Un tema nada fácil de resolver: ¿habría que controlar las falsas noticias, las medias verdades o las mentiras más o menos manifiestas que de vez en cuando aparecen en los medios de comunicación social?
Intentemos ofrecer unas breves consideraciones que quizá nos permitan llegar a alguna conclusión sobre un asunto que merece nuestra atención.
El punto de partida es muy sencillo: la mentira (en sus muchas variantes, graves o leves) ha existido, existe y seguramente existirá mientras alguien crea que puede obtener algún beneficio con ella. Son muchos los que se sienten interesados en decir mentiras. Mienten novios y amigos, mienten esposos e hijos, mienten profesores y alumnos, mienten políticos, gobernantes, sindicalistas, vendedores y banqueros, pobres y ricos.
Como botón de muestra, basta con abrir el periódico después de una manifestación “multitudinaria”: “según los organizadores participaron al acto 500 mil personas; según la policía, 50 mil”. O mienten los organizadores, o miente la policía, o mienten los dos, o la verdad es imposible de alcanzar y lo mejor es no poner cifras de participantes...
La segunda reflexión intenta ir un poco más a fondo. Notamos que las mentiras dichas por algunos “duelen” mucho, mientras que si las dicen otros “duelen” menos. Si Pedrito, de 6 años, dice que el caramelo que come es suyo cuando es de su hermanito, su mentira es una señal de infantilismo, no resulta algo especialmente grave (aunque algo de importancia tiene). Si la novia le dice al novio que está enferma cuando, en realidad, quiere salir a una fiesta con un segundo amigo, el novio no suele quedarse (al menos, algunos) muy tranquilo en el momento de descubrir la mentira. Si un presidente da unos datos para que el parlamento apruebe el envío de tropas a un rincón del planeta, y esos datos son falsos (son una mentira más o menos bien preparada), entonces...
Nos damos cuenta, por tanto, de que algunas mentiras duelen. Duelen tanto que a veces pueden merecer un buen “castigo” o, al menos, una fuerte recriminación a quienes han mentido. El novio podrá ponerse serio con la novia para ver si de verdad lo quiere o si está jugando con él. La sociedad quizá castigue, en las elecciones, a aquellos gobernantes que han sido descubiertos en mentiras de gravedad.
Entramos al tema de nuestra reflexión. ¿Y si mienten los periodistas? Para responder, vamos a hacer dos pasos.
El mundo informativo recibe cada día miles de datos (“noticias”) a través de las agencias o de otros canales más o menos fidedignos. Un periódico, un canal de radio o de televisión, reúne el material y lo ordena. En este proceso, se descartan datos que pueden ser falsos, o se dejan de lado “noticias” que no interesan. Este proceso de discernimiento es hecho por quienes dirigen el medio informativo, es decir, por personas que piensan, que votan (hay periodistas “de izquierdas”, otros “de derechas” y otros de todo un poco), que aman a un político y odian a otro. Por lo mismo, ser imparciales a la hora de seleccionar la información resulta algo tan difícil como entrar en un río sin mojarse.
La sociedad, en general, acepta el que los medios de comunicación tengan una línea más o menos definida. Quien lee el periódico “X” sabe que encontrará casi siempre alabanzas al gobierno (camufladas bajo “noticias positivas”) y críticas a la oposición. El que vea el telediario del canal “Y” puede estar seguro de que no faltará al menos una denuncia a tal error del presidente o de la política económica nacional. Pero esta aceptación, de por sí, es problemática: ¿por qué nos parece normal que un periódico, llamado a ofrecer información, tenga una tendencia sistemática a escoger sólo las noticias que estén con su ideario, y a marginar aquellas que van contra ese ideario?
Dejamos la pregunta así. Para responderla, necesitaríamos repensar en el sentido genuino de la información, que debería ser “imparcial” pero que, en realidad, siempre es repensada según el color de las gafas de cada uno. En este sentido, puede ser más honesto el periódico que dice con franqueza: “nosotros somos de tal tendencia” que no aquel medio informativo que presume de “imparcial” u “objetivo”, como si sus redactores fuesen ángeles que viven en la tierra sin tener ideas personales...
