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Torres humanas

En algunas tierras de Cataluña se levantan torres humanas a base de subirse unos a otros, son los llamados “castillos” y los que componen el grupo son llamados “castellers”. Se llama cargar “el castell” elevarlo piso a piso, subiendo unos sobre otros, escalando con agilidad y esfuerzo los compañeros que están arriba, y una crispación aletea en el ambiente mientras van aguantando unos el peso de los otros, pendientes cada uno de su misión, confiando los de arriba en que los de abajo los sostendrán, que no fallarán, y confiando los de abajo en que los de arriba culminarán, que “l’anxaneta”, la criatura que corona el castillo levanta el brazo en señal de que se ha concluido la obra, es cuando saludará.

Lección de agilidad, gallardía, coraje... La base humana sobre la que se aguanta todo es un remolino de personas, brazos extendidos, como raíces de un árbol gigante. Sobre esta base se puede levantar, esbelto, el castillo. Todos aguantan el peso de todos, de una manera compacta, esforzada, sin fallos, se aguantan como un castillo de naipes pero con la espontaneidad de una labor colectiva, que a veces parece tambalearse pero en realidad no se cae, se “asienta” la estructura. Unos sobre los hombros de los otros, sobre las espaldas de unos la seguridad de los otros. También en el mundo hay torres. Unas hechas por quienes se sirven de los demás para subir, engañándolos (torres de Babel, que fomentan la discordia y al final son pirámides de muertos a causa de estas estrategias; algo triste y angustioso ese aprovecharse del trabajo de los demás en beneficio propio: es el mundo de los especuladores, de los parásitos, de los explotadores del trabajo de los demás...). Pero volvamos a los “castellers”, que con su sólida base nos muestran quienes suben para –con la ayuda de los otros- construir para todos; quienes ponen sus espaldas para que los demás suban, no quieren someter a los de abajo sino ayudarles a subir, sin quejarse. A este ayudar a los demás a subir lo llamamos solidaridad.

Hemos vivido estos años dramáticos momentos en varios países del mundo, como el terremoto que golpeó Centroamérica hace ahora un par de años. Hemos visto desde Roma al Papa unirse a la movilización de la comunidad internacional a favor de los damnificados del sismo que afectó a El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Sur de México, y junto con las oraciones Juan Pablo II pedía a Dios “que inspire en todos sentimientos de solidaridad que ayuden a mitigar el dolor y a superar la adversidad, animados por los valores morales siempre abiertos a la esperanza”. Son en esos momentos difíciles para los que sufren catástrofes como esta, precisamente ahora, cuando todas las instituciones y los hombres de buena voluntad han de unirse «para que, en estos momentos difíciles, presten eficaz ayuda con espíritu generoso y caridad cristiana».

Caritas Internacional y otras muchas organizaciones se movilizan... cuando no es Irak, que está siempre en las pantallas de la televisión, son otros países de África que no tienen petróleo y por tanto no salen sus sufrimientos en la opinión pública mundial. Pero hemos de plantearnos que todos componemos un castillo, la edificación de la humanidad, una fraternidad que nos implica a todos, y hemos de pensar cómo colaboramos con esas instituciones –como Cáritas- que tienen la estructura para ayudar; como vimos en Centroamérica cuando los destrozos del huracán «Mitch». Ante los desastres mundiales la Iglesia tiene una capacidad superior a cualquier otra institución para ayudar inmediatamente a los necesitados, pues las parroquias de esos lugares que han sufrido las desgracias pueden distribuir enseguida la ayuda básica de primera necesidad a los damnificados (ropa, medicinas, alimentos…).

Las instituciones a nivel nacional tardan generalmente más en hacer acopio de tiendas de campaña, colchonetas, sábanas, enseres domésticos y material para viviendas; o bien tienen una acción momentánea como tareas de rescate de los sobrevivientes, pero hay muchas ayudas que no llegan enseguida por la falta de intermediarios adecuados. Las parroquias son centros de acopio ideales para que los que sufran reciban las ayudas necesarias: víveres, medicina, ropa, asistencia psicológica y acompañar en los momentos de dolor a las personas que se han perdido algún familiar, o las cosas materiales que tenían.

Pienso también en las noticias que periódicamente llegan de desgracias en la India, tanto terremotos como otros desastres materiales de inundaciones, o el hambre que queda tan bien reflejada en la “ciudad de la alegría”. Pensemos en cómo ayudamos a ir levantando, ante tanta torre de babel, esa torre humana de la solidaridad.