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Una moral a mi medida

Hoy
en día,  las personas que son firmes y creen que existen los valores
universales, normalmente son atacadas y confundidas, a tal grado, que a
veces les lleva a sentirse incómodas o hasta intransigentes con las
opiniones de los demás….“ Al mismo tiempo, la conciencia de cada cual
en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse
en una consideración individual. Con mayor empeño, debe abrirse a la
consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral,
natural y revelada y consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la
enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales.” [1] 
Creo firmemente que uno de los graves problemas que enfrentan nuestra
sociedad contemporánea es justamente el relativismo moral. Vemos cada
vez con más frecuencia que el mundo se va dividiendo rápidamente en dos
bandos: los que creen que todo es relativo y los que creen que no todo
es relativo, sino que existen principios morales objetivos, universales
y absolutos, principios que gozan de existencia propia y que son
aplicables a todos los seres humanos, bajo cualquier circunstancia o en
cualquier lugar. Pero, a fin de cuentas, ¿qué es esto del relativismo?.
El relativismo, consiste en una postura que dice que la verdad de todo
conocimiento o principio moral depende de las opiniones o
circunstancias de las personas. Como estas son cambiantes, ningún
conocimiento o principio moral es verdadero. El relativismo en cuanto
al conocimiento de la realidad, se traduce en un agnosticismo (que es
la negación o la puesta en duda de la capacidad del ser humano de
conocer la verdad objetiva); y en cuanto al conocimiento de la moral,
se convierte justamente en un individualismo o subjetivismo.

“Pero
hay muchas cosas en esta vida, que no son relativas, valores
fundamentales innegables: como la vida humana, la fe, el derecho a
libertad, la búsqueda de la paz y de la verdad……” [2] Para un
relativista, todas las opiniones emitidas por las personas, tienen el
mismo grado de validez, sean verdaderas o falsas. Apelando a la
“tolerancia”, creen que pueden aceptar como viable y respetar toda
opinión emitida. Es como la religión del olvido de la verdad. Es ir por
la vida sin tener certezas sólidas sobre  todo lo que nos acontece en
nuestro diario actuar. Si analizamos un poco esta postura, vemos la
falta de congruencia total  que existe, ya que no se parte de un hecho
objetivo, sino de la percepción (subjetiva) de las personas. Hay un
dicho que me parece muy cierto: “todo depende del cristal con que se
miren las cosas”. Cada persona puede dar una interpretación muy
distinta de una misma realidad de acuerdo a su entorno, a sus
características y vivencias personales. Independiente a esa
interpretación, existe una realidad objetiva y universal sobre cada
cosa, que permanece y que proviene de la misma naturaleza del ser
humano. Protágoras sostiene la tésis de que “El hombre es la medida de
todas las cosas…”  Con ello dio inicio al relativismo intelectual, en
donde no son las cosas-la realidad, las que posee su propia medida, su
propio ser, sino que es el hombre quien determina dicha medida y
verdad. Lo grave de esta postura es justamente que se pierde entonces
la dimensión objetiva, trascendente y universal de la verdad. Cada uno
de nosotros podemos tener entonces nuestra propia verdad?. “Santo Tomás
Moro, supo testimoniar hasta el martirio la inalienable dignidad de la
conciencia”. [3] El relativismo busca, en palabras sencillas, hacer del
hombre el centro del universo y pretende adaptar la verdad a la
conveniencia del momento.

Vivimos
desafortunadamente inmersos en un mundo tan superficial, dónde los
valores fundamentales son el materialismo, el hedonismo, el placer y
hay que evitar a toda costa todo aquello que nos cueste trabajo, que
implique sacrificios, que nos mueva la conciencia, que nos duela
internamente. Queremos vivir en una sociedad que se acomode a nuestras
propias necesidades y lo grave de todo esto, es que vivimos un
individualismo y subjetivismo total. Queremos alejar en lo posible el
sufrimiento de nuestras vidas y no caemos en la cuenta de que el
sufrimiento mismo es parte esencial del hombre. Cuantas personas
conocemos que viven al margen de Dios, como si Él no existiera.

“En
lo más profundo de su conciencia, el hombre descubre la existencia de
una ley que él no se dicta, a la cual debe obedecer y cuya voz resuena,
cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe
amar y practicar el bien y evitar el mal”. [4]  Recordemos que la
verdad es objetiva y universal y es justamente por esto mismo que
muchas veces es incómoda para personas que pretenden subsistir sin una
moral. Lo más preocupante de todo esto es que actualmente hay miles de
seres humanos que se dicen conservadoras, pero que comienzan a aceptar
principios éticos relativistas. Vamos permitiendo sin querer que
nuestra conciencia se deforme o, lo que es peor, que se vuelva
totalmente laxa, a tal punto que ya no nos percatamos en muchas
ocasiones que un acto está mal en verdad porque tratamos de justificar
todas nuestras acciones. Es más fácil hacer esto que reconocer nuestros
propios errores.

La
ley moral natural es una gracia de Dios que le da al hombre desde que
nace y que va descubriendo poco a poco; la lleva en su corazón. Tiene
las mismas características de la ley eterna: universalidad,
inmutabilidad: abarcan a todos los hombres por el hecho de ser hombres
y no cambian con el paso del tiempo. Esto es tan evidente que me parece
asombroso que hoy en día exista tanta duda al respecto. No podemos
olvidar que el ser humano es un ser tanto material como espiritual,
tiene inteligencia, voluntad y libertad, por lo que necesita para su
pleno desarrollo bienes tanto materiales como espirituales. Los grandes
adelantos en la medicina y de la ciencia actualmente han permitido
alcanzar objetivos que sacuden en muchas ocasiones la conciencia de las
personas e imponen la necesidad de buscar soluciones capaces de
respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos que son
inmutables y que permanecen siempre. Recordemos que no todo lo
médicamente viable es éticamente posible. Nuestro punto de partida debe
ser siempre la persona humana, en su esencia de ser, es ahí dónde
radica su dignidad de persona. La Iglesia nos enseña, que la auténtica
libertad, no existe al margen de la verdad. Una va de la mano de la
otra siempre. “Verdad o Libertad, o bien van juntas o juntas perecen
miserablemente”, como decía Juan Pablo II.