, es necesario considerar el concepto verdadero de libertad en la vida religiosa, con sus consecuencias directas en el voto de la obediencia. Libertad no es hacer lo que yo quiera, sino lo que más me convenga para alcanzar el fin que me he propuesto en la vida. La persona consagrada se propone seguir más de cerca de Jesús y utilizará, en lógica consecuencia con su capacidad volitiva, aquellos medios que más puedan ayudarle a alcanzar este ideal. Ideal que filosóficamente se identifica con la opción fundamental. Este concepto de hacer una opción por seguir a Cristo en la vida consagrada, viene explicitado por Juan Pablo II, como una contribución al desarrollo teológico de la vida consagrada en el periodo de la renovación y que de alguna manera revelan la permanencia de la esencia de la vida consagrada a través de toda la historia: “Podrá haber históricamente una ulterior variedad de formas, pero no cambiará la sustancia de una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en El, a cada miembro de la familia humana”. “Es Él quien, a lo largo de los milenios, acerca siempre nuevas personas a percibir el atractivo de una opción tan comprometida.”
La vida consagrada, entendida como opción fundamental implica necesariamente la valoración de otras opciones en la vida. Se hace una opción cuando se ha estado en la capacidad de elegir. Saber elegir no es un acto que se debe dar por descontado. La persona puede elegir por diversos motivos, incluso en contra de la ley natural. Puede elegir dejándose llevar por sus pasiones, sus instintos, su comodidad. Puede optar por modelos de vida diversos al evangelio. Puede optar por seguir a Cristo, pero por motivos egoístas o condicionada por elementos que disminuyen o comprometen su libertad.
Enseñar a elegir es una cuestión formativa que se logra haciéndole ver a la persona que su elección debe estar motivada por el amor, que es un inicio de libertad y viceversa, como apuntábamos renglones arriba. Y un campo propicio para hacer esta elección es la oración. “Las personas consagradas, en la medida en que profundizan su propia amistad con Dios, se hacen capaces de ayudar a los hermanos y hermanas mediante iniciativas espirituales válidas, como escuelas de oración, ejercicios y retiros espirituales, jornadas de soledad, escucha y dirección espiritual. De este modo se favorece el progreso en la oración de personas que podrán después realizar un mejor discernimiento de la voluntad de Dios sobre ellas y emprender opciones valientes, a veces heroicas, exigidas por la fe.” Se han descuidado, pero son importantes…
¿Quién tiene la primacía en la vida del hombre? Un debate se ha abierto a lo largo de los siglos para saber si es el intelecto o la voluntad quien debe dirigir los actos del hombre. Santo Tomás de Aquino resuelve la cuestión al decir que cuando la cosa en el que el bien se encuentra es noble que el alma misma en la cual se encuentra su imagen intelectiva, entonces la voluntad es superior al intelecto con respecto a tal cosa. Pero si la cosa en la que se encuentra el bien está por debajo del alma, entonces el intelecto es superior a la voluntad.
Sin embargo bien sabemos que el conocimiento y la voluntad pueden estar determinados por la manera en que percibimos y sentimos las cosas. Nos estamos refiriendo por tanto a la afectividad, cuyos frutos más palpables son los sentimientos y las emociones. Son sensaciones que se refieren a la parte sensible de nuestro organismo y que pueden tener una gran carga afectiva de temor, amor gozo, esperanza, etc. El sentimiento es una impresión agradable o desagradable que experimenta la persona y que no tiene ninguna relación con un objeto. Es simple y puramente un aspecto subjetivo de la persona. Así, mientras que a alguien un día de lluvia le pone nervioso o tenso, a otro lo relaja y le invita a una convivencia fraterna con sus hermanos en religión.
Una emoción es un sentimiento intenso, de duración más breve que un sentimiento, pero que comporta alguna reacción orgánica anterior, concomitante o posterior a la misma emoción.
Se han tratador establecer las causas más profundas de dichos sentimientos. Hay quien ve su origen en el inconsciente, quien en la combinación de recuerdos y memorias. Otro lo tratarán de analizar desde el punto de vista meramente biológico. Su origen escapa a una causa cierta y segura, constante en el tiempo. Sin embargo, lo que es real es la parte subjetiva de la sensación. El gozo de una persona es su gozo. De igual forma que la tristeza es su tristeza.
Durante algún tiempo, especialmente en la vida consagrada, se trató de suprimir la vida afectividad. Hoy en día nos encontramos con el péndulo del reloj hacia el otro lado y así hay quienes de alguna manera quieren dar una primacía a la vida afectiva de las personas consagradas. En la vida consagrada se ha de buscar la integración afectiva de la persona consagrada, esto es, que la persona sea capaz de encauzar todos sus sentimientos y emociones a la consecución de su identidad como consagrado.
