Pasar al contenido principal

Ternura, dolor y educación en el amor

Ternura, dolor y educación en el amor

Krzysztof Kieslowski era un director de películas sobre temas esenciales, como la serie que inició sobre ese resumen de la vida que son los diez mandamientos: “en diez frases, los diez mandamientos expresan la esencia de la vida”, decía. En “No amarás” habla de "una historia de amor". La protagonista, Magda, creía haberlo vivido y disfrutado todo, y se encuentra desencantada, cuando el amor aparece en escena... ahí todo puede pasar, en ese mundo mágico cualquier cosa puede ocurrirnos a cualquiera, por muy tarde que parezca. Así, el amor acaba por llamar a la puerta, aunque de qué manera es algo imprevisible. Muestra -a modo de documental- qué piensan y hacen los protagonistas, y cómo sus obsesiones los unen: Tomek –un chico nacido solo en un hospicio, acogido en casa de una mujer mayor, que tiene miedo de quedarse sola- ama a Magda, que no conoce el amor aunque lo ha buscado con empeño: después de un desengaño amoroso ella está desconsolada y se le derrama sobre la mesa una botella de leche, y juega pasando el dedo por la mancha blanca; al mismo tiempo, él –que ha oído que el dolor sólo se quita con otro dolor- jugando con unas tijeras se hace un corte en un dedo, y también él juega pasando el dedo en la sangre derramada… El blanco y el rojo aparecen como la necesidad de amor y el sacrificio; amor en la literatura va unido a la muerte: eros y tanathos, van siempre juntos. El dolor va unido al amor no correspondido, y al mismo tiempo el deseo de amor da sentido a la vida.

Cuando se encuentran los dos y por fin se hablan, él pone una mano sobre la de ella, y luego ella la otra encima y él la otra, esta imagen muestra el deseo de ternura que hay en el corazón de la persona, como un reflejo de algo que está más allá; junto a esas manos hay otra, la de Dios, que nos protege.

La persona, cuando se abre a la ternura y el respeto de su padre y creador, participa mejor del conocimiento del otro, de su acogida, de la aceptación incondicional de su modo de ser... Y esto cuesta. Dice una canción: “porqué es muy fácil hablar, es muy fácil rezar, pero querer de verdad a veces hace llorar”. El amor de modo espontáneo aparentemente es mejor, pero luego se ve que el amor más auténtico está hecho de renuncia, de un esfuerzo por salir de uno mismo y prestar atención a los pequeños detalles. En definitiva, se requiere una educación del corazón, cosa difícil pues nos han enseñado a educar la inteligencia y la voluntad, pero el ejercicio de la virtud además de esfuerzo es –para una plenitud de la persona- educación de la afectividad; como se quejaba Ingmar Bergman en una película: “te contaré una cosa banal: somos analfabetos emocionales. Hemos aprendido el cuerpo humano y la agricultura de Pretoria que la hipotenusa al cuadrado es igual a la suma de los catetos al cuadrado y todo eso… pero nada sobre el alma. Somos totalmente ignorantes respecto a nosotros mismos y a los demás.

Hemos agotado los recursos y de repente nos sentimos pobres, amargados y enfadados. Este verano voy a cumplir 45 años, razonablemente puedo vivir otros 30 pero mirándolo desde un punto de vista objetivo ya soy un cadáver. Durante los próximos 20 años puedo continuar amargando…”

Me decía una persona: “vivimos sólo una vida, y no la sabemos vivir, nos creemos eternos mientras se nos pasa el tiempo... El ser humano se ampara en mil cosas como posesión de saber, de dinero, de objetos, incluso, de personas. En cambio no centramos nuestros esfuerzos en conocernos... Y, sobre todo, en vivir...” Quizá perdimos esta noción esencial de la persona cuando la contemplamos desligada de esa mano que nos lleva desde lo alto. Así veía Pau Casals esta necesidad de educar en el amor: “Cada segundo que vivimos es un momento nuevo y único / del universo / un momento que nunca jamás volverá… / Y qué es lo que enseñamos a nuestros hijos? / Les enseñamos que dos más dos suman cuatro, / que París es la capital de Francia. / ¿Cuando los enseñamos, además, quiénes son? / A cada uno de ellos les deberemos decir: / Sabes qué eres? Eres una maravilla. / Eres único. Nunca antes ha habido ningún otro niño como tú. / Con tus piernas, con tus brazos, con la habilidad / de tus dedos, con tu manera de moverte. / Es posible que llegues a ser un Shakespeare, / un Miguel Ángel, / un Beethoven. / Tienes todas las capacidades. / Sí, eres una maravilla. / ¿Y cuando crezcas serás capaz de hacer daño a otro que, / como tú, / sea una maravilla? / Deberás trabajar -como todos debemos trabajar- para hacer / que el mundo sea digno de sus hijos.”