Las modas esclavizan, mucho más de lo que pensamos. Especialmente a los adolescentes y los jóvenes, que son muy vulnerables a las risas y los comentarios que reciben, que buscan aplausos y apoyos entre amigos y conocidos.
Las modas han llevado a excesos en los vestidos, en los perfumes, en los piercings, en los tatuajes. Excesos a veces peligrosos para la misma salud, como en el caso del piercing dentro de la boca.
A todos, no sólo a los adolescentes, nos vendría bien recordar aquel dicho de William Hazlitt (1778-1830), un famoso escritor británico: “quienes convierten el vestido como una parte principal de sí mismos, acabarán, en general, por no valer más que sus prendas de vestir”.
El valor de una persona no está en el vestido ni en adornos más o menos sofisticados que engalanen el propio cuerpo. Ni tampoco en el móvil último modelo, en la palm, en la cartera o en los lugares a los que uno va durante el fin de semana. Ni tampoco en vivir según el capricho impuesto por anuncios televisivos, ni según lo que el compañero acaba de enseñar en la escuela, ni según la bebida que se ha puesto de moda.
El valor de cada persona está en su corazón, en esa capacidad de olvidarse de sí mismo para pensar en los demás, en su espíritu de sacrificio a la hora de ayudar en casa a los padres y a los hermanos, a los hijos y a los amigos, a los compañeros de trabajo y a los vecinos. Está en esa voluntad que quiere dejar de lado cualquier forma de egoísmo para prepararse a ser un buen profesionista, un buen esposo o esposa, un buen padre de familia, un buen amigo, un buen ciudadano.
Decía otro autor que quien se casa con la moda corre el peligro de ser tan fugaz como las ideas de los estilistas. Nuestro corazón está hecho para mucho más. Digámoslo sin miedo: está hecho para Dios, que es Amor y que nos enseña a amar sin medida, al máximo, plenamente.
No hace falta, para ser buenos, llevar un vestido lleno de agujeros, ni unos pantalones apretados (y dañinos para la propia salud), ni un reloj lleno de alarmas, ni unas pulseras que sirven para mil monerías y para poco más... Hemos nacido con un valor mucho más grande incluso que la propia belleza física, que también pasa, aunque por unos meses o años el espejo susurre que uno es el más “guapo” del mundo...
Valemos mucho, muchísimo más que modas, que poses, que figuras pasajeras. Valemos lo que Dios nos ha amado. Es decir, valemos según un amor eterno. Un amor que es capaz de sacarnos de nosotros mismos, que nos permite brillar con la luz más hermosa que puede darse en cada corazón humano. Porque esa luz viene del mismo Dios, que simplemente es “aquello” que siempre vale, que siempre está de moda: Amor...