1- Reflexionando brevemente sobre el significado de la palabra ADVIENTO que se puede traducir por “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo adviento era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podría indicar también la venida de la divinidad.
Los cristianos adoptaron la palabra ADVIENTO para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en la tierra para visitarnos, e invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él.
Con la palabra “Adviento” se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podemos verlo o tocarlo, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras. Por lo tanto, el significado de la expresión “ADVIENTO” comprende también el de “visitatio”, que simplemente quiere decir “visita”: en este caso se trata de una visita de DIOS.
Él entra en mi vida, y quiere dirigirse a mí. El Adviento, este tiempo litúrgico, nos invita a detenernos, en silencio, para captar la presencia de Dios. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente.
2- Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, una espera que es al mismo tiempo ESPERANZA. El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como ocasión propicia para nuestra salvación.
Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño y en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y de la siega. En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando niño quiere crecer; cuando adulto busca realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento es que descubre que ha esperado demasiado.
La esperanza marca el camino de la humildad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas.
Vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzamos los dones del Señor. De este modo el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació de la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación.
Nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de nuestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente ya no existe un tiempo sin sentido y vacio. Si Él está presente podemos seguir esperando, incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.
El Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Por esto precisamente es, de modo especial, el tiempo de la ALEGRIA, de una alegría interiorizada que ningún sufrimiento puede eliminar.
La Alegría por el hecho de que DIOS se ha hecho Niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. La Virgen María, por medio de la cual nos ha sido el Niño Jesús, es modelo y sostén de este intimo gozo.
Que ella, discípula fiel de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo Litúrgico del Adviento, siempre vigilantes y activos en la espera. Esta actitud básica de la vigilancia ha de comenzar a revisarnos en la misma Eucaristía como venida real de Cristo a nosotros, por su palabra, por su cuerpo. Verdadero “momento propicio de salvación” que nos trae cada día a Alguien tan absolutamente nuevo como el Dios irrepetible y vivo.