¡Cuántas cosas decimos resumidas en una fórmula tan breve: te acepto a ti!
Decir te acepto a ti, es decir: te conozco, sé quién eres. Conozco
tus cualidades y tus defectos. Sé quién eres. Llevo un tiempo contigo,
y después de aquilatar todo en la balanza, he decidido que a pesar de
tus posibles defectos, pero siempre más pequeños que tus cualidades, te
elijo entre otras posibilidades.
Decir te acepto a ti, es decir, sé quién no eres. Por tanto no
tendré pretensiones. No me pasaré la vida con una queja entre los
labios por lo que no eres: si tuvieras lo que tiene tu hermano, si fueras como la mayoría de nuestros amigos....
Te acepto a ti, como eres. Estoy enamorado de ti. Sé en que te
puedo ayudar a superarte y a mejorar, y sé en qué aspectos será ya muy
difícil que cambies porque son hábitos que se han hecho vida, o porque
es parte de tu educación o porque así es tu carácter.
Aceptarte a ti es aceptar tu historia personal, es decir: tu
pasado, tu presente y tu futuro. Lo que pueda venir. Tantas cosas como
en nuestras vidas puedan cambiar.
Cambia la gente y cambian las circunstancias. Hoy eres esta
persona. Mañana, tú misma, por los golpes de la vida, puedes ser otra
persona. Los golpes van haciendo mella en nosotros, pero cuando nos
aceptamos, lo hacemos incluso con esos golpes y heridas de la vida que
por otra parte nos deben hacer mejores.
Cambiamos físicamente. Él ya no es el muchacho fuerte y robusto que
tú conociste, sino un hombre posiblemente enfermizo. Y ella, que era
una mujer guapa, fina, delicada... después de veinte anos de
matrimonio, cuatro hijos y algunas enfermedades normales que han ido
raspando su belleza inicial, ya no conserva aquellos rasgos, quizá, de
los que te enamoraste, pero se ha abierto paso una nueva belleza, más
grande, que tú aceptaste desde que te comprometiste.
Así se aceptaron: con pasado, presente y futuro. Cambian tantas
cosas y surge una belleza mayor pero que es necesario saber percibir.
Pensemos que cuando compramos una mesa de cristal, la aceptamos así
como está, nueva e impecable, pero aceptamos también que pueda rayarse
en el futuro. No podríamos comprar nada si estuviéramos buscando un
material a prueba de todo, simplemente porque no existe.
Cambiamos no sólo física sino también psicológicamente: cambia
nuestro carácter, nuestra manera de reaccionar, nuestra paciencia. Si
al pasar de los años hemos ido perdiendo algunas cualidades que antes
nos adornaban: simpatía, optimismo, ecuanimidad... no es motivo para
terminar un amor. El amor va mas a allá.
Cambian nuestros gustos, nuestras aficiones, nuestras ilusiones,
nuestras aptitudes. Sería de desear que en toda la vida no
experimentáramos cambio alguno en nosotros, pero, esto simplemente no
es la realidad.
Te acepto a ti, es hacerme a la mar contigo, en la misma
barca. Remar contigo, ser náufrago contigo si fuera el caso, no escapar
con un salvavidas, ¡ni menos con el salvavidas! Es compartir ilusiones,
proyectos, luchar contra las mismas tempestades y disfrutar juntos el
alba y el atardecer, mar adentro.
Te acepto a ti, para hacerte feliz. Te prometo que ése será mi proyecto. Tratemos de reducir el te quiero a su más simple expresión, y nos daremos cuanta de que en el fondo sólo nos queda esto: quiero hacerte feliz. Ahí está el verdadero amor.
Cuántos novios se dicen te quiero, te amo, y se expresan
muchas sentimientos más. Y ¿qué significa todo eso? Palabras vacías
cuando no buscas el bien y la plena felicidad del otro. ¡Cuántos
jóvenes y muchachas se casaron pensando no en pacer feliz a alguien,
sino en quién los haría felices! Y por tanto entran al matrimonio con
una visión egoísta de la felicidad. La experiencia nos dice que cuando
de verdad se busca la felicidad del otro, la consecuencia -no
forzosamente inmediata- es la propia felicidad.
Además, la persona amada buscará lo mismo, de tal modo que el amor y la búsqueda de la felicidad del otro serán recíprocos.