Los sentimientos y las emociones no se pueden, ni se deben eliminar. Mientras que el hombre sea hombre, por más consagrado que lo sea, no dejará de sentir. Su sensibilidad y su afectividad, lejos de apartarlo de su identidad como persona consagrada, pueden ayudarle a enriquecer esa identidad. Para ello tendrá que utilizar el intelecto y la voluntad. El intelecto para conocer si dicho sentimiento o emoción lo aparta o lo acerca a su opción fundamental. Y la voluntad para poner en marcha los medios necesarios para aceptar o apartar dicho sentimiento o emoción.A manera de conclusión
De esta manera la persona consagrada podrá ir asemejándose más a Cristo, al hacer suyos los sentimientos que tuvo Cristo. El seguimiento más cercano de Cristo, motivo fundamental de la identidad consagrada, no será una quimera inalcanzable, sino un proyecto de vida plausible, alcanzable, objetivo, bello en sí mismo. Será este el objetivo fundamental por alcanzar, que con la facultad del intelecto podrá convertirse en un objeto por conocer. La voluntad lo convertirá en la opción fundamental. Y la afectividad ayudará a enriquecerlo y hacerlo cada día más personal.Notas
Pier Giordano Cabra, Breve corso sulla Vita consacrata, Queriniana, Brescia, 2004 pp. 135 - 173.
“Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz”. Paulo VI, Decreto Perfectae Caritatis, 28.10.1965, n.2d
Dice Andereggen en su ensayo La problemática de una psicología intrínsecamente católica, en Ignacio Andereggen y Zelmira Seligmann, La Psicología ante la gracia, Ediciones de la Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 1997: “Es necesario asimismo hacer notar que fuera de los ambientes universitarios específicos reina una inmensa confusión terminológica: psiquiatría, psicología, psicoanálisis, psicoterapia, psicopedagogía, con los correspondientes adjetivos de personas, se usan indiscriminadamente permitiendo luego maniobras ambiguas, especialmente dentro de ámbitos católicos, por parte de psicólogos y psiquiatras de intenciones poco claras… En los ambientes universitarios en que se cultiva el estudio de la psicología es enorme también la confusión y la ignorancia real acerca de la conformación de la persona humana y de sus potencias, aunque exista, en el mejor de los casos, un estudio teórico más o menos adecuado. Se da en muchas oportunidades la situación análoga a la que se presentaría en una carrera de matemáticas en la que los alumnos nunca hubieran aprendido los números ni a contar, pero en la que se hablara con gran seguridad de las más complicadas teorías.” Por otra parte, la misma definición de psicología, si fuera bien entendida, sería suficiente para aclarar las diferencias y los límites entre la gracia, la vida espiritual y los papeles que cada persona debe desempeñar por perfilar lo mejor posible la identidad de la vida consagrada en una persona. Conviene por lo tanto que nos ciñamos en este estudio a la definición que de Psicología da Silvestre Paluzzi en su libro “Manuale di psicología”, Urbaniana University Press, Città del Vaticano, 1999, p. 30: “… es el estudio científico del comportamiento y de la experiencia humana. Tal estudio se focaliza sobretodo en los procesos del pensamiento, en la mente y en sus relaciones con el comportamiento y la vivencia de la persona.” Por último, no debemos olvidar que el objetivo de la Psicología, según el mismo Paluzzi (ibidem, p. 87): … no es el de proponer ni producir modelos globales u omnicomprensivos, sino el de promover el conocimiento humilde que cada visión de la realidad, examinada por el investigador con su propia teoría de referencia, es del todo parcial: se trata de ir sustituyendo una lógica dicotómica y opuesta, de matriz cartesiana, a una lógica de relación complementaria y dialéctica.
Tomás Spildik, L’<>, Lipa Edizioni, Roma, 2003, p.53
Los últimos escritos de Pio XII a los religiosos, llevaban siempre en el membrete el título de estado de perfección, como lo desmuetran: Allocuzioni Sous la meternelle, ai partecipanti al II Congresso generale degli statu di perfezione in Roma (9.12.1957), Allocuzione Haud mediocri sui principi e criteri nell’impegno di rinnovamento e aggiornamento della vita degli istituti di perfezione (11.2.1958)
La renovación era y es precisamente el objetivo del Concilio. Sin cambiar la esencia de la consagración, había que adaptarla adecuadamente a las condiciones del mundo moderno. El adverbio adecuadamente tiene un gran significado en la interpretación justa de la renovación. Ya lo había señalado Paulo VI, en la exhortación apostólica Evangelica Testificatio, al notar claras y fuertes desviaciones en varios Institutos religiosos que no habían comprendido con claridad, primero, la identidad religiosa y segundo, la adecuada renovación. Por ello insistirá en el discernimiento, como un medio para llevar a cabo la adecuada renovación en los Institutos religiosos.
