“Hay en toda la vida de Cristo, en su persona y en su psicología, una fuerte tensión: no es un tipo apático, amorfo, flemático, comodón, instalado, sino un hombre que mira hacia el horizonte del mundo, escruta los signos de los tiempos, lucha y se esfuerza con ímpetu por llevar a cabo la tarea confiada.”
Jesucristo pertenecía a lo que podríamos llamar la clase media baja. Era la clase de los artesanos pobres. Ciertamente no vivía en la miseria, pero tampoco vivía en el lujo. Pasó gran parte de su vida como carpintero en Nazaret. En esta labor iba forjando una voluntad de hierro, capaz de alcanzar sus metas con la certeza con que una flecha se dirige hacia el blanco.
Impresiona la intensidad de la actividad apostólica de Cristo durante su vida pública. El Evangelio nos transmite la imagen de un hombre siempre viajando de pueblo en pueblo. De hecho San Lucas nos presenta su vida pública como una gran marcha desde Galilea en el norte hacia Jerusalén en el sur. A diferencia de los rabinos, Él es maestro ambulante, que va al encuentro del hombre.
Desde el inicio de su actividad pastoral Cristo nos hace conocer su gran fortaleza de cuerpo y de espíritu. Fue empujado por el Espíritu Santo después de su bautismo hacia el Desierto de Judá. Allí estuvo cuarenta días y cuarenta noches ayunando. Muestra su gran fuerza de voluntad cuando resiste la triple tentación que le puso el príncipe de la mentira, Satanás. Las palabras de Cristo, “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de la boca de Dios,” no son sólo un eco de unas convicciones profundas, sino también la manifestación de una voluntad de hierro.
Es precisamente en su pasión cuando Cristo muestra de una manera diáfana la tensión de las cuerdas de su voluntad. Desde el “No se haga mi voluntad sino la Tuya”, en Getsemaní, hasta el “Todo está consumado”, en el Calvario, Él es dueño de sí mismo.
Pensemos en el gran esfuerzo que tuvo que hacer por hablar desde la cruz. Una de las dificultades más grandes que tiene un crucificado es el poder respirar. Para poder llenar los pulmones de aire tiene que levantar el pecho; para hacer esto, debe apoyarse sobre los pies clavados. Cristo, para poder hablar, tenía que hacer estos movimientos varias veces. Lo más fácil hubiera sido el dejar el pecho caído y ahorrarse la tortura del levantamiento sobre los pies, pero Él tenía que cumplir con las Escrituras y decir lo que tenía que decir.
Nunca ha habido un verdadero seguidor de Cristo que no haya tenido una gran fuerza de voluntad. La vida de los santos es muy elocuente. Pensemos en los muchos ayunos de San Antonio Abad, en las largas caminatas de San Francisco de Asís, en la gran actividad misionera de San Francisco Javier, en los sacrificios de San Pablo de la Cruz...
Pero la fuerza de voluntad no es propiedad exclusiva de los santos de ayer. Quien quiere seguir a Cristo de verdad tiene que sacrificarse. Todavía son válidas las palabras de Cristo: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz todos los días.”
El autodominio brilla en muchas partes por su ausencia. Los medios de comunicación social y la publicidad nos invitan en gran parte a mejorar la calidad de vida, pero no se trata de una calidad cristiana, sino de una basada en “the american way of life” (el estilo americano de vida). Se invita al hombre a buscar la comodidad, a rechazar el sacrificio, a comprar más y más para vivir con el máximo de confort. Ahora importa más lo que “tiene” el hombre que lo que “es”.
Sin embargo, el hombre que no tiene fuerza de voluntad no puede ser feliz. Fácilmente cae en la peor esclavitud que es ser esclavo de sí mismo. Muchos para ser “auténticos” se dejan llevar por sus propias pasiones, pero esto es un engaño. Sólo el hombre que es dueño de sí mismo puede ser feliz.
¿Cómo formó Cristo su gran fuerza de voluntad? No es difícil responder a esta pregunta. Es el resultado de la colaboración entre la gracia de Dios y su propio esfuerzo. El fruto maduro de esta unión fue una voluntad férrea. Cuando quería hacer algo, nadie le podía disuadir. Sabía que el iba a Jerusalén por última vez, que iba a caer preso de las autoridades religiosas allí, ser torturado y crucificado. Sin embargo, no trató de escaparse, de buscar una salida “política”, de llegar a un acuerdo con ellos, etc..
Yo me acuerdo que un sacerdote me comentó una vez que un hombre que no ha deformado su conciencia debía tener una gran fuerza de voluntad. Pienso que ésa fue una afirmación muy sabia. La mejor manera de formar la propia voluntad es ser fiel a la propia conciencia. Hay que ejercer esta fuerza de voluntad delante de la pequeña pantalla cuando aparece la telenovela inconveniente, cuando la vecina comienza a hablar mal de su prójimo, cuando se tiene la tentación de no pagar las deudas sino buscar una solución que compromete su fidelidad al séptimo mandamiento...