Luego de dos meses y una semana, los 33 mineros chilenos atrapados en la mina San José fueron sacados sanos y salvos. Se estima que más de un mil millones de espectadores siguieron la noticia. ¿Por qué causó tanta expectativa este rescate? ¿fue mera curiosidad o hay algo verdaderamente profundo?
El derrumbe de la mina ocurrió el pasado 5 de agosto, y dejó atrapados a 33 mineros a 624 metros de profundidad, en el yacimiento ubicado 30 km al noroeste de la ciudad chilena de Copiapó.
17 días después, los mineros fueron encontrados con vida, y se iniciaron las labores de rescate, que tuvieron un costo superior a los 10 millones de dólares; una tercera parte de esa cantidad fue financiada por donativo de particulares y el resto por el Gobierno de Chile.
El seguimiento de la noticia por parte de los medios, durante estos dos meses, ha producido un sano efecto, que podemos calificar como una “oleada de solidaridad”, la cual es una verdadera y propia virtud moral, que no se reduce a un “un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (Juan Pablo II, Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”, 38).
Entre otras muestras de apoyo solidarios a los mineros, grandes personalidades enviaron mensajes de apoyo, como el Papa y el Secretario General de la ONU; un filántropo donó 10 mil dólares a cada familia de las víctimas; futbolistas y artistas enviaron regalos y autógrafos.
Benedicto XVI expresó su cercanía espiritual y sus continuas oraciones, para que los atrapados “mantengan la serenidad en la espera de una feliz conclusión de los trabajos que se están llevando a cabo para su rescate”. Unos días después entregó 33 rosarios al arzobispo de Santiago, el cardenal Francisco Javier Errázuriz para que se los llevase personalmente.
Para agradecer esta preocupación del Papa, los mineros le enviaron una bandera de Chile firmada por todos. El Santo Padre la recibió emocionado y expresó su deseo de que fueran rescatados lo antes posible.
Lo opuesto a la solidaridad son las llamadas “estructuras de pecado”, que son las situaciones que encierran a una sociedad en un estado de injusticia. A lo largo del mundo, hay centenares de miles de empleados son abandonados a su suerte: salarios bajos, condiciones no higiénicas y de inseguridad, horas extra no pagadas, carencia de seguros médicos. Parecería que es imposible revertir este mal, pero Chile nos ha mostrado que sí posible superarlo.
El rescate de los mineros chilenos ha sacado de las profundidades el espíritu solidario. La salida del último trabajador atrapado ha hecho rezar y llorar de emoción a millones de telespectadores en el mundo entero, y esas lágrimas nos dicen que somos una gran multitud los que creemos que una vida humana, y la felicidad de una familia que se vuelve a reunir, valen más que los millones de dólares que costó el rescate.
La expectativa de la salida de los mineros nos ha enseñado que hay una “sed de solidaridad” en el mundo entero. Más allá de la curiosidad, se ha puesto de manifiesto que los seres humanos estamos diseñados para ocuparnos unos de los otros, y que la virtud social que los cristianos llamamos “solidaridad” responde a uno de los anhelos más profundos del corazón.