Fuente: Mujer Nueva
La vida es una cadena interminable de sorpresas. ¿Quién hubiera
imaginado que el siglo que logró la emancipación de la mujer y acuñó el
término women empowerment moriría viendo nacer un club como el de la costa oeste de los Estados Unidos? Me refiero al club de las esposas sometidas, surgido a partir del libro de la californiana Laura Doyle: Surrendered Wife, que propone como regla de oro del matrimonio feliz que la mujer deje que sea el hombre quien lleve la batuta, desde la cuenta de ahorros hasta el dormitorio. Amén.
Por lo visto, la experiencia traumática de los divorcios y las
depresiones desconcierta a las mujeres americanas. El papel de mujer
desafiante no les ha dado sino disgustos dentro y fuera de casa, y por
eso prefieren resucitar términos que habíamos decidido dar por
obsoletos, como sometimiento o cabeza de familia. En
definitiva afirman que una esposa sumisa es la clave de la felicidad de
la pareja. Conclusión: tenemos que desandar unos 30 años de evolución
familiar.
Autosuficiencia o dependencia. Enfrentamiento o sumisión. Parece
que no encontramos el término medio. Sin embargo, sí lo hay. Es posible
una tercera vía entre el yo y el tú: el nosotros. Como diría aquel autor francés: Amar no significa mirarse a los ojos, sino mirar dos en una misma dirección.
El libro de Doyle quisiera ser una panacea para los problemas de
pareja, pero le falta algo de realismo antropológico. Su regla de oro: Sométete y tendrás paz y felicidad,
parece más bien una receta para evitar el estrés que el camino firme
del verdadero amor. Acabo de mencionar la clave de todo el misterio: El
equilibro entre control y confianza, entre abnegación y satisfacción,
está en esta palabrita que se supone es la razón por la que dos
personas deciden vivir juntas el resto de su vida: Amor.
El amor no es sometimiento, sino donación. Una donación que muchas
veces nos lleva a ceder por el simple placer de dar gusto al otro. Esto
es aplicable a la mujer y al marido, cada uno según su estilo y
características propias.
Algunos de los casos que menciona Doyle en su libro son reales y
válidos. Las mujeres, además de muchos encantos y virtudes, tenemos una
fuerte tendencia a querer controlar todo, incluida la ropa, los amigos
o el modo de conducir de nuestros maridos. Ya sea con silencios
estridentes o con palabras bien medidas, el caso es que logramos lo que
queremos. Es una especie de tiránico chantaje del corazón, en la que
nuestros compañeros se ven atrapados por ese ancestral instinto de supervivencia.
Cuando las mujeres decidimos romper el círculo mezquino de nuestra
sensibilidad y nos decidimos a dar en vez de recibir, los resultados
son sorprendentes. Algunos llaman a esto sometimiento, pero es mucho
más sencillo: es amor.
El amor también lleva al hombre a ceder. Cede cuando sacrifica un
partido de fútbol por una visita a sus suegros, cuando se involucra en
los quehaceres de su mujer, cuando se viste como a ella le gusta… La
vida está hecha de estas concesiones anónimas.
La solución de los problemas matrimoniales no está en la sumisión
mutua, sino en la generosidad en la entrega de ambos. Amar significa
preocuparse más del otro que de uno mismo: es una opción antes que una
renuncia.
El club de California tiene algunos ingredientes positivos. Nos
recuerda el valor del sacrificio, que es la otra cara del amor. También
trae a escena la importancia de los detalles para mantener la frescura
del primer día, etc. Pero una vida sazonada con estos ingredientes no
ha de considerarse una vida sometida, sino una vida enamorada.
Hombres y mujeres, recordémoslo una vez más. Palabras como someter, autodeterminación,
etc., son adecuadas para otros contextos, pero no para una relación de
amor. En este campo importan más los propios deberes que los derechos.
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