Paulo VI, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 21.11.1964, n.44
Pier Giordano Cabra, Breve corso sulla Vita consacrata, Queriniana, Brescia, 2004 pp. 135 - 173.
Utilizaremos las siglas VC para referirnos a la exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata de Juan Pablo II, 25.3.1996.
Ángel Pardilla, Vita Consacrata per il nuevo millennio, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 2003, pp. 1353 - 1417.
Definiciones del Diccionario de la Real Academia Española, 2004.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n.18
El seguimiento de Cristo pobre, virgen y obediente, ha sido uno de los puntos centrales del desarrollo teológico posconciliar de la vida consagrada. Con fuerza inusitada se presenta el seguimiento de Cristo como respuesta a la llamada que Él hace a hombres y mujeres a lo largo de la historia. Partiendo del ejemplo de los apóstoles, “que dejándolo todo, le siguieron”, otros han recibido la invitación para seguir sus huellas a lo largo de la historia. Dicho desarrollo teológico ha quedado plasmado en VC 65- 71, al hablar del recorrido formativo que se debe hacer para alcanzar la meta de formar un hombre o una mujer consagrada. Dicha formación no tendrá otro objetivo que preparar al hombre y a la mujer para seguir a Cristo, de forma que pueda: “Desde el momento que el fin de la vida consagrada consiste en la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación, a esto se debe orientar ante todo la formación. Se trata de un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre.” (VC. 65).
Martin Heidegger, Kant e la metafisica, Genova 1962, pp. 275-276.
Battista Mondin, Antropología Filosofica, Edizioni Studio Dominicano, Bologna, 2000, p. 13.
Lucas Lucas, L’uomo spirito incarnato, Edizioni Paoline, 1993, pp. 73 – 143.
Ibidem, p. 182 - 191
Battista Mondin y Lucas Lucas, dos filósofos de nuestro tiempo enfrentan la capacidad del conocimiento del hombre desde diversos puntos de vista. Mientras que Mondin sostiene que todos los vivientes están dotados de percepción y apetito y a partir de ahí comienza a describir el proceso del conocimiento, haciendo una diferencia neta entre el proceso que siguen los animales y el proceso que siguen los hombres, Lucas Lucas prefiere partir de la cualidad de interioridad o ensimismamiento del hombre, en forma tal que explica el conocimiento en una doble vertiente, la del conocimiento sensible y la del conocimiento intelectual. Son dos caminos distintos pero que llegan a explicar el conocimiento y las diversas operaciones intelectuales. Lo que podemos sacar en conclusión de estos dos análisis es la capacidad que tiene el hombre de conocer todas las cosas en profundidad y las operaciones que puede realizar con esta potencia.
Paulo VI, Constitución Pastoral Gaudium et spes, 7.12.1965, n. 15
“El juicio de la conciencia es un juicio práctico, o sea, un juicio que ordena lo que el hombre debe hacer o no hacer, o bien, que valora un acto ya realizado por él. Es un juicio que aplica a una situación concreta la convicción racional de que se debe amar, hacer el bien y evitar el mal. Este primer principio de la razón práctica pertenece a la ley natural, más aún, constituye su mismo fundamento al expresar aquella luz originaria sobre el bien y el mal, reflejo de la sabiduría creadora de Dios, que, como una chispa indestructible («scintilla animae»), brilla en el corazón de cada hombre”. Juan Pablo II. Veritatis Splendor, 6.8.1993, n. 59
Paulo VI, Decreto Optatam totius, 20.10.1965, n. 11
Santo Tomás de Aquino, S.Th., I, 82/3.
Battista Mondin, Antropología Filosofica, Edizioni Studio Dominicano, Bologna, 2000, p. 139
Lucas Lucas, L’uomo spirito incarnato, Edizioni Paoline, 1993, p 177
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n. 3 y 19.
Ibidem. n.39
S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 82, a. 4. Cf. De veritate, q. 22, aa. 11 y 13
“La dimensión humana y fraterna exige el conocimiento de sí mismo y de los propios límites, para obtener el estímulo necesario y el apoyo en el camino hacia la plena liberación. En el contexto actual revisten una particular importancia la libertad interior de la persona consagrada, su integración afectiva, la capacidad de comunicarse con todos, especialmente en la propia comunidad, la serenidad de espíritu y la sensibilidad hacia aquellos que sufren, el amor por la verdad y la coherencia efectiva entre el decir y el hacer.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n.