El segundo paso es el más complejo. Hay noticias que resultan ser falsas. La falsedad puede venir de la fuente informativa, o puede ser originada directamente dentro del periódico. Existen, además, mentiras a medias (o verdades a mitad, que son lo mismo): se recoge un dato de una fuente “fidedigna” pero se interpreta y se coloca en un contexto tal que puede dar a entender muchas cosas, incluso algunas totalmente descabelladas. No faltan periodistas que, con habilidad, mezclan informaciones para construir un relato que, sin ser mentira, es capaz de llenar de sombras y de sospechas la vida privada de un empresario o de un político que tiene derecho a ser considerado honesto mientras no se pruebe, con verdades y no sólo con suposiciones, lo contrario.
¿Qué puede hacerse para controlar estos posibles abusos periodísticos? La pregunta suele ser considerada peligrosa, pues hablar de “control” de la información nos hace pensar en dictaduras, en sistemas autocráticos que ahogan la libertad de expresión. ¿Nos quedamos, entonces, sin respuesta?
Pensemos en algún camino para salir del atolladero. Si promovemos en la sociedad una cultura de los valores y del respeto, de la limpieza intelectual y de la veracidad, del sano control mutuo y del respeto a las personas que piensan de modo distinto. Si logramos consolidar un auténtico periodismo independiente, que no esté sometido a empresas o a grupos financieros o políticos que pueden imponer líneas editoriales según sus intereses de parte. Si formamos a los periodistas para que tengan la capacidad de no publicar nada que carezca de un mínimo fundamento. Si les enseñamos a tener el valor de desmentirse, en la misma página y con la misma extensión con la cual alguna vez se ha dado una noticia equivocada. Si les hacemos realmente capaces de disentir respecto del propio jefe de redacción, y les permitimos poner en la noticia: estos son los datos reales, y el jefe nos ha pedido que los interprete así, pero no hemos querido (¿habrá algún periódico que se atreva a llegar a este nivel de libertad de expresión?)...
Bueno, parece que estamos soñando, pero a veces se puede soñar despierto, y quizá este sueño sirva para despertar a más de uno que no cree que sea posible otro periodismo.
Queda siempre abierta la vía de la educación de la sociedad. Los educadores, muchas veces, serán los mismos periodistas, con sus idearios más o menos definidos. Pero cada uno puede, de vez en cuando, y especialmente con la ayuda de medios como internet, ver otras perspectivas y comparar lo que lee en su periódico favorito y lo que dicen en otras fuentes informativas sobre la misma noticia. Más de uno tomará la sabia decisión de dejar de comprar tal periódico o de escuchar tal noticiero de radio. Si son muchos los que toman esas decisiones, entonces la opinión pública (de la que todos hablan pero pocos respetan) será capaz de hacer realidad el sueño que proponemos en estas líneas: que pueda nacer un periodismo capaz de ofrecer verdades no manipuladas y de denunciar mentiras, vengan de donde vengan, aunque las escriba un colega periodista...
La “sociedad” (es decir, cada uno de nosotros) puede hacer mucho para conseguir que algunos medios de información cambien su sistema de trabajo y empiecen a vivir un nuevo periodismo. Puede hacerlo si empezamos, poco a poco, a buscar fuentes fidedignas y a dejar de lado a periódicos, canales de radio o de televisión que tienen mucha fama pero poca honestidad. Puede hacerlo si el número de quienes toman esa opción llega a ser suficiente para disminuir sensiblemente las fuentes de ingresos de esos medios, lo cual puede ser motivo para que las “empresas de la información” replanteen sus líneas editoriales y sus estrategias más o menos ideológicas, en orden a tomar una opción que será para el bien de todos: una opción por un periodismo que sólo ofrezca informaciones basadas en los criterios de la veracidad y del respeto.