“Invertid bien vuestra vida, que es un talento que hay que hacer fructificar, y recordad que sólo se vive una vez”.Este breve e incitante mensaje lo lanzó Juan Pablo II a los jóvenes poco antes de su muerte. Es válido para toda clase de personas. Pocas palabras, pero que encierran una incuestionable verdad para quienes no se tomen frívolamente el hecho de vivir. No hay mayor don que la propia vida. Muchos la malgastan al vivirla de espaldas a Dios y al prójimo necesitado, centrados sólo en el propio egoísmo. Somos libres de hacer en la vida y con la vida lo que queramos. Pero no es menos cierto que somos responsables ante Dios –autor de toda vida –de la inversión que en ella vamos haciendo cada cual en bien o en mal. Raramente se da el caso de alguien que se arrepienta por haber sido bueno o haber hecho el bien.
Lo más grave de todo, es que no habrá para nadie posibilidad de repetición. La reencarnación, ni es revelación bíblica ni enseñanza de la Iglesia católica. Se vive una sola vez y de ella va a depender el acierto o fracaso definitivos de cada persona. Para pensárselo.